La semana estuvo marcada por la ebullición del mercado de cambios a partir de una serie de factores que tuvieron un único actor en común: el BCRA.

Por un lado, se dieron a conocer nuevas restricciones a las operaciones de comercio exterior, regulando y complejizando aún más las compras de bienes y servicios. El Presidente parece haber cedido una vez más al pedido de la Vicepresidenta e implícitamente defendió las mayores restricciones argumentando que “el problema es que la economía crece mucho” o que transitamos una “crisis de crecimiento”.

En efecto, durante abril la industria creció 5% mensual y operó en niveles de principio de 2018, previo a la crisis cambiaria y financiera. Si bien es cierto que requiere de una serie de insumos extranjeros para funcionar, que generan cierto cuello de botella en el sector externo, el actual esquema de precios relativos (tipo de cambio, tarifas, brecha) actúa como combustible a la dinámica.

Sobre esto se agrega la presión que la escalada de los precios de la energía tiene sobre las cuentas externas dada la pérdida de soberanía energética. Pero más allá de esto, lo cierto es que manteniendo un nivel de actividad similar al de 2010, las cantidades importadas todavía no llegan a ese nivel. Así, podría pensarse que el “festival de importaciones” obedece a una cuestión de mayores precios, sumado a la incapacidad estructural de la economía argentina de generar las divisas suficientes para mantener la actividad y ampliar el stock de capital.

En conjunto con eso, el BCRA se encontró operando fuertemente en el mercado secundario de bonos, recomprando deuda (principalmente CER) en conjunto con el FGS del ANSES, apuntalando los precios e interviniendo así en la curva de rendimientos, alivianando la carga a la secretaría de Finanzas que tenía una tarea poco liviana por delante. La suma inyectada no resulta nada menor (se estima unos $ 600 MM, equivalentes a 0,77% del PBI en una semana).

La disyuntiva es entonces qué sucederá con esos nuevos pesos en circulación. Mientras parte de esos fondos e inversores que venden títulos migran hacia el CCL (brecha), otros precisan quedarse en pesos para hacer frente a sus necesidades de más corto plazo. En este sentido, se produciría un readecúo temporal de carteras.

Indistintamente de dónde deriven (fondos money market, ledes, UVA, etc), serán absorbidos eventualmente por el BCRA, sumándose al amplio stock de pasivos remunerados que ya alcanza $ 6,6 Billones, 1,7 veces la base monetaria (10% del PBI). Su resolución es una discusión que quedará para más adelante, mismo criterio que se mantiene desde 2019. Sin reservas que vender contra esa emisión potencial, el second best parecería ser actuar como un caballo con anteojeras, razón por la cual el monitoreo del mercado de dinero y los artilugios para sostener la deuda en pesos ocupan la escena principal. Cualquier incertidumbre respecto a su pago genera una dolarización de facto; en un actual esquema de fragilidad externa, asegurar el pago de la deuda local es menester, sin condiciones.

En suma, tanto las regulaciones de comercio exterior como las operaciones de mercado estimularon un recalentamiento en el mercado de dólares ‘libres’ donde el CCL alcanzó su máximo de $253 (congruente con un tipo de cambio real bilateral de 2,60 con EEUU), donde 20 pp. del 25% de aumento en lo que va del año se adicionaron tan sólo en los últimos 30 días.

No obstante, una buena noticia fue el resultado de la licitación de finales de mes en la que, pese a haber canjeado la mitad de los vencimientos originales ($ 300 MM), Finanzas logró una tasa de rollover

del 110% en todo el mes. La composición adquirida por la demanda no fue distinta a la de los últimos meses, una gran participación de letras y títulos indexados, pero con un vencimiento sensiblemente más corto: todas las letras vencen dentro de 2022. Un rasgo particular fue una licitación desierta de títulos dollar linked con vencimiento a 2024, dejando en evidencia que la comunicación entre los equipos entrantes y salientes de economía entre octubre y diciembre de 2023 deberá ser lo más aceitada posible de modo de llevar tranquilidad a los mercados y, especialmente, a la sociedad.

Así, el ministerio de Economía, sin la presencia de Martín Guzmán tras su sorpresiva renuncia, se muestra forzado a transitar aguas turbulentas intentando cerrar el programa financiero de este año, el cual apenas está por la mitad y todavía no ha visto su peor cara dada la estacionalidad del gasto. Pero, la deuda es sólo un tema de la agenda.