Días atrás se conoció por los medios de comunicación que la titular del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI), Victoria Donda, viajó junto a una comitiva a Suiza para presidir la decimocuarta sesión del Foro sobre cuestiones de las Minorías de las Naciones Unidas, con todos los gastos que esto conlleva. Lo que llamó la atención fue que Donda expuso ante un auditorio prácticamente vacío. Aunque la jornada se estaba llevando a cabo en un formato híbrido, en el cual también se participó a través de plataformas de videoconferencias, la escena resultó llamativa.

Más allá del caso particular, el mismo recordó la imagen vista hacía pocas semanas, cuando el propio presidente Alberto Fernández diera su discurso tal vez más relevante del año en la COP26 frente a un público exiguo. Pareciera ser que cuando nuestros dirigentes y funcionarios hablan, ya nadie quiere escuchar.

Hay quien argumenta que estos dos sucesos son apenas casos aisladas, por causa de la pandemia y las medidas restrictivas de distanciamiento. Sin embargo, cabe preguntarnos si acaso la crítica situación que atravesamos luego de décadas de fallidas estrategias de desarrollo y políticas exteriores que han oscilado cual péndulo con el transcurrir de los gobiernos, no han terminado por condenarnos a una absoluta irrelevancia en lo que concierne a las cuestiones más pertinentes que hacen a la cooperación interestatal.

Volver a tener peso y algún tipo de poder de influencia, aunque sea regional, implicará no solamente una recuperación económica, sino también el logro de los consensos básicos necesarios para una vinculación externa coherente y de largo plazo. Para lograr entender cuáles son las percepciones sobre nuestro accionar en los foros multilaterales es indispensable contar con opiniones de calidad útiles, para así poder percibir de manera más acabada el rol que en ellos jugamos.

El Índice de Expertos de Mentor Público de noviembre indica que si bien un 45% de los especialistas consultados calificó de manera positiva la actuación de la misión oficial de la República Argentina en la reciente Cumbre del G-20 que se realizó en Roma, un 57% la consideró sumamente negativa, considerando los propios intereses argentinos e incluso la contribución a la gobernanza mundial.

En cuanto a las valoraciones positivas, algunos encuestados manifestaron que, a pesar de que lo realizado en Roma fue escaso, el planteo de una agenda de responsabilidad común pero diferenciada de los Estados frente al Cambio Climático, y la propuesta de un canje de deuda por mecanismos de conservación y protección del medioambiente fueron puntos destacables. Asimismo, se valoró nuestra posición como un aporte a la discusión de la situación de Afganistán.

Por otra parte, entre las justificaciones elaboradas sobre las respuestas negativas, las principales observaciones apuntaron a que la delegación en su conjunto “no estuvo a la altura de la opinión de la mayoría de la sociedad, ya que no saben insertarse en el mundo para superar la crisis en la que está el país”, y que la misma falló en su oportunidad para mostrar el menor impacto ambiental que tiene la producción local respecto a varios países desarrollados. Finalmente, diversos comentarios entre los expertos participantes resaltaron que la performance del cuerpo de diplomáticos y decisores argentinos fue más bien “intrascendente” respecto de las variadas problemáticas que allí se debaten.

La política exterior de una nación probablemente no defina su destino. El desarrollo, es cierto, suele depender mayormente de los factores internos. Sin embargo, las relaciones internacionales pueden ser un factor facilitador para el aprovechamiento de éstos o en su defecto, generar fuertes costos y limitaciones. El riesgo de desconocer las consecuencias del desempeño en el plano global no es menor. Si bien son simbólicas, imágenes como las acontecidas en los últimos meses no deben pasar desapercibidas.