Hemos mordido el anzuelo y caímos de nuevo en un déficit fiscal de más de 3% del PBI quitando todo el gasto relacionado con la pandemia. Por supuesto, hubo una caída de ingresos, pero así y todo la posición hubiese terminado deficitaria.

El problema es otra vez la situación, cada vez peor, del rebrote de Covid que pone en dudas la pauta de la Ley de Presupuesto Nacional de 4,5% del PBI para este año. Una meta que, si bien no tenía en cuenta los ingresos que tendrá el Tesoro por el aporte extraordinario a las grandes fortunas (aproximadamente 0,8% del PBI), también eliminaba todo el gasto relacionado con la pandemia. Ya con vacunas, la supuesta dicotomía entre salud y economía desaparece. Pero, por ahora la logística corre detrás del rebrote.

En caso de tener éxito por el lado sanitario, en nuestra opinión, la meta del 4,5% debería ser revisada a la baja. Aunque el mundo navegue en mares de dólares, a nuestro país no llegan y las necesidades de financiamiento obligarán a emitir más de $ 1 Bn para cumplir la promesa del ministro de financiar sólo el 60% del gap. La aceleración de la tasa de inflación no da margen para coquetear con una brecha fiscal más alta que derive en más pesos excedentes.

No obstante, desde Economía se insiste con una reactivación de la economía impulsada por el gasto público, mientras que el sector privado mira con desconfianza el descalabro monetario, la desalineación entre la tasa de inflación y las tasas de interés, y las tensiones con algunos sectores exportadores. En ese contexto, quizás un poco de prudencia fiscal sería un gesto que muestre que existen intenciones de encauzar y regresar al camino de una corrección de los desequilibrios, cuya prolongación en el tiempo seguirá dificultando alcanzar una macroeconomía estable.

Merced de la pandemia, el Gobierno no parece decidido a encarar grandes cambios: aún sostenemos un alto déficit fiscal y su financiamiento con señoreaje. Si bien es difícil criticar el deterioro de las cuentas fiscales en un año en que todo el mundo se vio expuesto a caídas en sus ingresos y aumentos en sus egresos, existen otros frentes donde el manejo fue más improvisado y cortoplacista, como el cambiario o el monetario. La displicencia del BCRA respecto al impacto en precios hace prever que tampoco habrá una suba de tasas, cuestión que también está condicionada por los casi 10 puntos del PBI en pasivos remunerados de la autoridad monetaria.

Mientras el dólar libre esté calmo, no va a haber un golpe de timón. Hubo una sobreactuación en octubre pasado, pero fue pura retórica para ‘calmar al mercado’. El compromiso en la devolución de adelantos transitorios duró poco y los giros de utilidades disponibles se utilizaron en su totalidad. Parece que vamos camino a un acostumbramiento de vivir nuevamente con el pie en el acelerador del gasto. Sin embargo, habrá que ver si es suficiente y hasta cuándo se puede seguir en este camino teniendo la negociación abierta con el FMI y, principalmente, si la ‘ansiedad’ empieza a caminar por el mercado nuevamente.

Independientemente de quién tenga más poder, la política económica parece ser mucho más parecida a la que tuvo la vicepresidenta en su último mandato, que a la que añora Alberto Fernández en los tiempos de Néstor Kirchner. Por necesidad o por convicción, se va borrando la idea del giro hacia la ortodoxia que se preveía en aquellos meses de turbulencia cambiaria.

El único bastión que se mantiene es el de no utilizar al dólar como ancla de precios. Por ahora los salarios, precios regulados y un dólar estabilizado permiten que no se explore ese camino. Sería una mala señal tener que recurrir a esa herramienta que, como varias de las políticas mencionadas, ya son parte de las costumbres argentinas.