La economía argentina transita un buen momento en materia de producción, con 5,3% más de actividad que a fines del 2019. Este diferencial debería ser aún más alto hasta 2023, cuando hay alta probabilidad de consolidar tres años consecutivos de crecimiento por primera vez en quince años. Todo esto se cimienta sobre bases endebles, dada la aguda situación de nuestro país en materia de reservas internacionales, que son el alimento directo de la actividad productiva.

Asimismo, es insoslayable la inestabilidad macro vinculada a la elevada inflación. En un escenario externo que agudiza los problemas domésticos, la volatilidad de precios suma un ruido extra, tanto sobre la posición de reservas (dados los incentivos a arbitrar la brecha) como sobre el crecimiento (dada la distorsión de precios relativos del entorno de alta inflación).

Estas tensiones parecen producir un fenómeno de ‘manta corta’, donde la consecución simultánea de todos los objetivos no es factible y necesariamente se debe resignar total o parcialmente alguno para evitar que se precipite una crisis con peores consecuencias. El Gobierno enfrenta así un "trilema de imposibilidad" donde necesariamente tiene que resignar algo: engrosar las reservas, bajar la inflación o mantener el crecimiento.

En este contexto se da una paradoja: la aceleración inflacionaria es útil al objetivo de cumplir la meta fiscal, dado que ajustan más rápido (y automático) los ingresos que los gastos del Gobierno Nacional. No obstante, la mayor velocidad en el aumento de precios atenta contra la sostenibilidad del programa económico. Tanto por el desgaste social que genera una inflación que no para de romper techos, como por sus consecuencias sobre el crecimiento potencial, la trayectoria de precios conlleva un escenario cada vez más riesgoso.

El problema central es la conexión entre las diferentes variables, que impide atender cada desequilibrio parcial sin "daños colaterales". En materia inflacionaria el dilema se presenta evidente: un programa tradicional para estabilizar a corto plazo generaría un impacto directo en materia de producción, también interrumpiendo la recuperación en el empleo.

Todo esto, además, en el marco del acuerdo con el FMI, que impuso una curva exigente de acumulación de reservas en los próximos años. La falta de reservas trasmite presiones alcistas en la cotización del dólar en los diferentes mercados. Eventuales saltos implicarán un alivio para la dinámica de las reservas, pero a su vez tendrán consecuencias sobre la dinámica productiva, producto de que la devaluación es recesiva cuando la restricción de presupuesto es severa y no da margen para aplicar políticas compensatorias. El Gobierno está frente a un juego de suma cero, donde no puede garantizar la mejora de todas las variables al mismo tiempo.

Otro análisis que evidencia la anomalía del período surge de comparar el crecimiento de la economía con el de las cantidades importadas de bienes. Es así que en dos de los tres años del actual gobierno el nivel de importaciones se posicionó por encima del nivel compatible de actividad. Problemas derivados de la brecha cambiaria, que agudizan la insuficiencia de dólares debido a que los agentes siempre están arbitrando para posicionarse en bienes externos, dado el riesgo de una devaluación.

Romper esta tendencia en un entorno aún debilitado no parece tarea sencilla. Se persiguen objetivos múltiples que terminan siendo contradictorios entre sí, en el corto plazo. El ordenamiento económico general, recuperando el equilibrio monetario, fiscal, financiero y cambiario parece ser la única opción sostenible, pero los tiempos de la política no necesariamente coinciden con las mejores estrategias para una gestión macro.

En cualquier escenario, el camino hacia 2023 parece ser un terreno pantanoso. Hoy la situación social pende de un hilo, dados los efectos sociales de la aceleración inflacionaria. Para frenar en seco esta dinámica alcista se debería implementar un programa mucho más agresivo, que un Gobierno como el actual no parece tener voluntad de aplicar. La alternativa es apostar al programa con el FMI, que da una hoja de ruta gradualista. Tal vez no permita ganar el partido, pero sí perder dignamente.