Existe cierto consenso, que trasciende las banderas políticas de cada país, sobre la importancia de que los latinoamericanos aprendamos nociones básicas sobre educación financiera. En mayor o menor medida, todos estamos de acuerdo en que algunos conceptos como inversión, ahorro, riesgo, rentabilidad, liquidez, deuda o tasas de interés de una tarjeta de crédito, permiten empoderar nuestro conocimiento a la hora de tomar decisiones económicas, ya sea para el bolsillo individual, la economía familiar o las variables estratégicas de una empresa. De esa manera, la educación financiera entonces deja de ser un ítem en una lista de saberes y se convierte en un motor para igualar oportunidades.

Así lo entiende el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que impulsó diversas iniciativas para la inclusión financiera en el mundo. Según un informe del BBVA, además, la educación financiera está naturalmente incluida dentro del cuarto Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU (“Garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos”), ya que promueve habilidades para que las personas actúen libremente y tomen mejores decisiones.

Así lo comprendió también Muhammad Yunus, premio Nobel de la Paz, que impulsó los microcréditos en su India natal y los convirtió en una tendencia mundial: hoy existen decenas de organizaciones que potencian a microemprendedores con este recurso financiero en toda Latinoamérica. ¿Y qué es lo primero que tienen que aprender? Qué significa un crédito, qué es una tasa de interés y cómo funciona.

Estos ejemplos más inspiradores tienen su contracara en otros más oscuros, como prestamistas que utilizan la falta de conocimiento en educación financiera para proponer tasas irrisorias, que termina por fundir a familias. El problema puede ser más grande en unos años. Con la tecnología galopando a velocidad vertiginosa, ¿qué sabemos los latinoamericanos de conceptos digitales un poco más complejos, pero muy instalados a nivel mundial, como las criptomonedas o crowdfunding inmobiliario?

Las soluciones pueden estar más a mano de lo que parece. No hace falta que las entidades educativas públicas y privadas inviertan grandes sumas de dinero en programas costosos, sino más bien que incorporen módulos o talleres -optativos u obligatorios- desde la primaria, hasta incluso desde el jardín de infantes. El cuidado de los recursos, el valor del ahorro y las consecuencias del consumo desmedido e innecesario pueden enseñarse desde edades muy tempranas. ¿Por qué no podría promoverse la educación financiera como parte de los programas de matemáticas?

La educación financiera es, en el fondo, libertad. Mientras las mujeres conquistamos los espacios laborales que merecemos, somos cada vez más conscientes de que saber más sobre estos temas es la puerta de entrada a nuestra autonomía e independencia económica, un espacio para desarrollarnos personas y como profesionales.

Los ejemplos son concretos. A nivel global, el 7% de las empresas financieras basadas en tecnología -fintech- cuentan con una mujer en el equipo fundador. No obstante, en nuestra región, el 33% de las fintech latinoamericanas están cofundadas por mujeres, según un estudio de Finnovista y el BID de 2019. Este dato es positivo para el futuro -especialmente porque las finanzas han sido históricamente un rubro masculino- y muestra que, cuando las oportunidades mejoran, aparecen horizontes positivos. 

La era digital en la que vivimos nos desafía a reinventarnos y a aprender a diario. En ese contexto, la educación financiera es una herramienta esencial para impulsar un mayor bienestar financiero en la sociedad, generar mejor calidad de vida y garantizar la libertad personal.