“...quien deja a un lado lo que se hace por lo que se debería hacer, aprende ante su ruina que su preservación: porque un hombre que quiera hacer en todos los puntos profesión de bueno, labrará necesariamente su ruina entre tantos que no lo son. Por todo ello es necesario a un príncipe, si se quiere mantener, que aprenda a ser no bueno y a usar o no usar esta capacidad en función de la necesidad”

Nicolás Maquiavelo, El Príncipe.

Esta apreciación del pensador florentino, escrita en 1513, parece dar igual para un príncipe o para un jefe de gobierno si se extrema la analogía al contexto argentino actual. El dilema Larreta consiste en hacer lo que se debiera hacer en un escenario electoral de no-ficción. Su preocupación ya no radica en su vínculo con los enemigos, con los que encuentra canales de diálogo cuando “las papas queman”, sino entre los suyos que parecen tener un desmedido poder de inclinar su balanza. El espacio de los “sin tierra”, que engloba más que a los dirigentes bonaerenses que dejaron sus pagos en manos del FdT, carga con el lastre (por usar un término popularizado por el presidente uruguayo) de las deudas que contrajo el “primer tiempo” de su espacio político. Y no son solo los 50.000 millones de dólares con los que el gobierno de Macri hizo fondo blanco sino su rol de guía espiritual en su frente electoral; aún, a sabiendas, que 7 de cada 10 argentinos no volvería a votarlo, para Larreta negar a Macri es, en términos ontológicos, negar su propio sustento.

Frente a esto, el comunicado de Juntos por el Cambio que condena las restricciones -como si se tratara de la negación de los derechos fundamentales- desnuda la incapacidad de los que tributan a la gobernabilidad frente a quiénes se alimentan de la ingobernabilidad. Los que tienen hambre de ser y los que buscan, como el príncipe, mantenerse. Es un juego de suma cero que enfrenta a sus tribus entre sí. En este contexto, resultaría difícil explayarse en la arena política o hacer un llamado a sectores más progresistas que oxigenen el espacio ya que la virulencia misma de la interna no tiene quien la ordene o le fije límite alguno, aunque sí prioridades; por ahora, el odio está canalizado en contra del oficialismo (pese a que es un río, el del odio, que siempre está al límite de que desborde).

Así, tras la reunión de la mesa nacional de Juntos por el Cambio, se expresó la necesidad de defender la “mayor normalidad posible” en tiempos, digamos, de excepción. Patricia Bullrich, cabeza del PRO, hizo un llamado a resistir nuevas medidas y Gustavo Valdéz, gobernador de Corrientes, se sumó al comunicado. De manera curiosa, el correntino había dictaminado restricciones en su provincia retrocediendo a la fase 3 a la localidad de La Cruz por el aumento de contagios. Esto no pasó por alto en la clase política e, incluso, fue señalado por Axel Kicillof que apuntó a través de sus redes sociales a otro dirigente de JxC, el mendocino Alfredo Cornejo, al que calificó de “hipócrita” por sumarse al comunicado.

La bala pasó cerca de Larreta, de buen trato con la provincia y la nación. Pareciera ser el más equilibrista de la oposición pero hay una cacofonía en el doble discurso de los dirigentes de la oposición que satura los oídos de los que tienen responsabilidades. Acaso si no se trata de “hacer de bueno entre tantos que no lo son” quizás sí es momento de establecer simetrías, o congruencias, entre las expectativas de un año electoral y los desafíos de la pandemia. Hasta el momento parece que esto no ha de ser posible en el espacio mientras los principados se encuentren en juego.