El país tiene baja violencia respecto a sus vecinos, tiene, todavía, un PBI per cápita de un país de renta media y una democracia lo suficientemente sólida, respecto a su pasado. Es cierto, tiene la macroeconomía desordenada que no le permite acumular capital, asignarlo eficientemente a través de mercados financieros que funcionen más o menos en forma correcta y un problema de endeudamiento alto. A favor, también contamos con producir lo que demanda el mundo y tener una población joven. 

2021 fue un año de una oportunidad desaprovechada para ordenar esa macroeconomía. No lucía tan difícil: dejar de retrasar las tarifas, dar previsibilidad sobre el tipo de cambio real, aprovechar el saldo positivo de balance comercial para pagar deuda (comercial) con el flujo y refinanciar pasivos. El ciclo electoral desalineó nuevamente la oportunidad. El costo de dejar pasar oportunidades no es solo el mal año, sino que el esfuerzo realizado en años anteriores se desaprovecha y el requerido en los años siguientes aumenta. 

Una vez que las tarifas se habían alineado, retrasarlas tiene el costo de tener que volver a transitar por ese ajuste; con el tipo de cambio sucede algo similar. Refinanciar la deuda con privados extendiendo plazos no eludía la necesidad de ponerse a régimen para pagar en el nuevo plazo prometido, pero con un año desaprovechado la ganancia de la renegociación es nula. No acordar con el FMI nos puso en una condición de paria a nivel internacional incluso cuando honramos nuestra deuda pagando cada vencimiento al día. De esta manera, poco pudo aprovechar el país la elevada liquidez global.

El 2022 presentará quizás un escenario internacional menos favorable desde lo financiero: es una fiesta que se termina, pero a la que el país nunca estuvo invitado. Sin embargo, una ralentización de la economía global producto de un ciclo financiero global más adverso podría complicar los ingresos adicionales por términos de intercambio. 

En crisis es difícil realizar planes porque, o bien debe estallar la economía para que el público sólo pueda ver hacia delante o bien hay que convencer a todos los agentes de un rumbo para luego realizar un pacto. Pero el Gobierno hizo, incluso un intento por empezar a la inversa: primero establecer un acuerdo de precios y salarios sin saber a dónde iba la trayectoria de cada variable, un acuerdo curioso. 

En esta marea de contradicciones , la política discute acerca de reelecciones y liderazgos para un 2023. La forma de estabilizar de la macro quedó relegada al Plan Plurianual que el ministro Guzmán prometió discutir con la oposición y el FMI. Por lo pronto, luego de la evaluación ex post que realizó sobre el último Stand By, el acuerdo con el FMI difícilmente sea “light”, como se aventuró hace unos meses a partir de resultado adverso del oficialismo en las elecciones.  

El sector público de a poco empezó a ajustar sobre un nivel de déficit aún elevado. Pero, incluso con esa lenta convergencia no es suficiente, y no lo es no porque sea gradual o de shock, no lo es porque no hay convencimiento político del rumbo a tomar. El país puede ajustar en 2022, pero ¿lo hará en el 2023 y en adelante? Sin esa posibilidad de dilucidar lo más básico del futuro el país se queda estancado en la frustración de lo que tiene y no aprovecha. 

El problema, como ya hemos mencionado hasta el hartazgo, es político. Nuestro país tiene ventajas y desventajas como cualquier economía. Y dado que la política difícilmente muestre una actitud madura, no somos optimistas respecto a lo que pueda suceder con el estancamiento que viene sufriendo la economía y se hizo patente en los últimos 10 años. El acuerdo con el FMI y la recuperación post covid serán solo distracciones para ordenar lo básico que requiere la economía: reglas claras de funcionamiento que sean estables a lo largo del tiempo.