La asunción de Sergio Massa como ministro de Economía estuvo rodeada de épica. Por supuesto que no era solo un nuevo ministro, era también una especie de relanzamiento de Gobierno donde visto como en juego de suma cero, gana poder el nuevo ministro y al mismo tiempo se licúa el poder de los otros dos socios políticos de la coalición oficialista que estaban empeorando en su imagen.

En parte es hasta normal y saludable que se muestre una especie de aire fresco en un ejecutivo que estaba “cansado” después de atravesar la pandemia, el confinamiento, crisis cambiarias, entre otros. No obstante, generó una expectativa que luego luce difícil de satisfacer. En la conferencia que siguió a su designación el flamante ministro anunció medidas que indican un rumbo correcto, pero carente de detalles. Es decir, títulos promisorios, pero sólo una medida concreta: una quita más pronunciada de subsidios económicos.

En materia estrictamente económica no representará un gran ahorro fiscal este año, tampoco un ahorro importante de divisas. Sin embargo, en materia política Sergio Massa pudo hacer en 4 días lo que el exministro de Economía, Martín Guzmán, no logró en 2 años. No es menor, parte de la crisis actual tiene fundamentos económicos y parte políticos.

Despejada la duda acerca de si Massa tiene el músculo político para llevar adelante su política económica, resta conocer cómo hará para empezar a solucionar los problemas propios de la economía. A fin de cuentas, el BCRA sigue perdiendo reservas, la brecha cambiaria supera el 100%, los bonos en moneda extranjera cotizan a paridades de default y el Banco Central está virtualmente quebrado.

Bajo este panorama la receta tradicional (y quizás la única efectiva) es devaluar el precio de la moneda local. Aquí ya entonces pasa por la disposición y convicción del ministro para llevar adelante ese ajuste que es más costoso que simplemente aumentar tarifas. No sólo por la inflación que se aceleraría, sino también por las medidas distributivas que deberían acompañar mientras se encuentra un nuevo nivel de tipo de cambio real.

Quien hasta ayer sonaba como nuevo secretario de Programación Económica, Gabriel Rubinstein, escribía hace no mucho acerca de que el plan de estabilización exitoso se daría con un tipo de cambio oficial más elevado e inflación casi llegando al 100% para 2022. Asimismo, hace apenas 10 días en su cuenta de Twitter publicó en línea con lo mencionado anteriormente que “cuando se crean expectativas de que va a haber cambios, y después no se concreta en medidas, o no se respetan, la situación empeora aún más.”

Justamente en esa situación estamos, mucha expectativa y pocas medidas concretas. Entendible para un nuevo gabinete económico que aún no logró sentarse si quiera en sus nuevas sillas. Serán necesarios anuncios contundentes antes de que finalice el siguiente mes. Caso contrario la sensación de falta de control volverá y el nuevo punto de partida será cada vez peor.