El combate a la inflación sigue siendo un paso pendiente estructural, que lleva casi veinte años. Sin una nominalidad más baja, Argentina va a seguir pagando costos de oportunidad en términos de un PBI potencial más bajo. Las fuentes de propagación se dan a partir de los menores incentivos al ahorro en moneda nacional de largo plazo, la imperfección de contratos y la ineficiencia de los mecanismos de indexación para reflejar correctamente los precios relativos de la economía. El tiempo de diagnósticos no se puede extender más. El desgaste de la ciudadanía por vivir continuamente con un entorno de media/alta inflación ya es mayúsculo. Nuestro país necesita logros concretos y sostenidos en el tiempo.

Este año la traza inflacionaria va a marcar entre 34% y 37 %. Se tratará de una reducción de entre 16 y 20 puntos respecto del 2019. Es un avance importante, y no puede ser minimizado. Sus causas son múltiples y la interpretación sigue en disputa en el campo de la economía política. Desde quienes vinculan esta caída puramente con la recesión y el congelamiento de precios, hasta los que tendemos a mirar más la tranquilidad del tipo de cambio oficial y la importancia de la administración de precios en rubros sensibles y de alta incidencia. Más allá del debate teórico e ideológico, el punto de partida este año será mucho más mejor.

Dentro del índice de precios 2020, conviven tres bloques bien diferenciados. Mientras al mes de octubre los regulados se mueven al 20%, la inflación núcleo aumenta 37,8% y los estacionales viajan al 74,3% en los últimos doce meses. Estas diferencias tan dramáticas es muy sintomática de cómo se viene dando la dinámica inflacionaria de este año. El anclaje tarifario y en combustibles permitió la moderación sobre los ítems regulados. De no haberse limitado los ajustes en agua, gas, electricidad, prepagas, telecomunicaciones y naftas, el IPC hubiera sumado aproximadamente cinco puntos porcentuales más a lo largo de este año. Es demasiado para este contexto de pandemia; fue apropiado haberlos planchado. Cargar mayores costos sobre las familias con salarios deprimidos no era una opción; más aún, cuando las empresas proveedoras tenían margen como para soportarlo tras años de contar con ingresos dolarizados. Pero lo que sigue inquietando es el segmento regulado, donde se destacan frutas, verduras y frescos. Si bien hay problemas productivos específicos, que generan cuellos de botella en la oferta, se deberá fortalecer los controles y ampliar la concertación con los actores privados para moderar subas muy considerables en productos que son relevantes para el día a día de las y los argentinos.

Con la reducción de contagios y la virtual eliminación de las medidas de restricción sanitaria, nos encaminamos a la liberación de varias de las anclas inflacionarias. En el primer trimestre del año se sucederán aumentos en regulados, aunque cambiando la lógica. Ahora las subas pasarán a seguir la evolución de los salarios y no incrementarán su peso sobre los presupuestos familiares. Será crucial el esquema de segmentación de estos aumentos, cuidando a los más vulnerados y a los sectores productivos. Paradójicamente las políticas contracíclicas implementadas en la pandemia facilitan datos cruciales a la hora de focalizar ayudas, retirando subsidios sobre sectores con alta capacidad contributiva.

Otra de las anclas inflacionarias que se empieza a levantar, tiene que ver con la puja distributiva. Este año los salarios van a correr por debajo de la inflación, aunque en 2021 empezará la marcha hacia la recuperación, con una hipótesis oficial que marca 4% de repunte por encima de la inflación. La dinámica de las paritarias sin lugar a dudar dará lugar a tensiones, con empresarios que en paralelo buscarán recomponer ratios de rentabilidad dañados tras tres años de recesión. La única salida del laberinto parece ser el crecimiento económico; que la torta crezca lo suficiente para que alcance a contentar a todos. Las señales que se puedan dar desde Economía para reforzar la credibilidad en los parámetros oficiales va a ser fundamental para coordinar expectativas, y que la puja salarial se procese naturalmente sin retroalimentar la trayectoria de precios.

Seguir combatiendo la inflación será el principal desafío para el año próximo. La proyección del Presupuesto del 29% constituye una meta compleja, pero no imposible. En cualquier caso, una contracción respecto de 2020 va a ser percibido como un éxito, en un año en el cual se liberarán muchos precios y la economía seguirá su recorrido hacia la normalización. Habiendo dado este primer paso, lo importante es no trastabillar. La experiencia 2016/19 nos mostró que un programa de desinflación demasiado ambicioso puede ser contraproducente. Sin pausa pero sin prisa, nuestro país tiene que seguir caminando hacia la consolidación de una macroeconomía más sana y estable. Sin que se escape la tortuga…