La “pandemia Covid-19” acabó con el equivalente a 255 M de puestos de trabajo, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), y promete acabar con otros 90 M en 2021, reporta Bloomberg con muy poca precisión ya que, si bien el virus puede infectar a muchos e incluso terminar matándolos, no tiene nada que ver con estas pérdidas de trabajo, sino que son la consecuencia directa de las cuarentenas, de las prohibiciones a circular y trabajar impuestas por los gobiernos.

No es casual, según cuenta Michael Every de Rabobank, que la última encuesta global de Edelman muestra que solo el 53% de los encuestados en 22 países confían en los medios tradicionales que cada vez tienen menos ingresos, en buena parte debido a la competencia de Internet. Mientras que Jeff Bezos compró The Washington Post, al que financia y le impone su criterio editorial; The Guardian, que sobrevive gracias a un fideicomiso, reporta que los "líderes de opinión" tienen la oportunidad de escribir el sitio web de Rolling Stone si pagan USD 2.000.

Como ejemplo de manipulación de noticias, según Every, véase como, mientras todo el mundo habla de la deuda de EE.UU. y de pasarse de dólares a yuanes, nadie dice que el déficit fiscal chino consolidado fue del 18,2% del PBI en 2020, y la deuda pública aumentada se estima en 92% del PBI y no para de crecer.

“El daño causado por la ‘pandemia’ en 2020 no tiene precedentes históricos y es aproximadamente cuatro veces mayor que durante la crisis financiera de 2009, dijo la OIT” continúa el reporte de Bloomberg. Claro que este echarle la culpa a la “pandemia”, dejando de lado la directa responsabilidad de los Estados que, literalmente, prohibieron trabajar, no es casual: la culpa no sería de los gobiernos, sino que, por el contrario, sin estos las cosas habrían sido mucho peores de modo que es hora del “Gran Reinicio” (The Great Reset).

Siempre me llamó la atención cómo, un organismo -aunque sea privado- cuya principal fuente de financiación son los gobiernos, o multinacionales asociadas con Estados, y que siempre convoca a la primera línea de los políticos y burócratas como es el caso del Foro Económico Mundial (FEM), podía decirse “promercado”. Y, sin dudas, en todas sus reuniones anuales prevalecieron los llamados a una mayor intervención de los Estados, como siempre, a costa del ciudadano común.

Cuenta Michael Rectenwald, del Instituto Mises, que el hombre del “Gran Reinicio” se llama Klaus Schwab, el fundador del FEM en cuyo sitio web puede encontrarse un artículo de su autoría (“Now is the time for a ‘great reset'”)  donde explica que “cada país -léase gobierno- desde EE.UU. a China debe participar en la transformación… necesitamos un “Gran reinicio” del capitalismo… Aún más, los gobiernos deberían implementar reformas de largo plazo para promover el igualitarismo”.

Aunque Schwab ha estado promoviendo el Gran Reinicio durante años, la crisis del Covid le ha proporcionado un pretexto para relanzarlo con fuerza y sugiere que los cambios se realizarán, o deberían realizarse, de modo de producir una nueva normalidad: en términos de la convergencia de los sistemas económicos, monetarios, tecnológicos, médicos, genómicos, ambientales, militares y de gobierno, grandes transformaciones en cada uno de estos dominios, cambios que, no solo alterarían el mundo, sino que también nos llevarían a "cuestionar qué significa ser humano".

Siempre claro, con la supra dirección del Estado: una moneda digital, incluida en una centralización consolidada de la banca y las cuentas bancarias, impuestos inmediatos en tiempo real, tasas de interés negativas y vigilancia y control centralizados sobre el gasto y la deuda, la “Cuarta Revolución Industrial” o transhumanismo, que incluye la expansión de la genómica, la nanotecnología y la robótica y su penetración en el cuerpo y el cerebro humanos.

Obviamente, "el Gran Reinicio" no es más que una campaña de propaganda envuelta en un manto de inevitabilidad que, por supuesto, nunca se logrará sencillamente porque va contra, precisamente, la normalidad, la naturaleza humana, para empezar, su libertad personal. Que, independientemente de si el Covid es tan grave o no, mientras el Estado destruye puestos de trabajo, la iniciativa privada, ha demostrado que puede resolver cualquier epidemia con mayor eficacia.

Los grandes ideólogos siempre han engañado al público debido a sus propios intereses y le han hecho creer que el mercado son supra organizaciones en lugar de lo que realmente es: las personas comunes, como el zapatero o el mecánico del barrio trabajando en paz -con ausencia de coacción estatal o de quién venga- y libertad.

Es insólito, por otro ejemplo, que un banco (multi) estatal y que, por ende, necesita del Estado grande para financiarse, y nacido de ideólogos keynesianos como es el FMI sea para muchos un organismo “promercado” cuando suele promover, entre otras cosas, la reducción de los déficits fiscales pero, en buena parte, a costa de subir impuestos, esto es, que el ciudadano común -el verdadero mercado- financie las aventuras de los Estados.

Y además lo hace de manera demagógica. Su actual jefe, la economista búlgara, siempre insiste en que su intención es que, luego de un tiempo de aplicadas las recetas del FMI bajo su gestión, un país debería reducir los índices de pobreza y no aumentarlos. Algo que no se logró en casi toda la historia del FMI. Pero no importa, lo que importa no es que no se logre, sino que la opinión pública lo crea.

Lejos de ser promercado, esto es, jugar a favor de la gente común -normal, natural- el FEM propone cambiar al ciudadano común, utilizando la fuerza de los Estados, mientras que el FMI financia a gobiernos fracasados que, precisamente, por ser inviables no consiguen financiación privada, como cuando Lagarde financió al de Macri por nombrar al último, permitiéndoles continuar en lugar de enfrentarse a la realidad y reconvertirse para ser menos ineficientes.