Hace unos días, el Foro Económico Mundial publicó un novedoso Índice de Movilidad Social donde compara a 82 economías, incluyendo a Argentina. Aunque usted no lo crea, no ocupamos un buen lugar en el ranking. La economía mejor posicionada de América Latina es Uruguay, en el puesto 35º. La número 1 del mundo, Dinamarca.

Pensar en términos de movilidad social nos permite razonar la política pública desde el punto de vista del individuo. La pregunta relevante es ¿cuántas oportunidades tengo para estar mejor? Y, ¿las puedo aprovechar? Esto tiene que ver con las oportunidades educativas, las laborales, el acceso a la salud, y, también, con el comercio internacional.

En muchos países, la globalización y el libre comercio son presentados como las causas que impulsan la desigualdad, la pobreza y la menor movilidad social. En cambio, el proteccionismo se ofrece como una política comercial con mayor conciencia social. Ya sea por convencimiento o por conveniencia política, se buscan restringir las exportaciones y las importaciones, acompañando cada incremento en los costos del comercio con algún argumento del tipo “hay que evitar la suba de los precios internos” o “hay que cuidar los empleos de los más vulnerables”.

Culpar al comercio suele ser una salida fácil ante el fracaso de la política económica. La razón de nuestro fracaso no somos nosotros, son ellos. Son las importaciones que destruyen empleo, o las exportaciones que hacen subir los precios y consolidan la pobreza. Con algunas pequeñas excepciones, Argentina ha aplicado de manera sistemática esta visión. Y los argentinos han pagado los costos de hacerlo.

La realidad es que el comercio ha sido uno de los pilares de la movilidad social. En las últimas tres décadas, la integración de las economías y el mayor comercio fueron una pieza clave para que más de mil millones de personas salieran de la pobreza en todo el mundo. De la mano de un intercambio comercial global récord, en 2018 ocurrió algo histórico: por primera vez en más de 10 mil años de historia, más de la mitad de la población global (3,8 mil millones de personas) era de clase media o más rica, según estimaciones de Brookings Institution.

En Argentina seguimos firmes, avanzando en sentido contrario. Nuestra política comercial, en lugar de acercarnos las oportunidades que ofrece el mundo, las aleja: cierre de exportaciones, derechos de exportación, parálisis en la negociación de acuerdos comerciales, conflictos en el Mercosur, aranceles de importación entre los más altos del mundo, controles burocráticos, exigencias incumplibles por los emprendedores y PyMEs.

La última idea revolucionaria ha sido colocar un nuevo impuesto a las computadoras importadas, algo que va a aumentar los precios, disminuir su variedad y reducir su acceso a las familias de menores recursos. Se ignora (o tal vez no) el impacto dañino que tendrá en la educación y formación de los jóvenes, en sus capacidades para aprovechar oportunidades, en el dinamismo empresarial y en la movilidad social del país.

También estamos imponiendo elevados aranceles y trabas no arancelarias a los insumos importados. Empresas que quieren producir o mejorar sus estándares de producción no pueden hacerlo, lo que muchas veces las hace perder clientes (internos y externos). Además, el proteccionismo ha generado menor competencia e incluso monopolios en algunos mercados, que frenan el dinamismo económico. La contracara de nuestro ecosistema empresarial golpeado y reducido es un ecosistema laboral sin dinamismo y que privilegia el empleo en negro. Las inversiones no llegan y los trabajadores tienen pocas oportunidades, lo que les hace imposible escalar socialmente.

En Argentina la respuesta a ¿cuántas oportunidades tengo para estar mejor? pasó de ser “muchas”, a “algunas” para hoy ser “pocas”. Podemos seguir culpando a la globalización del aumento de la pobreza que hemos visto en las últimas décadas. Podemos seguir repitiendo que la baja movilidad social nada tiene que ver con ser una de las 10 economías más cerradas del mundo. Y también podemos seguir convenciéndonos que el hecho de aplicar políticas proteccionistas por décadas no está relacionado a la nula creación de empleo privado. En algún momento, espero, nos daremos cuenta que nuestra política comercial proteccionista no es suficiente para nuestras aspiraciones de desarrollo con inclusión.