La Argentina se encuentra a menudo discutiendo su relacion económica con el mundo. Lo hemos visto en los últimos días cuando nuestras autoridades mantuvieron diferencias con sus pares del Mercosur, aunque no fue esa la primera vez en la que aparecen entre nosotros discusiones sobre las bondades de la internacionalidad: las alzas en los impuestos a las exportaciones (“retenciones”) o aun las restricciones administrativas a algunas ventas externas, así como las limitaciones varias a las importaciones y los limites al acceso a divisas extranjeras para empresas con compromisos externos, todos son ejemplos de obstrucciones prácticas a la internacionalidad.

La nuestra es una economía mayormente infravinculada del contexto externo. Una manifestación de ello es un fenómeno que pocas veces se considera: contamos con escasísimas empresas que han invertido de manera significativa fuera de nuestro territorio. La inversión extranjera directa relevante no solo es la receptiva (la que las empresas extranjeras efectúan en nuestro país) sino que en el mundo se alimenta regular y funcionalmente también la emisiva (en 2020, aun en plena pandemia, las empresas invirtieron fuera de sus países de origen 850.000 millones de dólares en el planeta). Cuando las empresas invierten fuera de sus países en la gran mayoría de los casos crecen en dimensión, elevan su capacidad competitiva, mejoran su capacidad tecnológica, diversifican mercados, amplían su posibilidad de financiamiento y fundamentalmente fortalecen su capacidad de participación en redes internacionales de producción y comercialización. Se benefician incluso en sus países de origen por su mejora estructural internacional.

Una de las razones por las que nuestro país tiene una paupérrima performance exportadora es que son muy pocas las empresas argentinas que participan en cadenas internacionales de relacionamiento productivo (CGV), en las que se trabaja con socios diversos más allá de las fronteras. Son las arquitectura vinculares suprafronterizas.

Hoy las empresas líderes en el planeta son “multi-pais”. Y como consecuencia de ello son “multi-industria” (porque actúan en varios sectores) y por ello son “multi-compañía” (operan en red con aliados fuera de sus países de origen) tal como enseña un reciente paper de la Universidad de Wharton.

Dice Rita Gunther McGrath (en su libro “The end of competitive advantage”) que las compañías que tienen éxito en el mundo ya no lo hacen por sus productos -cuyo ciclo de vida de acorta más y más- sino que lo hacen por su cualidad como empresas, por la que logran el mejor atributo al entender que las ventajas en un mercado son siempre transitorias por el evolucionismo tecnológico sorpresivo imparable y en la consecuente adaptabilidad corporativa al cambio permanente.

Por ello en materia de mejora competitiva ya no se trata meramente de exportar, invertir o comerciar sino de hacer negocios integrales internacionales. Muchos hablan ya incluso hasta de convertir a las pymes en micromultinacionales.

En el mundo, el 56% del total de exportaciones sumadas esta producido por empresas multinacionales, sea en sus países de origen o sea a través de sucursales en el exterior. Y el 66% del producto mundial total es producido por multinacionales en sus países o en sucursales exteriores.

Ante esto, una debilidad pocas veces apuntada que padecemos en Argentina es la escasísima cantidad de empresas internacionales.

Empresas brasileñas han invertido fuera de su país (hasta 2019 inclusive) 223.000 millones de dólares (stock total); una cifra parecida a la que han invertido empresas mexicanas, que lo hicieron en 230.000 millones de dólares. Las de Chile lo han hecho en 131.000 millones de dólares mientras las de Colombia en 63.000 millones. Las de Argentina, en tanto, -según datos de UNCTAD- lo han hecho en solo 43.000 millones de dólares. La inversión extranjera emisiva de empresas argentinas alcanza solo al 5,6% de la que se computa como proveniente de todos los países latinoamericanos sumados (la suma regional es 762.000 millones de dólares).

Según datos de la OCDE la inversión argentina fuera de su país apenas alcanza el 0,12% del total similar mundial (es una participación que ronda apenas un cuarto de la participación del PBI de Argentina en el producto bruto mundial, lo que muestra la infraparticipación de la inversión externa emisiva de nuestro país en el planeta). Es consecuencia de ello que entre las multinacionales de origen latinoamericano (multilatinas) solo son argentinas 7 empresas. Hay más “multilatinas” provenientes de México, Brasil, Chile, Colombia o Panamá.

En el mundo el stock de inversión extranjera en todos los países supera los 37 billones de dólares. Estados Unidos, los Países Bajos, China, el Reino Unido, Alemania, Francia y Japón lideran la emisión de inversión extranjera. Pero hay a la vez no pocos países emergentes que lo han hecho de modo destacado, como Sudáfrica, Singapur o Arabia Saudita.

Argentina carece de un número relevante de empresas internacionalizadas. No es casual entonces que si se analizan las exportaciones de nuestro país se detecta que en el ultimo año en el que se operó en condiciones normales (2019, antes del pandémico 2020), solo 13 empresas argentinas lograron exportar por más de 1000 millones de dólares anuales; mientras solo 59 lo hicieron por las de 100 millones anuales. Y estas cifras son las normalmente repetidas en años convencionales.

Además, en el último decenio en Latinoamérica la cantidad total de empresas que exportan creció 11%; con casos de altos crecimientos como Paraguay (creció 16%), Colombia (13%) o Brasil (10%). Pero en ese lapso la cantidad de empresas exportadoras en Argentina decreció más de 25% (solo en tres países de la región aquel número descendió).

Pues bien: una manera en la que los países han logrado mejorar sus estándares de vida es la generación de ecosistemas en los que personas, organizaciones y redes de vinculación de inversión, conocimiento, producción y comercio abastecen necesidades de los demás.

Se trata de empresas internacionalizadas. Una asignatura pendiente en Argentina.