Recientemente, obtuvimos los últimos datos sobre el PBI y fue oficial que el mismo creció un 4,5% en términos desestacionalizados respecto del tercer trimestre, y se contrajo un 4,3% en función a igual período, pero del 2019. Así, finalizamos el 2020, con un PBI registrando una contracción del 9,9%.  

La contracción de la demanda agregada, en el tercer trimestre, también en términos desestacionalizados, se explicó mediante las exportaciones (-8,7%). Mientras que la formación bruta de capital fijo aumentó un 17,3%, el consumo privado un 4,2% y el consumo público 1,3%. Además, las importaciones subieron un 14,1%. Ahora, si comparamos con el cuarto trimestre de 2019, las caídas estuvieron en todos los componentes, consumo privado, consumo público y exportaciones, que se ubicaron  en 8,1%, 2,6% y 32,5% interanual respectivamente. Las importaciones cayeron un 2,8%, con excepción de la formación bruta de capital fijo (+15,9%).

Final de partida y cuenta regresiva

La disminución de un 9,9% interanual del PBI acumulado de 2020 tuvo su correlato en el consumo privado (-13,1%), en la formación bruta de capital fijo (-13%) y en las exportaciones (-17,7%). En lo referente a las importaciones, disminuyeron un 18,1% contra 2019. Por el lado de la oferta, sólo los sectores de electricidad, gas y agua (+0,9%) e intermediación financiera (+2,1%) crecieron respecto de 2019. Los 14 sectores restantes de la actividad mostraron caídas en el acumulado 2020, sobresaliendo hoteles y restaurantes, actividades de servicios y transporte, almacenamiento y comunicaciones e industria manufacturera. A precios corrientes (nominal), el consumo privado fue el componente más relevante de la demanda (con un peso específico del 63,6% del PBI), seguido por las exportaciones (16,6% del PIB) y el consumo público (16,2% el PIB). 

¿Qué podemos esperar de aquí en más ahora que sabemos cómo terminó el año? Por una parte, en este 2021 se espera un acuerdo con el FMI antes de las elecciones, en el marco de un programa de reducción del déficit fiscal: suba de tarifas de servicios públicos para congelar subsidios, ajuste real a jubilados con la nueva fórmula jubilatoria (que no garantiza ganarle a la inflación y fija un tope vinculado a la recaudación) y la supresión del “Gasto Covid” (IFE y ATP), que fue equivalente a 3,5% del PBI en 2020. Desde Hacienda, se busca un anclaje de las expectativas de devaluación y que baje el riesgo país en 2021.

Más allá de esto y de llegar de la mejor manera a octubre, entre abril y mayo, habrá noticias que podrían traducirse en una mejora de expectativas. ¿Por qué? Por una parte, por el efecto del arrastre estadístico en la recuperación económica como resultado de comparar, a partir de marzo y abril todos los indicadores contra el año pasado en plena cuarentena total. Recordemos que el Estimador Mensual de la Actividad Económica (INDEC), reflejo en abril de 2020 la peor caída (26,4%). Por lo que esto, no necesariamente se traducirá en una mejora sustancial en la sensación y en la realidad del día a día.

Por otra parte, el precio internacional de la soja sigue arriba de u$s520 por tonelada y está aproximadamente un 65% más de la cotización de marzo de 2020. Con los últimos recortes en la estimación de la cosecha 2020/21, por escasez de lluvias, según la Bolsa de Comercio de Rosario, la cosecha llegaría a 45 millones de toneladas de soja. Lo que se traduce a un ingreso aproximado de u$s6000 millones más, contra el valor promedio del año pasado.

Y por último, el incremento de las reservas internacionales brutas (en u$S3.300 millones) si se asignan los Derechos Especiales de Giro (DEGs) del FMI a la Argentina después de la decisión de los países del G-20 de impulsar una nueva asignación de DEGs  por 500.000 millones  de dólares a nivel global. El anuncio, que podría hacerse en abril, sería vital para robustecer las reservas del BCRA.

Al margen de estos tres puntos clave del periodo marzo/mayo de 2021, un dato a tomar en consideración es la inflación (en el primer bimestre del año la inflación minorista fue de 7,8% y la mayorista se disparó 12% en solo 2 meses, haciendo muy difícil que el salario real se recupere) y el otro es una “segunda ola” de coronavirus, en un contexto de un programa nacional de vacunación muy lento y donde no hay margen para cerrar en las mismas condiciones que marzo del 2020. 

Además, si miramos las aperturas del IPC, la inflación del sector alimenticio, sólo en los primeros 2 meses del año fue de 8,8%. Arriba del ajuste de la AUH (Asignación Universal por Hijo) que será de 8,1% en el primer trimestre del año con la nueva fórmula de ajuste. La inflación de alimentos acumula un 43,9% en 12 meses (3,2 puntos porcentuales por encima de la inflación general). Pero la canasta de la indigencia creció un 46,4% en el último año (5,7 puntos arriba del IPC).

En síntesis, a partir de abril de este año, es imperioso que la inflación se desacelere, para que los sindicatos, que cerraron los acuerdos de paritaria en torno al 32/35% anual, no presionen por una reapertura de las negociaciones. Sin margen alguno para volver a un plano fiscal ni monetario similar al del 2020, en las próximas semanas, se busca reforzar los controles en la frontera para demorar el ingreso de nuevas cepas, sin afectar la actividad comercial, de la industria y construcción. Pensemos que el año pasado el BCRA emitió 2 billones de pesos para cubrir la caída en la recaudación, producto de la pandemia y la cuarentena.

En 2021 incrementar más la asistencia del BCRA al Tesoro Nacional puede hacer ejercer más presión aún en la brecha cambiaria y acelerar la inflación. El 2021 será un año donde los desequilibrios de la macro (y su necesidad de corregirlos) serán tan primordiales como llegar en “buenas condiciones” a las elecciones de medio término. Veremos un año oscilante en esa delicada línea.