Lo que se observa en las últimas semanas es una política de atraso cambiario. Una constante en el 2013, 2015, 2017, 2019 y que en 2021 no sería ni es la excepción. Desde ya que no es una estrategia sostenible en el tiempo y menos con niveles de inflación corriendo a más del 50% en términos interanuales. Lo que se evidenció en esos años fue un desequilibrio cambiario que se acumula; que se dispara, post elecciones, la cotización del dólar oficial y la inflación se acelera, por carácter transitivo.

La política de atraso cambiario como medida antinflacionaria ha sido la regla en los años electorales, buscando contener las presiones inflacionarias en los meses previos a las elecciones para potenciar el consumo interno (al menos en la previa a las elecciones). Y como ha sido habitual, tras acumular el desequilibrio, se hace inevitable el ajuste posterior.

¿Qué fue lo que se observó en aquellos años y en este vuelve a suceder? Un nivel de inflación y dólar que viajan más lento y post elección se dispara el dólar y el proceso inflacionario acelera. En aquel 2013, entre marzo y septiembre, el dólar aumentó 12,8% y, en los 6 meses posteriores a la elección, el dólar oficial pasó de $5,7 a $7,9. En otras palabras, hubo un incremento equivalente al 38,2% (incluyendo la devaluación de 20% en enero de 2014). Si analizamos los semestres, vemos que la inflación en los 6 meses previos a la elección era de 2% mensual. Mientras que los 6 meses posteriores alcanzó el 3,3% mensual.

Asimismo la dinámica entre el dólar y el sistema de precios fue análoga en el año 2015 pero con un atraso cambiario aún mayor, que complico más el panorama. El dólar, en aquel entonces, registró apenas un salto del 6,7% en los 6 meses previos a la elección y en la post elección el salto fue de 60% (con la apertura del cepo cambiario al comienzo del cambio de gestión). Había un valor de $9,3 en septiembre de 2015 y pasó a $15 en marzo de 2016. Vale mencionar que ya desde antes había un fuerte atraso cambiario: unos 68 pesos a valores de hoy, frente al dólar oficial mayorista actual de 98 pesos. Ya para el año 2017, el dólar se movió en los 6 meses previos sólo 11%, mientras que en los 6 meses posteriores subió 17,3%. Aunque, con la crisis de abril de 2018 (subprime), se observó la devaluación fuerte ante la salida masiva de capitales. Por su parte, el nivel de inflación se aceleró de 1,7% a 2,1%. Pero de nuevo, en abril 2018 empezó la disparada.

El 2019 fue muy particular ya que esa dinámica entre precios y dólar oficial cambió tras la elección de agosto de 2019. Con posterioridad a las primarias, el dólar oficial pasó de $45 a $60. De esta forma, en el acumulado de los 6 meses previos a las elecciones, el dólar subió sólo 13,7%. Ahora, en los siguientes 6 meses el dólar acumuló 41,1%. La dinámica se aceleró fuertemente, a la vez que la inflación que corría al 3,3% mensual, por la estampida cambiaria del año anterior, subió otro escalón a 3,9% mensual en los 6 meses siguientes.

¿En qué condiciones llegamos al 2021, post crisis Covid-19? Ya para marzo, se agudizó el atraso cambiario y el dólar oficial prácticamente subió a un ritmo de solo 1% mensual, acumulando sólo un incremento de 7,9% entre marzo y septiembre. De aquí en adelante, tendremos que ver la magnitud del impacto post electoral. Si tenemos un escenario parecido al del 2013, el dólar se debería multiplicar por 3. En otras palabras, aumentar un 23,8% en 6 meses. Cabe señalar que ese escenario sería bastante complejo dados los fundamentals de la macro actual (inflación superior al 50%, atraso de tarifas de servicios públicos y negociaciones con el FMI para suprimir subsidios energéticos y déficit fiscal mediante). Dada esta coyuntura, de replicarse ese comportamiento, habría un fuerte salto inflacionario.

Si pensamos en el promedio de la suba de los 6 meses posteriores en las elecciones de los años 2013, 2015 y 2019, aunque con macros diferentes, estamos hablando de 1,5 veces. Otro aspecto nada menor son las reservas netas del BCRA. Con un nivel mínimo de reservas liquidas (de libre disponibilidad), una brecha cambiaria récord y un atraso del dólar similar al del 2013, el panorama se vislumbra más complejo que el del 2019. De cara a corregir desequilibrios estructurales de varios años atrás, que la pandemia no los trajo sino que los potenció, un esquema fiscal y monetario sólido y consistente es la única salida posible. Mucho más en la previa a un eventual acuerdo con el FMI, que podría llegar a anclar las expectativas y evitar otra crisis. Los condicionamientos del FMI como así también dicho esquema fiscal y monetario necesariamente demandarán un consenso de todo el arco político dirigencial.