Sin medias tintas, el 2020 será recordado como una película de terror para casi todos los que habitamos la República Argentina por distintas razones, con algunos destellos de comedia. Al comenzar la cuarentena, el gobierno presidido por Alberto Fernández indicó que entre salud y economía se inclinaría por la primera. Lamentablemente, el resultado ha sido deficiente en ambos aspectos.

En primer lugar, la economía argentina, que se encuentra estancada hace ya 10 años, sufrirá este año la peor caída de la actividad económica de su historia (hasta 26% interanual en el mes de abril según INDEC), con aumento de la desocupación (13.1% en el segundo trimestre 2020 según INDEC) , caída de la inversión en capital al nivel más bajo de la historia (9.5% del PBI en el segundo trimestre de 2020), cierre de empresas (más de 20 mil en los primeros meses de cuarentena), caída del poder adquisitivo e inflación “controlada” por congelamientos de tarifas y servicios regulados (36.4% y 42.8% los respectivos crecimientos interanuales a agosto). Esta última, aún pendiente de recibir el gran impacto que tendrá la gigantesca emisión monetaria (la Base Monetaria Amplia ya en 16.3% del PBI vs 11% a noviembre 2019) destinada a cubrir la caída en la recaudación y el gasto adicional (se estima un déficit primario de 7% del PBI para este año) en asistencia a distintos sectores altamente perjudicados por las restricciones de circulación impuestas por los distintos niveles de gobierno.

Desde el punto de vista social e institucional algunos casos resonantes como el de Facundo Astudillo y el de Solange Musse han revelado una situación de enorme avasallamiento por parte del estado a los derechos y libertades individuales de todos, en clara contradicción con nuestra Constitución Nacional y bajo la apacible mirada de la mayoría de los formadores de opinión y dirigentes (periodistas, panelistas, empresarios, artistas e influencers de redes sociales). 

Inmersos en un contexto difícil, lo natural sería esperar un futuro mejor. Sin embargo, la ilusión choca con el aspecto más negativo que tiene para mostrar Argentina: el círculo vicioso en el que está inmerso y las señales sobre el futuro, guías claves para la toma de decisiones de personas y empresas. Más allá del probable rebote que tendrá la economía en 2021, nuestro país se encuentra entrampado en un círculo vicioso que funciona de la siguiente manera:

-La penetración del empleo, ayuda, jubilaciones y pensiones estatales en la población (personas que dependen del estado) ha aumentado considerablemente desde el 2003 y es extremadamente elevada (de 6.2 a casi 20 millones a mitades del 2019).

-La población más joven es más pobre y tiene una educación deficiente que dificulta su empleabilidad en el futuro en trabajos que requerirán cada vez menos destrezas o capacidades manuales, por lo que requerirán mayor ayuda estatal

-Gran parte del sector privado se encuentra maniatado por la presión impositiva y regulatoria de todos los niveles de gobierno (nacional, provincial y municipal) y ha perdido dinamismo, siendo cada vez más difícil la generación de empleo genuino y mayor la informalidad en la actividad económica y las relaciones laborales. Como se dice por estos días, y como he visto como consultor en distintas empresas, Argentina representa para las grandes empresas multinacionales el 0.01% de su facturación y el 10% de sus problemas

-Un zeitgeist (espíritu de época) preponderante en jóvenes (y no tanto) profesionales que ven en otros países la oportunidad de desarrollarse en un entorno social y económico más favorable, generando una salida por goteo pero permanente de personas que sostienen con su generación de valor e impuestos el auxilio estatal necesario para el grupo social que lo necesita

-Un estado que ante la ausencia de generación de empleo y riqueza privada refuerza con más ayuda o empleo estatal, debiendo aumentar entonces la presión impositiva.

Como si este círculo de 5 etapas no fuera suficiente, por medio de parches y medidas cortoplacistas el kirchnerismo ha enviado en los últimos meses diversas señales - algunas pequeñas y otras más grandes- de alto daño en el mediano y largo plazo a distintos sectores de la economía y la sociedad: impuesto a la riqueza, renovado y endurecido cepo cambiario, restricciones para importaciones y envío de dinero al exterior, bloqueo de alternativas a Latam para monopolizar el espacio aéreo con Aerolíneas Argentinas, intento por estatizar Vicentin, intento por reformar la justicia para favorecer a su líder, Cristina Fernández de Kirchner, una moratoria impositiva hecha a la medida de Cristóbal López, manipulación de estadísticas sanitarias, enfriamiento de las negociaciones con la UE por el tratado de libre comercio, entre otras.

Al ponderar el panorama argentino para los próximos años, éste luce desalentador. Sólo una agenda de cambios profundos a nivel impositivo y regulatorio que permita crear un clima de negocios propicio para la creación de valor y generación de empleo genuino en el sector privado podrá romper la inercia en la que estamos. Es la única alternativa posible para crear una Argentina próspera en la que todos tengamos la libertad y la capacidad para elegir nuestro camino.