Hace algunos días, salieron las proyecciones de crecimiento del Banco Mundial para la región Latinoamérica y en las estimaciones para nuestro país se observa un crecimiento del 6,4%, muy por arriba del promedio de la región que se proyecta una suba del 5,2%.

Muy probablemente éste año nuestro país registre una suba de entre el 6,3% y el 6,5%; no obstante, esto solo constituye arrastre estadístico. La variación positiva que vamos a tener éste año surge de comparar dos años con el promedio anual del PBI.

Como el año pasado fue un año muy malo donde las restricciones sanitarias generaron la paralización económica del país, al contrastarlo con un 2021 donde las actividades se flexibilizaron, la variación es positiva. Esto contemplando una pequeña recesión en los meses que van de abril a junio, resultado de las nuevas restricciones implementadas por la segunda ola.

Por lo tanto, si tomamos tomamos el promedio trimestral de la serie desestacionalizada del EMAE del INDEC, con una estimación del 2,4% de caída para el segundo trimestre del año, la economía crecería 6,3%.

Hasta ahora, el sector más afectado por las restricciones impuestas hace semanas –que se prevé se mantendrían durante todo el invierno- es el gastronómico y el servicio de hoteles; sin embargo, no explican mucho el PBI en relación al resto de los sectores, por lo que el impacto en magnitudes no es tan grande.

Además, un dato a tener en cuenta, es que, a diferencia del año pasado, muchos sectores de servicios pudieron desplazarse a la modalidad virtual, por lo que el impacto es mucho más bajo si lo comparamos con el 2020. Asimismo, un porcentaje de aquellas actividades que fueron fuertemente golpeadas el año pasado, se reinventaron en otras actividades más esenciales.

Fue así como se registró un desplazamiento desde los centros hacia las periferias y el incremento de venta de productos alimenticios, limpieza, etc. Esto último se debe a que las poblaciones ahora se encuentran muy empobrecidas, los servicios y productos que se ofrecen en el mercado son muy básicos.

También es posible que las restricciones se encrudezcan en el invierno dado el incremento del número de contagios y el lento proceso de vacunación. Por lo que, en ese caso, a economía se encontraría con una variación positiva del 6,0%. No obstante, son sólo algunos puntos porcentuales por debajo que la proyección inicial del gobierno. Así que, en el peor de los escenarios vamos a tener un crecimiento por encima de la región. Sin embargo, no hay nada para festejar.

Cabe ser redundante en éste punto, la situación socioeconómica sigue en un estado muy crítico con una tasa de pobreza que afecta a 4 de cada 10 argentinos y 6 de cada 10 niños. Además, no es noticia nueva ya que nuestro país es uno de los países de la región que más recesiones sufrió en las últimas décadas.

En los últimos 60 años la Argentina padeció 7 años caídas superiores al 5%. Si lo comparamos, en años, con respecto al  resto de los países de la región; le sigue Perú y Chile con 5 años; Uruguay con 4 años; México con 3; Bolivia, Colombia y Ecuador con 1; y, ni Brasil, ni Paraguay tuvieron a lo largo de toda su historia una caída mayor al 5%.

Más allá de los números, lo cierto es que nuestro país es un paciente con una enfermedad terminal. Hoy la economía argentina está sujeta a un montón de riesgos. Sin embargo, su principal problema es que el Estado gasta más de lo que le ingresa. En ese caso tenemos dos caminos. El primero, es el que te permitiría crecer, bajar el gasto público y para ello es imprescindible encarar una serie de reformas estructurales: achicar el tamaño del Estado, reforma laboral, bajar impuestos, reforma del sistema previsional y apertura comercial.

El segundo, es el recesivo, recurrir a formas de financiamiento que condenan la posibilidad de consolidar un crecimiento económico sostenible: incrementando impuestos, tomando deuda o emitiendo moneda local. Hasta que desde la política no se entienda eso, podemos olvidarnos de volver en algún momento a crecer.