El mes pasado, los Ministros de Economía y de Desarrollo Productivo anunciaron que a partir de enero del año próximo se eliminarán los derechos de exportación de servicios para todas las industrias del conocimiento. Este es un reclamo planteado desde diversos sectores de la EdC, no sólo por su impacto económico sino por su valor simbólico: se hace imposible justificar ante el mundo que un país que dice estimular el desarrollo de estas industrias simultáneamente grave sus exportaciones.

Argentina es el único país en el mundo que aplica estos derechos y las únicas empresas exceptuadas de este cargo son las que están inscriptas en el incipiente Régimen de Economía del Conocimiento, por lo que el anuncio fue muy bien recibido por nuestro sector.

La eliminación de los derechos de exportación a los servicios es un paso indispensable que recupera algo de la competitividad que requiere nuestra oferta al mundo. Pero aún queda mucho camino por recorrer: la falta de acuerdos de doble tributación para evitar multiplicar los cargos fiscales por las exportaciones de servicios, la inestabilidad macroeconómica, y principalmente, la brecha cambiaria, son otros ejes que se deben abordar cuanto antes si queremos competir en el mercado global.

Esta combinación de factores tiene consecuencias muy nocivas para la sustentabilidad de nuestras industrias, que se valen de las capacidades intelectuales como insumos excluyentes.

La brecha cambiaria produce una importante fuga de talentos que descapitaliza nuestro ecosistema. Hoy vemos con mucha preocupación cómo profesionales que se formaron en la universidad pública y que nuestras empresas invirtieron importantes recursos en su entrenamiento profesional, eligen migrar a otros países, o bien, vender sus servicios a través de plataformas de trabajo freelance para recibir sus pagos en moneda dura.

La relación es directa: a mayor brecha cambiaria más salida de recursos calificados de la economía formal. Las empresas ingresan sus exportaciones a un dólar próximo a $100, a lo que se deduce el derecho de exportación, mientras que sus colaboradores reciben propuestas de trabajo desde el exterior a un dólar de más de $190.

Muchos dirán que en un mercado abierto y global como lo son las industrias del conocimiento, estos factores son uno de los tantos a sortear como parte de la competencia y que nos exigen mejorar los esquemas de compensación a los colaboradores. Sin embargo, estas asimetrías son tan significativas que deterioran nuestra competitividad y comprometen nuestro desarrollo a futuro, porque descapitalizamos nuestro ecosistema productivo.

En un contexto global en el que la creación de trabajo de alta calidad es un objetivo principal de los gobiernos, la fuga de talento que produce la brecha cambiaria nos coloca en una posición de alta vulnerabilidad.

Este impacto es muy sensible en el mercado laboral local porque la demanda de profesionales, principalmente aquellos especializados, supera ampliamente a la oferta. La consecuente escasez de recursos calificados afecta la competitividad de las firmas locales que deben competir con el resto del mundo, donde no hay “brechas” y los profesionales ganan su salario en monedas duras. 

Tenemos mucho por crecer si logramos remover los impedimentos que dificultan el despegue de uno de los sectores más dinámicos de la economía. Pocas industrias tienen la capacidad de escalar fácilmente hacia otros mercados, transformar la educación en productos y servicios exportables, generar empleo federal, de manera remota y con salarios por encima de la media, como las industrias del conocimiento.

Desde Argencon tenemos la convicción que la Economía del Conocimiento puede ser un faro de nuestra recuperación post pandemia y un elemento clave para posicionar a nuestro país en la escena global. Tenemos lo que pocos tienen, que es la creatividad de nuestra gente, avancemos en los acuerdos para evitar que cada día sean más quienes miran afuera como el único camino posible para hacer valer su talento.