A nivel mundial, terminamos con una contracción del 4,4% del producto bruto global y el 8,2% del producto bruto de Latinoamérica. Argentina con un 12% de contracción aproximada y en los primeros puestos en el índice de fallecimientos por millón de habitantes.

Los efectos del lockdown se vieron reflejados en una tasa de desempleo corregida por inactividad que llegó a casi el 30% en el segundo trimestre del año y se ubicó en el 20% en el tercero o en la tasa de pobreza que superó el 43% en el peor momento y que cerraría en torno al 41%, lo que significa la mayor tasa de pobreza de los últimos 15 años.

Si bien la crisis por el Covid-19 golpeo a todo el planeta, resulta fundamental identificar los problemas estructurales que la economía Argentina venía arrastrando hace años. El 2020 fue el telón final de una década entera sin crecimiento económico, ya que luego de una expansión en el 2011 no tuvimos dos años consecutivos con variaciones positivas en el PBI. Arrastrándonos a una contracción del PBI per cápita del 18% en los últimos diez años.

Los grandes desequilibrios macroeconómicos de corto plazo que tendrán que ser corregidos. El año concluiría con un déficit fiscal total de casi 9 puntos del PBI, habiendo sido financiado con emisión monetaria lo que deja a la economía con un importante sobrante que debe ser esterilizado. La caja de resonancia de estos desequilibrios es el mercado cambiario que, aún con los estrictos controles impuestos, está bajo presión y con una brecha que parece no achicarse del 70%. Un problema de corto plazo que pareciera estar transformándose en un problema de desbalance fiscal estructural.

Por una parte, de la nueva fórmula de movilidad de las prestaciones sociales depende la evolución del 55% del gasto público primario, equivalente a 10 puntos PBI. Con una economía sin crecimiento, el gasto social (pensemos que experimento una dinámica fuertemente expansiva, creciendo en pocos años en más de 3 puntos del PBI) puede volverse explosivo y ese será uno de los grandes desafíos que tendremos por delante, para que no desemboque en una crisis fiscal aún peor.

Por otra parte, políticas sectoriales como la energética, implicaron el regreso del congelamiento de tarifas, que han vuelto a generar desinversión y parálisis. En el plano del mercado laboral, se siguieron adicionando intervenciones y rigideces que ahora parecen difíciles de ser removidas. Al mismo tiempo, la suspensión repentina de la exportación de maíz vuelve a generar  efectos distorsivos en los precios internos y tendrá un impacto negativo sobre la superficie sembrada, lo que generará una menor oferta de dólares por vía de las exportaciones.

En materia fiscal, la Argentina posee una gran deuda de años ya que lejos estaríamos de vislumbrar un esquema con menos presión y mayor simplificación. Mientras que se suspendió por un año más el Consenso Fiscal firmado entre el Estado Nacional y las provincias para reducir impuestos provinciales, se crearon 15 nuevas imposiciones o aumentos tales como el impuesto a las transacciones en moneda extranjera, la suspensión de la rebaja de cargas sociales, el aumento de impuestos internos a los productos electrónicos, el incremento de retenciones, el impuesto solidario a la riqueza, entre otros.

Asimismo, la economía Argentina terminó en el 2020 con una calma financiera no muy robusta. Los depósitos a plazo fijo en pesos se estabilizaron, los depósitos en dólares subieron u$s 838 millones desde mediados de Noviembre y el BCRA compró en Diciembre unos u$s 600 millones (el 14% de los u$s 4.300 millones que había vendido entre agosto y noviembre para evitar una devaluación). Los riesgos de una espiralización, que teníamos en octubre, se disiparon pero las preocupaciones hoy están en la brecha cambiaria que volvió a dispararse (con el blue) y el riesgo país que se mantiene sobre los 1.300 puntos básicos.

En este aspecto, se llegó a diciembre mucho mejor de lo esperado, debido a varias cuestiones que sucedieron en los últimos meses del año. ¿Por qué? Entre Agosto y Octubre, el BCRA vendió reservas en el mercado de cambios, para evitar una devaluación del dólar oficial, por un total de u$s 3.987 millones. Es decir, un ritmo de venta insostenible en el tiempo. A partir de Noviembre pudo morigerar el ritmo de ventas. Ya en Diciembre,  con el inicio de la “cosecha fina” del agro, el BCRA logró comprar u$S 356 millones (hasta el 22/12, último dato oficial disponible) .

Otro problema fue la incertidumbre generada por las restricciones cambiarias a mediados de Septiembre, sumadas a la incertidumbre macroeconómica, propiciando el retiro de depósitos en dólares. Entre el 15/09 y el 11/11, los depósitos en dólares del sector privado cayeron en u$s 2.769 millones. A un ritmo de u$s 70 millones diarios. Sin embargo, el inicio de las negociaciones con el FMI y la reducción de la brecha cambiaria permitieron evitar una corrida bancaria y, entre 11/11 y 23/12, se registró un aumento del stock de depósitos en dólares de u$S 838 millones.

El tercer componente, que nos llevó a esta paz cambiaria no muy sólida, fue el stock de depósitos a plazo fijo del sector privado que comenzó a estancarse (en términos nominales) a mediados de septiembre con el cepo (agravado a fin de octubre con la disparada del dólar blue a $195). A partir de diciembre, la estabilización de las variables financieras y de la brecha cambiaria permitió un rebote en el stock de los depósitos a plazo fijo en pesos de $95.560 millones.

A pesar de un contexto interno complejo, en materia internacional vemos un atisbo de esperanza o al menos una coyuntura algo más favorable para la Argentina con precios internacionales de los commodities agrícolas que están en sus máximos de los últimos seis años. También, y por otra parte, con una liquidez global más que importante, el acceso al dinero y a tasas muy bajas es la norma, dadas las fuertes políticas monetarias expansivas de los bancos centrales.

A nivel local, algo que marcará la agenda del 2021, por su parte, es el Fondo Monetario Internacional y la renegociación. Tendremos que ver que surge de dicha puja y cuáles serán los condicionamientos ya que el organismo no tiene elementos concretos de enforcement y en cuestiones medulares, como la fórmula de movilidad, ya ha quedado expuesto que el Fondo no pudo tener injerencia.

Con un panorama no muy alentador, podría pensarse más en un efecto rebote como consecuencia de la normalización de la economía que en un crecimiento genuino que pueda mejorar la situación. El objetivo debe estar puesto en comenzar a corregir, con la velocidad que se pueda, los desequilibrios macroeconómicos. Con este panorama, la posibilidad de una nueva crisis cambiaria, con aceleración inflacionaria y una interrupción incluso del mínimo rebote del ciclo económico, deberá ser, en el corto, lo que se tendrá que evitar de la forma en la que se pueda.

Lo que hemos visto es que las variables que muestran que aún la "batalla" contra las expectativas no está ganada, con una precaria estabilidad financiera, son dos: la brecha cambiaria y el riesgo país. Condición necesaria pero no suficiente para reducir las expectativas de devaluación, será cerrar un acuerdo entre marzo y abril con el Fondo. Y, en el medio, el Banco Central deberá subir más la tasa de interés (de los depositantes y de los créditos) para contener la dolarización y el Tesoro deberá mostrar los números de la reducción del déficit fiscal (con la eliminación del gasto Covid-19, la contención del gasto previsional y la mejora de la recaudación a la par de la recuperación de la actividad económica), para achicar la emisión. Argentina no podrá recuperar una dinámica de crecimiento sostenido, sin un programa de estabilización que corrija los sesgos de la política económica.