En las últimas horas las redes sociales se inundaron de voces que hicieron alusión a la salida de empresas internacionales de nuestro país. El fenómeno en sí, la fuga de empresas, era para ambos lados de “la grieta” un hecho indiscutido; para ambos está sucediendo. Sin embargo, desde un sector, esto representa un logro a celebrar. Para el otro, un paso aciago hacia la destrucción de la economía argentina.

La famosa “grieta” es analizada, por lo general, desde perspectivas éticas, políticas, históricas, etc. Rara vez se advierte que esta división es, en gran medida, el resultado de algo que se conoce como “incomunicabilidad de paradigmas”. La presencia de un paradigma dominante, cuando este es extremado con interés político, produce un fenómeno simple, pero a la vez profundamente peligroso para una república democrática: la imposibilidad del diálogo y, por ende, del consenso.

Para poder avanzar en la argumentación, baste decir que “paradigma dominante”, es el concepto que el prestigioso historiador de la ciencia Thomas Kuhn utilizó para describir a teorías científicas que en determinados momentos “dominan” en el sentido de que son consideradas verdaderas e indiscutibles por la mayoría de los científicos.

Así pasó en su momento con el paradigma Aristotélico-Ptolemaico (donde La Tierra era el centro del universo) y así pasa hoy con Newton, al menos para el trabajo de un ingeniero. ¿Puede haber en el futuro otros paradigmas dominantes? Claro que sí, porque la ciencia no es infalible: el mapa no es el territorio y a veces cuando estamos caminando tropezamos con piedras que nos hacen cambiar el mapa y el “GPS” si es necesario.

Los paradigmas dominantes siempre tienen competencia de los paradigmas alternativos. Que no siempre son considerados como contendientes válidos, sino muchas veces, lamentablemente, como los disidentes a los que hay que perseguir. Por ejemplo, que la Tierra era el centro del universo tuvo siempre como alternativa, el pensamiento de Aristarco de Samos, s. III A.C, que sostenía que era el sol el centro del sistema y que el universo era una infinita sopa de átomos. El muchacho se adelantó 19 siglos. ¿Era conocido por los que sostenían el paradigma dominante? Sí, conocido como un lunático. Pero Copérnico y Galileo se lo tomaron un poco más en serio y se enfrentaron con la oposición, no del Papa, en 1610, sino de los profesores aristotélicos que consideraban que el telescopio de Galileo era una estupidez (pobre Aristóteles).

Esto ha sucedido en todos los tiempos. Paradigma dominante versus paradigma alternativo. Los paradigmas dominantes obtienen los beneficios políticos y económicos de las elites gobernantes y oprimen, callan, censuran y ridiculizan a los partidarios de paradigma alternativo. Los “dominantes” están convencidos de que ellos conocen los hechos y “por lo tanto” la verdad. Y que los “alternativos” son tipos peligrosos que deben ser callados en nombre de la seriedad, el bienestar general, lo fáctico y la verdad.

Pero algunas extrañas personas de otro paradigma alternativo, pensamos que paradigma dominante y alternativo tienen que convivir libremente bajo la libertad de expresión en una sociedad libre, y que son los ciudadanos los que deben decidir y pensar qué paradigma los convence más.

¿Es esto “post-moderno”? ¿Es esto la “post-verdad”, la renuncia a la verdad? De ninguna manera. Es sostener la verdad de que en una democracia los ciudadanos discuten libremente, sin ser perseguidos, sobre la verdad. Eso no es post-modernismo, al contrario, es modernidad. Se llama J.S. Mill, Karl Popper, J. Habermas, entre otros. Que, nos parece, no eran post-modernos. Kuhn tampoco lo era. Él aclaró plenamente que no estaba en contra de la racionalidad, sino sólo de una racionalidad que se limite a repetir lo que otro gran científico ha dicho, lo cual, para los momentos de crisis, no sirve para nada.

La profundización de un paradigma en el cual las empresas son consideradas explotadoras en lugar de generadoras de riquezas; un paradigma en el cual la inversión extranjera es meramente un factor de extracción de recursos; un paradigma en donde el empresario es parte de una elite dominante que debe ser combatida hasta desaparecer, ha producido, a nuestro entender, no solo una radicalidad discursiva profundamente peligrosa, sino la legitimación fáctica de una clase política que sistemáticamente actúa destruyendo el tejido productivo, mientras aprovecha para construir una sociedad dependiente que gira sobre el arbitrio del poder de turno.

Sin embargo, como decíamos anteriormente, esto que para nosotros es claro lo justificamos desde nuestro propio paradigma. Y quienes lo compartan, deben entender más antes que después, que ninguna crisis política ni económica, siquiera 62% de niños por debajo de la línea de pobreza ni la salida sistemática de empresas, podrán convencer a quienes en la evidencia del mismo fenómeno, justificarán los hechos desde su propia visión del mundo; visión en la cual esa misma pobreza es producto de una supuesta concentración del capital, la no socialización de recursos y el no haber implementado una reforma agraria, entre tantos otros argumentos.

Para concluir: los paradigmas pueden reconciliarse y dialogar. No es imposible. Para esto, es necesario un compromiso certero de quienes tienen mayor responsabilidad social, el abandono absoluto de estrategias de manipulación comunicativa, y la apertura ética, espiritual e ideológica, a la evidencia que nuestro país ha rechazado por décadas: esa que, cuando comience a considerarse seriamente, servirá para mostrar que mientras Argentina fracasa, sus vecinos y el resto del mundo, aún con sus dificultades, dejan día a día el atraso, la pobreza y la inestabilidad social, desde un paradigma alternativo, para gran parte de nuestra población, y para ellos, ya, de sentido común.