"No sería la primera vez que un hombre engañe a su mujer. Hace más de cuarenta y pico de años que estamos juntos y no creo. Tampoco creo que haya habido abuso. ¿Por qué esa chica volvía a mi casa si se sentía abusada?". La que hace la pregunta es Beatriz Rojkés de Alperovich, esposa de José Alperovich, ex gobernador de Tucumán procesado esta semana por abuso sexual.

Los cuestionamientos a las víctimas de este delito son algo más habitual de lo que deberían. La pregunta de Rojkés de Alperovich es un lugar común: echarle la culpa a aquella persona que denuncia es mucho más fácil que asumir que alguien que queremos/apreciamos cometió un delito. 

¿Por qué se duda de una denuncia de abuso sexual? ¿Acaso alguien duda de una persona que se presenta en una fiscalía y dice que le robaron la billetera? ¿Por qué se cree que es más fácil mentir sobre un abuso y todo lo que eso conlleva? El prejuicio de la causa armada tomó una nueva arista a partir de las movilizaciones de mujeres y una oleada de feminismo: se menosprecia todo el tiempo al movimiento pero, por otro lado, se lo cree capaz de torcer voluntades de jueces, fiscales y policías. Justo dos estructuras que han sido históricamente funcionales a los intereses de los hombres (y más cuando son poderosos).

Una denuncia de abuso sexual tiene muchísimas aristas. Al ser un delito cometido generalmente en la intimidad, es casi imposible conseguir un testigo directo. El relato de la víctima se torna fundamental, es cierto, pero eso no significa que se crea en lo que dice sin ningún tipo de cuestionamiento. La prueba (en el mejor de los casos) se reconstruye a través de exámenes psicológicos y psiquiátricos sobre la denunciante; peritajes sobre sus conversaciones y un análisis de cada uno de los hechos. En el peor de los casos, la denuncia ni se analiza y queda archivada por falta de “prueba física”. Es decir, todavía dentro del sistema judicial muchas veces no se escucha a quién no denunció automáticamente lo que le estaba sucediendo.

El “¿por qué no se fue?” o el “¿por qué no denunció antes?” son moneda corriente entre aquellos que prefieren cuestionar una denuncia sin tener en cuenta lo revictimizante que puede ser el proceso judicial. Poner el cuerpo no es un eufemismo: la persona que se presenta en tribunales debe pasar por exámenes y por múltiples pasos donde su relato será puesto en duda más de una vez.

Y si acaso hay un procesamiento, como fue en el caso de Alperovich, la denunciante tendrá que resignarse a ser revictimizada por los medios de comunicación, que muchas veces en pos de una primicia o un dato de color detallan cada uno de los abusos que sufrió la persona. Los detalles son importantísimos para la causa, no para el periodismo que se cree más importante que la denuncia. Si no se separa el morbo de la información, la actividad deja de ser periodismo y se convierte simplemente en show.