El pasado 15 de septiembre fue el día internacional de la democracia. En Argentina lo debemos festejar especialmente porque recuperamos la democracia solo a partir de 1983, de manera todavía bastante reciente. Otros países, en cambio, tienen democracia desde hace 200 años.

¿Pero de qué estamos hablando cuando hablamos de “democracia”? En realidad, la palabra "democracia" no figuraba en nuestra Constitución nacional de 1853-60. Tampoco figuraba en ninguna de las Constituciones de los EE.UU., incluyendo por supuesto la de California, en la que se inspiró nuestro gran Juan Bautista Alberdi. Como se imaginará el lector, esto no es casualidad, sino que es producto de la sabiduría de los legisladores de aquella época. Basta leer a Heródoto para entender porque los persas tenían mala opinión de la democracia y la consideraban la peor forma de gobierno. También Platón consideraba que esta casi indefectiblemente caería en demagogia, pese a que Atenas tenía una democracia (aunque restringida). Los romanos tampoco tuvieron democracia, se inclinaron por la república.

Alberto Benegas Lynch (h) suele desafiar a sus alumnos y lectores explicando que la regla de votar para decidir suele ser muy mala. No hay nada que indique que una circunstancial mayoría tiene razón por el solo hecho de ser más. Es bastante obtuso pensar que el 50% + 1 vale 100%, y el 50% -1, sea igual a cero. Es por eso que nuestro sistema de gobierno no es la democracia, sino “la forma representativa republicana federal, según la establece la presente Constitución”.

Cabe notar que los constituyentes no pusieron ni comas, ni “y”. Esto significa que es un solo sistema basado en tres conceptos que, unidos, limitan el poder de los gobiernos para garantizar las libertades individuales del verdadero soberano, que es cada “individuo”. Se consideraba que cada persona era soberana de sí misma y por ende se le reconocía su propio derecho a la libertad, la vida y la propiedad privada. Nuestros patriotas sabían que no bastaba con deshacerse del rey de España Fernando VII y elegir “democráticamente” a un presidente eterno con poderes absolutos. El sistema, en cambio, es el “rule of law”, es decir, que quien gobierna (“the ruler”) es la ley. La ley, establecida en la Constitución, es quien nos gobierna, no los “administradores” elegidos democráticamente. Por eso el primer artículo de la Constitución agrega: “según lo establece la presente Constitución”. “Representativo” implicaba que los legisladores y el poder ejecutivo serían elegidos democráticamente, pero no así los jueces que serían designados por el presidente con acuerdo del Senado. “Republicano” significa precisamente el establecimiento de las ideas de Montesquieu de dividir el poder para que nadie pueda “ir por todo”. Para que nadie sea demasiado poderoso. Alberdi creía que “la omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual". El gobierno poderoso es necesariamente opresivo. Finalmente, el concepto de “Federal” fue una nueva manera de dividir el poder entre las diferentes provincias, los municipios y la nación. Una cuarta manera de limitar y vigilar al poder fue la defensa de la prensa libre y la prohíbición de la censura previa. Este complejo sistema de “pesos y contrapesos” tenía ese único objetivo de limitar al gobierno para liberar a los ciudadanos.

De ese modo, los constituyentes nos dejaron un legado que, creían, permitiría garantizar a las generaciones futuras la protección constitucional a los derechos individuales, a la vida, la libertad, y la propiedad privada, reconocidas y garantizadas por todo el capítulo de declaración de derechos y garantías, en especial los art. 14, 17 y 18. Esto garantizaba que el sistema económico y rentístico fuera compatible con las ideas de la “Escuela industrialista escocesa de Adam Smith”, como dijo Alberdi; quien también agregó que el art. 14 era “el cerrojo para que no pueda ingresar el socialismo” en nuestro país.

Reiteramos entonces que el objetivo de todo el andamiaje legal era “limitar” y “contener” al Leviatán.

Todos los países que adoptaron estos sistemas de constituciones que garantizaban las libertades individuales, incluyendo la propiedad privada, tuvieron un éxito notable, crecieron, se desarrollaron y eliminaron casi totalmente la pobreza y la indigencia; aumentaron su expectativa de vida y su riqueza por habitante.

Pero al final no funcionó, no logró contener al Leviatán. Poco a poco, los temores de Ortega y Gasset, de Schumpeter y otros autores, se fueron corporizando. Ya Alexis de Tocqueville había anticipado que el sistema se destruiría a sí mismo cuando los legisladores descubrieran que podían comprar el voto de la gente con el dinero… de la misma gente. No fueron los errores del capitalismo sino su éxito, lo que permitió el desarrollo de nuevos conceptos que se creyeron “de avanzada”. Así, nació el Estado de Bienestar. Los países, ahora ricos y opulentos, no podían permitir que nadie caiga en la pobreza, o en la indigencia, o no tuviera una casa, salud, vacaciones dignas, salario razonable, mínimo, vital y móvil. Así nacieron los derechos de “segunda generación”, y se incorporaron a las constituciones, como el art. 14 bis en la nuestra en 1957, o los derechos especiales de los pueblos originarios, que reinventaban los abolidos privilegios de sangre y nobleza. Se destruyó “la igualdad ante la ley”, ahora depende de la sangre y el origen de cada uno. El problema con estos derechos fue que como alguien tenía que pagarlos llevaron a que se infringieran los derechos de la propiedad, justificando la suba de impuestos, de los que, naturalmente, cualquier gobierno de turno puede disponer.

Así, el Estado fue creciendo en todo el mundo. Con cada nuevo impuesto, aumento de alícuota impositiva o creación de una nueva regulación, fuimos perdiendo en todas partes un poco más de libertad. Argentina, con 168 impuestos y 69.000 regulaciones, está entre los países más represivos del mundo.

Quizás por esto, mirando al futuro, sea precisamente en Argentina donde surja un nuevo cambio que nos permita recuperar las libertades individuales para volver a ser un país próspero y pujante. Este nuevo cambio no debe ser simplemente cosmético, sino que requiere de una reforma estructural que mejore nuestra democracia, eliminando las listas sábana, impulsando la boleta única, y adoptando nuevas formas de toma de decisión en el Congreso como el “voto cuadrático” que permita un mejor respeto de las minorías. Porque de eso se trata, del respeto a la minoría más pequeña, que es cada persona tomada individualmente.