La inflación es el principal desafío económico del gobierno para este año electoral, dadas las atenuadas expectativas de un salto discreto en el tipo de cambio antes de los comicios de agosto / octubre. Un descontrol de precios desgastaría la ya maltrecha percepción que tiene la sociedad sobre el gobierno. En el lado sanitario, la apuesta es por una campaña de vacunación exitosa, cosa que tampoco viene muy bien que digamos.

Por esta razón, el Ministro Guzmán trata de alinear las expectativas inflacionarias al 29% anual pautada en el Presupuesto 2021, en principio, pidiéndoles a los gremios que pidan aumentos salariales apenas dos puntos por arriba para ganarle a la inflación, mientras que el consenso del mercado marca que se espera una inflación del orden del 50%. Sumado a esto, se mandan personas a los almacenes y supermercados a controlar que los precios estén en línea con el tope máximo establecido con el gobierno, como si fuese una medida que haya funcionado en el pasado.

Desde que se empezaron a implantar este tipo de medidas, los economistas advertimos que lo que termina sucediendo es que, en vez de bajar la inflación, faltarán productos en los mercados. Esto sucede porque un precio más bajo que el establecido por el mercado desincentiva la oferta, ya que aquellos productores más ineficientes que apenas cubrían los costos al precio de mercado, al precio establecido por el gobierno terminan teniendo pérdidas por unidad vendida y les conviene no ofrecer más sus bienes. A su vez, la demanda sube porque, a un precio menor, más gente está dispuesta a comprar esos bienes. Consecuentemente, aparece la escasez de bienes.

El gobierno, ignorando la teoría básica de oferta y demanda, decide imputar a 11 empresas de alimentos por desabastecimiento cuando la culpa de que esto ocurra es del mismo gobierno.

Uno ya se imagina el éxito que puede llegar a tener el “plan antiinflacionario” del gobierno cuando los que están a cargo de este es la Secretaria de Comercio, a cargo del Ministro de Producción, sin que se mencione al Presidente del BCRA. Y no lo digo porque sean buenos o malos los economistas del Ministerio de Producción. Es como si a uno se le rompiera el auto y termine llamando a un nutricionista. Por más bueno que sea el nutricionista, probablemente no sepa cambiar una rueda y me termine diciendo cualquier cosa.

Lo que termina ocurriendo es que se atacan los problemas económicos con las herramientas equivocadas, como es el caso del control de precios, pisar las tarifas y el tipo de cambio, el intento de limitar las exportaciones y subir retenciones para desacoplar precios internos e internacionales. Mientras tanto, el estado sigue gastando sistemáticamente por encima de sus ingresos, financiando la diferencia con emisión monetaria. Además, los argentinos sabemos que esta mayor oferta de pesos no solo ocurrió en 2020 y seguirá en 2021, sino que en los años que siguen se seguirá abusando de la monetización del déficit, lo cuál hace que cada vez queramos menos pesos. Como resultado, cada vez hay más pesos y cada vez la gente los quiere menos, reflejándose en el poder de compra de nuestra moneda.

Si queremos atacar seriamente la inflación y cuidar “la mesa de los argentinos”, hay que cerrar la canilla por la cual los pesos fluyen constantemente. Este objetivo no solo se logra con un BCRA que entienda esto y deje de inyectar pesos, sino también cerrando las cuentas fiscales. Sin éste último punto, cualquier plan antiinflacionario pierde credibilidad dado que, en algún momento el Tesoro le pedirá que se prenda la maquinita para financiar el déficit volviendo presionar al alza los precios.