Un crimen horrendo sin culpable, una investigación plagada de irregularidades, policías acusados de desviar la pesquisa a cambio de dinero y la peor de las sospechas: que el asesino podría estar mucho más cerca de lo que se pensaba.

El homicidio de Marisol Oyhanart, del que se cumplieron ocho años hace pocos días, provocó una enorme conmoción en Saladillo, en el interior de la provincia de Buenos Aires, donde vivía junto a su marido y a sus tres hijos.

Con una población de unos 40 mil habitantes, sus vecinos consideran que por su magnitud es todavía una ciudad donde todos se conocen y donde los secretos no existen, por eso es aún más llamativo que la verdad no salga a la luz.

Marisol desapareció el 14 de abril de 2014, después de las tres de la tarde, cuando salió a caminar. Las alarmas se encendieron a las 17, cuando no fue a buscar a sus hijas a la escuela, como lo hacía todos los días.

Esa misma tarde se inició un operativo de búsqueda, sin resultados. A la mañana siguiente se produjo la primera sorpresa: apareció el cadáver de la mujer en un terreno que había sido rastrillado por la policía el día anterior.

El resultado de la autopsia determinó que murió estrangulada, pero que un primer golpe que recibió en la cabeza, en la parte posterior, fue lo que la hizo perder la consciencia. El cuerpo tenía quemaduras de cigarrillos.

En ese punto hay dos lecturas. Una, que las lesiones fueron hechas en vida, es decir, que la torturaron. La otra sostiene que son lesiones post mortem, que se pudieron haber generado para confundir o desviar la causa.

De todos modos hay una coincidencia: el lugar donde apareció el cuerpo no fue donde se cometió el crimen. Es decir, lo plantaron en esa escena, en el momento en que la policía decidió suspender la búsqueda.

“Por allí no vayas, ya pasamos nosotros y no hay nada”, le dijo un agente a Martín Oyhanart, uno de los cuatro hermanos de Marisol que participaba de los rastrillajes, cuando recorría la zona donde se encontró el cuerpo al día siguiente.

La secuencia sería la siguiente: a Marisol la atacan por la espalda, se desvanece, se la llevan, la mantienen bajo cautiverio, la estrangulan y luego arrojan el cuerpo en la zona donde ya se había buscado.

El Chispa era un chapista conocido en Saladillo. Un día llegaron hasta su taller dos hombres en moto y lo cocinaron a balazos. Entonces la viuda instaló en el comercio un sistema de cámaras de seguridad.

Allí quedó registrado, seguramente, el paso de Marisol y de quienes la seguían. Pero las imágenes fueron borradas. Un policía fue hasta el negocio pidió el disco rígido y cuando lo devolvió la filmación del día clave ya no estaba.

Fue también la policía la que introdujo en la investigación el nombre de un productor agropecuario de la zona, supuesto amante de la mujer, como probable sospechoso del crimen. Esa es la hipótesis del viudo de Marisol, Sergio Rachid, y la que sostiene hasta el día de hoy.

De todos modos, esa tesis carece de elementos probatorios, según fuentes de la causa, consultadas para esta nota. El productor estaba en la noche del crimen en la ciudad de Bolívar, a unos 120 kilómetros de Saladillo, y así lo declararon testigos en el expediente judicial. Por eso nunca fue formalmente imputado por el crimen.

Una de las probabilidades es que la policía haya ido a buscar al productor y le haya pedido dinero para no dejarlo “pegado” en una causa por homicidio. Para ese hombre, desde la muerte de Marisol su vida se convirtió en un calvario. A sus hijas les decían en la escuela que el padre era un asesino.

“Como en el caso de Nora Dalmasso, quisieron instalar que Marisol tenía un montón de amantes. Y no es cierto, se busca desviar”, dice la abogada Raquel Hermida, quien probablemente comience a trabajar en la causa en representación de los hermanos de la víctima.

Hermida fue querellante en el caso por el cual terminó condenado a prisión perpetua hace unos meses el abogado Rubén Carrazone, por el homicidio de su esposa, Stella Maris Sequeira. El cadáver de la mujer nunca se encontró, después de su desaparición el 29 de diciembre de 2016, dos años después del asesinato de Marisol.

Carrazzone fue el abogado de Jonathan Bianchi, el único imputado por el homicidio de Marisol, que llegó a estar detenido en ese expediente. “Stella Maris conocía quién era el asesino de Marisol y conocía como la habían asesinado, paso por paso. Eso la tenía muerta de miedo. Le comenta ese miedo que tenía a su hermana, pero su hermana le pide que no le cuente nada. Ella sabía que su marido (Carrazzone) se había excedido en su trámite de abogado, en la defensa, y que había realizado acciones ilegales dentro de esa causa”, asegura Hermida.

Martín Oyhanart cree que Bianchi pudo tener alguna participación en el crimen y descarta que sea un inocente “perejil” que la policía vinculó con el caso sin evidencias. Los hermanos de Marisol desconfían del viudo, Sergio Rachid.

Asegura que el marido de su hermana tenía un buen pasar económico, como titular de una distribuidora de gaseosas en Saladillo, y que efectivamente él sí tenía una amante que estaba embarazada de tres meses, cuando se produjo el crimen de Marisol. Esa mujer declaró varias veces en la causa.

“Ahora ella es su pareja, se fueron de Saladillo. Viven en Entre Ríos y tuvieron un hijo. A él nunca le importó más nada del caso. Hay muchas cosas que no cierran. Pero nuestras sospechas apuntan hacia él”, dice Martín. 

El hermano de la víctima dice que ella estaba amenazada, pero que nunca les contó lo que pasaba. Otro dato clave es que el teléfono nunca se encontró, al igual que otros elementos, que podrían haber arrojado datos de interés para orientar la investigación.

La causa se encuentra estancada, pero podría tener un nuevo impulso en poco tiempo más. Capaz, así, se pueda saber quién mató a Marisol.