El neurocirujano Leopoldo Luque, médico de cabecera de Diego Armando Maradona en el tramo final de la vida del Diez, tuvo un diálogo muy fluido y casi permanente con un interlocutor que manejaba los hilos del tratamiento: Maximiliano Pomargo, secretario de Diego y cuñado de Matías Morla, administraba los tiempos y exigía a Luque que se respetaran los intereses del apoderado.

Los mensajes que enviaba Luque a Pomargo evidencian que el médico de cabecera conocía el estado de salud de Diego en los días previos a su cumpleaños 60 celebrado en el estadio de Gimnasia, y que existió un plan para que pudiera estar ese día en la cancha del “Lobo”, pese a que estaba atravesando un cuadro de desorientación total.

A Diego, Pomargo lo veía perdido durante su estadía en Brandsen, donde se había instalado el Diez cuando asumió la dirección técnica de Gimnasia. Era una de las personas que más lo veía, del núcleo duro de Morla y formaba parte del “entorno” sobre el que recaen las sospechas de que la de Diego pudo haber sido una muerte evitable.

Actualmente, una Junta Médica interdisciplinaria está trabajando sobre 24 puntos de pericia y se espera que se expida en los primeros días de abril para develar, entre otras cuestiones, si Maradona podría estar vivo de haberse respetado los procedimientos clínicos que su salud requería.

“El flaco siempre le pasa complejo vitamínico B. Que son para… neurotróficos que se dicen… que mejoran todo lo que es el sistema nervioso. Todo lo que son las conexiones neuronales. Y le suele pasar ranitidina que es un protector gástrico también, Reliverán que es para disminuirle esa sensación de acidez, de náusea, de vómito. Y a veces le pasa cafeína para despertarlo un poco cuando está medio caído. Pero principalmente es el complejo vitamínico B y obviamente la hidratación, porque lo lava, le lava todos los fármacos que tiene circulando y también si tomó algo de alcohol también lo mejora”, recomienda Luque a Pomargo.

El médico sabía que Diego seguía consumiendo alcohol y que no estaba orientado en tiempo y espacio, a diferencia de lo que el certificado antedatado firmado por la psiquiatra Agustina Cosachov decía: todo lo que se comunicaba desde el cuerpo médico tenía que ver con intereses que iban más allá de la vida de Diego y eso también es materia de investigación.

En otro de los mensajes de Luque a Pomargo, el neurocirujano cuenta: “También lo hablé yo con la psiquiatra. Ella me dijo que lo vio muy bien pero que por momentos desvariaba un poquito. El tema es que podemos hacer que lo vea un neurólogo, yo lo tengo ahí al neurólogo para que lo vaya a ver, pero también es que él está intoxicado generalmente. Ya sea por las pastillas que a veces las toma de más, o el alcohol que por más que sea poco a él le hace mal a esta altura. Así que es difícil de evaluar por eso, si es por las pastillas o por el alcohol o es que está haciendo una demencia. Eso es difícil de diagnosticar por la situación”.

Pese a que frente a las cámaras Luque siempre se mostró como el responsable del tratamiento de Maradona, respetaba a rajatabla un plan que había detrás y que posiblemente lo excedía. Es por eso que después de que Diego muriera, empezó a correrse del centro de la escena y desmintió ser “médico de cabecera”, ante la investigación en la que está imputado por homicidio culposo -cargo que podría agravarse a partir de lo que surja de la Junta.

Diego fue internado días después de su cumpleaños en el Sanatorio Ipensa de La Plata y posteriormente, trasladado a la Clínica Olivos luego de que le detectaran un coágulo en el cerebro. Allí sería intervenido e iniciaría un posoperatorio traumático a poco más de dos semanas de su muerte. 

Desde allí empezaría una disputa entre los médicos y las hijas por la internación, que terminó siendo en una cama y con un inodoro ortopédico en una casa gestionada por Pomargo dentro de un barrio privado de Tigre, sin elementos de primeros auxilios, ni oxígeno ni cardiodesfibrilador.