Nordhaus y Mac Rae a mediados de la década del setenta comenzaron con una extensa literatura acerca de la vinculación de los ciclos políticos con los ciclos económicos. La lógica era simple, los partidos oportunistas elegirán una política expansiva en la fase de elecciones a costa de pagar mayor inflación con menor desempleo. No es que el público no penalice la inflación, sino que tarda en incorporarla en la formación de precios y así el Gobierno promotor no paga un costo demasiado elevado en esta variable.

2022 se presenta como un año no electoral, pero se encamina a tener una inflación superior al 60%. Cabe preguntarse, ¿Qué nivel de inflación tolera el electorado, incluso prescindiendo del desempleo? Las últimas elecciones de medio término estuvieron marcadas en materia económica más por la depresión que por la inflación. Ese castigo, a la falta de dinamismo en la actividad, fue sólo una de las causas de la derrota del oficialismo, sólo una, pero importante.

El programa con el FMI ató de manos a la política oportunista para 2023 e implicará una aceleración de la inflación. Para peor, la actividad privada no aspira a crecer en forma de compensar el malestar del contexto actual. La economía podría crecer 3 puntos producto del arrastre estadístico, pero esto será narrativo ya que no se sostendrá en un bienestar concreto.

Lenin una vez dijo “hay décadas en las que no pasa nada y semanas en las que pasan décadas”. Las semanas donde se cerró el acuerdo con el FMI, el ala más kirchnerista del gobierno vio que se estaba sentenciando su posibilidad de gobernar en la próxima década. Ante esto la coalición se transformó en un disparate. El Secretario de Comercio, Roberto Feletti, acusa al ministro de Economía, Martín Guzmán, de no hacer nada contra la inflación; y la vicepresidente Cristina de Kirchner le regala un libro al presidente Alberto Fernández sobre el fin anticipado de un gobierno ahogado por la alta inflación. Lo peor es que se espera más conflictividad política dentro del seno del propio oficialismo.

En estas semanas se empieza a reconfigurar un mapa político distinto, el peronismo no va a ir definitivamente unido a la próxima elección. La transformación dentro de cada coalición empieza a partir en cuatro la oferta electoral. Extremos a ambos lados y moderados. Prueba de que la inflación está condenando al gobierno actual a perder en 2023 es la popularidad de medidas tan absurdas como la de presentar un proyecto para dolarizar una economía sin dólares.

El drama de la inflación marcará las próximas elecciones. Que la inflación es un problema mono o multicausal nos deja en un nivel de debate antiguo, buscar a los diablos nos invoca a realizar macumbas o exorcismos contra algunos agentes. ¿Qué rumbo queda? A priori, el de la sinceridad. En menos de un mes el gobierno y el FMI corregirán la proyección de inflación para este año y el siguiente. Si la corrección no marca la realidad esperada, el escenario “se puede poner complicado”, utilizando las mismas palabras que Feletti.

Coordinar expectativas es repetido como un mantra por la gestión actual y es quizás donde más falla en materia de política económica. 

Ya no hay lugar para gobiernos oportunistas, llega un momento de sinceridad o conflicto. El dato de inflación de marzo cercano al 7% mensual tendrá al público esperando excusas por parte de las autoridades acerca de la incidencia del difícil contexto internacional. Viejos problemas, nuevos culpables.