El directorio del FMI aprobó finalmente el acuerdo con Argentina. Domésticamente el memorando de políticas económicas no tuvo buena repercusión y fue de hecho hasta presentado por el propio presidente como el mejor acuerdo que se pudo llegar; en ningún momento se defendió al programa. Desde el oficialismo más cercano a Cristina Kirchner se repudió públicamente y ese rechazo fue refrendado en el acto del 24 de marzo pasado.

La oposición rechazó el programa por su falta de reformas estructurales y su poco compromiso con la inflación. Tanto disidentes oficialistas como oposición ven que el programa va a fracasar. La falta de ownership es evidente y retroalimenta la probabilidad de fracaso.

El FMI parece haber realizado en conjunto con representantes de Argentina un programa que apunta a no seguir distorsionando variables claves como el tipo de cambio real, monetización, déficit fiscal y reservas netas. En el margen se pretende tener mejoras graduales en esos indicadores.

La cuestión energética quedó atrasada al contexto internacional y la discusión es tan urgente que provocó el cruce entre el ministro y funcionarios de su propia cartera. No hay mucho para agregar, el riesgo político aumentó y la incertidumbre global se hizo presente. Habrá que esperar el desenvolvimiento de la situación en Europa.

Inflación y crecimiento son las variables que sufrirán. Sobre ninguna de las dos existen metas y son las que terminarán acomodándose a los objetivos del programa, las herramientas con las que se lleve adelante y el contexto de aplicación. Energía en valores más altos, una meta de acumulación de reservas y déficit fiscal ponen un límite a la demanda que tendrá que ser restringida en caso de escasez. De la misma manera la disposición de divisas pondrá un techo al crecimiento y un piso al tipo de cambio real que alimentará nuevamente los precios y restringirá la actividad.

El problema es que si la actividad y la inflación estuvieran calibradas entonces el shock negativo de empezar a ordenar la cuestión macro podría esperar. En cambio, la aplicación del programa sin entusiasmo político puede llevar a resultados desalentadores en ambas materias.

Sin embargo, en materia de inflación ya se está notando la aceleración de la misma y adquiere una dinámica compleja. La expectativa del 60% empieza a quedar más retrasada frente a aumentos de precios que son cada vez más frecuentes y que están navegando en varias categorías por encima del 100% anualizado.

El programa cierra con inflación más alta pero ese nivel puede ser tan insoportable que podría hacer que el mismo programa pierda todo sentido. Más aun teniendo en cuenta que los aumentos de estos meses no tienen incorporado ni el aumento de tarifas ni una aceleración del crawling peg.

Los esfuerzos en materia de control de precios lucen insuficientes y hasta contraproducentes en algunos casos, mientras que la normalización en el balance del BCRA llevará tiempo para que impacte en la nominalidad de la economía. Si la inflación persiste en estos niveles, la tasa de interés tendrá que seguir su camino alcista y el tipo de cambio también. El único ancla que queda es la salarial y acá se revela el mayor desafío del programa con el FMI: cómo administrar políticamente las demandas sociales de una inflación alta y que luce que no está en control.