El disenso es sano para la democracia. Es la base de la convivencia entre los distintos grupos políticos, sindicales o empresariales que integran una sociedad. Pensar distinto, poder expresarlo, debatir ideas, dirimirlas en una votación -sea en las urnas o en el Congreso- enriquece el sistema democrático.

Pero el modo de expresar las disidencias también demuestra el grado de evolución de la ciudadanía para entender las diferencias que inexorablemente existen entre quienes no comparten un mismo pensamiento.

Dos hechos ocurridos durante este fin de semana pusieron en alerta todos los monitores de calidad democrática. El primero ocurrió el sábado por la tarde cuando un grupo de manifestantes integrantes de agrupaciones Provida iniciaron un “tour de escrache” contra aquellos diputados que se muestren a favor del proyecto de Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. El primero en sufrirlo fue Facundo Suárez Lastra, representante porteño de la Unión Cívica Radical.

El otro episodio tiene que ver con la publicación de un artículo periodístico que se publico en la edición dominical de Página 12. La nota titulada "La mala educación" vincula a la ministra de Educación de la Ciudad de Buenos Aires con el "criminal de guerra Nazi Erich Priebke" quien lideraba el colegio alemán "Primo Capraro" de Bariloche, donde Soledad Acuña cursó la primaria y secundaria. "Si bien es imposible establecer una línea directa entre los despectivos dichos con que Acuña señaló la actual formación de los docentes en CABA, también es difícil evitar esa asociación", dice la nota.

La historia sobre el pasado educativo de la ministra sale a la luz días después de que realizara declaraciones polémicas sobre la formación docente actual, en las que aseguró que quienes optan por estas carreras en todo el país "son personas cada vez más grandes de edad" que han "fracasado en otras carreras"

Estar a favor de una ley que evite penalizar a las mujeres que deciden interrumpir voluntariamente un embarazo no puede ser argumento válido para escrachar a nadie. Aunque pueda no gustar la idea propuesta para ser sometida al debate parlamentario, apretar a los legisladores con estentóreas y agraviantes manifestaciones públicas frente a sus domicilios, es un acto de ribetes autoritarios que debe ser condenado por la sociedad.

Del mismo modo que banalizar al nazismo estableciendo un vínculo entre la formación estudiantil de la ministra Acuña en un colegio dirigido por un ex jerarca del régimen nacional-socialista que vivió oculto en la Argentina y sus cuestionables dichos sobre los docentes, se transforma en una práctica que genera una beligerancia discursiva poco aconsejable para la convivencia democrática.

La violencia política devastó a la Argentina. Muchos de los que la sufrieron en carne propia hoy son parte de la clase dirigente. Reconocer los errores históricos que nos condujeron a ese clima violento para no repetirlos debería ser parte del aprendizaje.

Ojalá quienes alientan este tipo de prácticas agresivas para evidenciar su disenso con determinada política o personaje entiendan que lo peor que puede pasarnos como sociedad es suponer que el que piensa distinto es nuestro enemigo y hay que exterminarlo. Ese es el verdadero huevo de la serpiente.