Cuando asumió la presidencia Néstor Kirchner el 25 de mayo del 2003 tenía por delante un tema no menor. Argentina debía poco más de US$ 191.000 millones en títulos de deuda, tenía las tarifas de los servicios públicos congelados y con amenazas de juicios, una desocupación que rondaba 20,8%, y un nivel de pobreza en el 54%

Claro que no todo era “debe”, en el “haber”, el nuevo mandatario recibió la economía creciendo “a tasas Chinas”, la inflación estaba controlada, menos de dos dígitos anuales, y por primera vez en muchos años, el país mostraba “superávit gemelos”, es decir, el Estado recibía más de los que gastaba, alrededor de 3 puntos del PBI, y la balanza comercial era ampliamente favorable.

Incluso, Kirchner pidió contar con el equipo económico que había acompañado a Eduardo Duhalde durante ese gobierno de corte provisional. Así tuvo entre sus líneas a Roberto Lavagna, como Ministro de Economía, junto a él, Guillermo Nielsen en la secretaría de Finanzas, Jorge Sarghini en Hacienda, y a un joven y hasta ese momento desconocido, Alfonso Prat Gay, en el Banco Central.

Claro que a estos les agregó a varios que venían con él desde Santa Cruz, como Julio de Vido, en el Ministerio de Infraestructura, Ricardo Jaime, en la Secretaría de Transporte, y Julio López, en Obra Pública, entre otros. En tanto el precio del dólar, luego de la “implosión” del Régimen de Convertibilidad en 2002, y de haber tocado un “techo” de $4 por dólar, se fluctuaba entre los $3.20 y $3,50.

Con estos “actores”, Kirchner, enfrentaba ahora un nuevo escenario mundial, donde la crisis financiera de las Punto.Com, y la irrupción de China como principal demandante de alimentos, hizo “volar” los precios de las materias primas, algo que no solo benefició a Argentina, sino a toda la región.

En ese esquema, el mandatario que en los 90’ como Gobernador de Santa Cruz había participado activamente en favor de las privatizaciones y la desregulación de la economía, con un fuerte beneficio para las empresas de servicios y el sector financiero, ahora apuntaba a recrear el mercado interno, diezmado por la Convertibilidad y su caída, favorecer la alianza con el Mercosur para colocar no solo trigo sino también productos industriales,  y un desarrollo de la siempre rentable “obra pública”.

Hasta febrero del 2005, la agenda de Kirchner estuvo signada por la renegociación de la deuda con los acreedores privados, de la cual logró una quita de capital del 66% en una operación que contó con la adhesión del 75%.

Durante el 2003 la economía se desarrollaba de manera vertiginosa. El PBI mostraba un crecimiento del 8,7%,  Argentina solo pagaba los intereses de deuda que tenía con los organismos internacionales financieros, y acumulaba reservas. Para el año siguiente, ese crecimiento alcanzaría al 9%.

También aumentaban las exportaciones, y no solo las de la soja a US$ 400 o US$ 500 la tonelada por la demanda china. El crecimiento exponencial de Brasil dejó que el principal socio comercial de Argentina sea exportador, para pasar a ser importador neto de Manufacturas de Origen Industrial, principalmente autos y camiones, lo que impulsó la industria local.

Todo eso impulsó también una demanda interna muy deprimida que encontró a empresas con alta capacidad ociosa para satisfacer esa demanda.

Kirchner tenía una mirada muy clara del mundo que se vivía en ese momento. En su discurso ante la Naciones Unidas, en septiembre del 2003 dejó en claro que la magnitud de la deuda era responsabilidad de ambas partes y que “nunca se supo de nadie que pudiera cobrar deuda alguna de los que están muertos”.

Un año y medio más tarde, Argentina realizó la mayor restructuración de deuda privada hasta ese momento. El canje de febrero del 2005 implicó una quita del 66% de la deuda por reestructurar, que estaba en default desde la crisis de 2001. Lavagna y Nielsen, bajo la supervisión de Néstor Kirchner, encabezaron las negociaciones de un proceso que logró una aceptación del 76 %.

Aquel canje logró reducir la deuda pública total de US$191.254 millones a US$125.283, mediante el reemplazo de más de 150 bonos por 11 nuevos títulos, nominados en cuatro monedas (dólar, peso, euro y yen).

Tras los comicios legislativos de octubre del 2005, y la ruptura de Kirchner con Duhalde, se precipitó la salida de Lavagna, quien ya había tenido varios roces con el mandatario y con De Vido, al advertir sobre “el capitalismo de amigos”.

Felisa Miceli asumió en el Palacio de Hacienda, ya Martín Redrado había reemplazado a Prat Gay en el Banco Central. Sin embargo, esos cambios no afectaron el normal desenvolvimiento de la economía que parecía inmune a cualquier modificación.

De inmediato, el 15 de diciembre de 2005, se pagó la deuda que el país mantenía con el Fondo Monetario Internacional (FMI), unos US$ 9.810 millones, al tiempo que comenzó la intervención del Indec y sus índices fueron perdiendo, poco a poco, credibilidad.

Luego de coquetear con “Pingüino-Pingüina”, Néstor Kirchner dejó el gobierno el 10 de diciembre del 2007 con cuatro años de crecimiento sostenido del PBI a una tasa del 8% anual, uno de los períodos más fructíferos de la historia económica argentina.

Había logrado mantener el equilibrio macroeconómico en el área fiscal y externa, con un saldo positivo en la cuenta corriente de la balanza de pagos, que promedió un 4,8% del producto.

Las Reservas internacionales pasaron de U$S 14.000 millones en el 2003 a U$S más de U$S 50.000 millones en el 2007 y se mantuvieron por encima de los U$S 45.000 millones. Se duplicaron las exportaciones y se diversificó su composición. En el 2007 superaron los  U$S 55.000 millones.

En ese marco asumió su esposa, y actual vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, pero el escenario externo, y la evolución de las variables internas, hicieron que la economía mostrara otro desarrollo.