Después de dos años de pandemia y varias décadas en las cuales se ha dejado hacer muy poco a las fuerzas de la sociedad, mientras que unos pocos, abusando de una posición privilegiada hicieron mucho en pos de sus propios intereses, necesitamos volver a reparar en la fuerza que aun emana de la antigua frase: “laissez faire”.

El índice de libertad económica de la Heritage Foundation es bastante claro al respecto. De ocupar el puesto número 8 del ranking, y por ende gozar de cuantiosas libertades políticas y económicas a mediados de los años noventa, el 2021 nos encuentra por debajo de la media mundial, en la posición 148, detrás incluso de países como Camerún, ubicado en el puesto 144, Afganistán, en el 145 y República Dominicana, en el 147, y a sideral distancia de nuestro vecino Chile, ubicado en el puesto 19. De más está decir que la caída en este ranking no solo ha significado un empobrecimiento creciente de nuestra población sino, como no podía ser de otro modo, la pérdida concomitante de libertades políticas y cívicas. En tal sentido, si bien es indudable que los rankings tienen aristas que implican discusiones sobre su conformación metodológica, la realidad es que pobreza y ausencia de libertad económica suelen ir de la mano.

Así mismo, y continuando con el análisis, se verifica que el índice de felicidad social también demuestra que con cada cercenamiento de nuestras libertades nuestra posibilidad de realización individual y colectiva se resiente, volviéndose la sociedad menos feliz cada año. En tal sentido, Argentina cayó dos lugares en tan solo doce meses, ubicándose en la posición número 47, sobre 95 países evaluados; nuevamente bajo la media mundial.

Ambos rankings permiten entender el creciente sentimiento de que el futuro propio y el de las próximas generaciones se encuentra más que comprometido. Sirve de ejemplo de tal, la enorme cantidad de argentinos que deciden migrar a otros países, aún ante el riesgo que una decisión de este tipo conlleva. Sin embargo, las certezas locales pueden más que la incertidumbre foránea, puesto que un 42% de pobreza no solo es un desafío del presente, sino que representa una enorme condena a futuro. Lo cual si consideramos que ese indicador aumenta al 62% cuando refiere a niños y jóvenes, inevitablemente mayor resulta esa percepción negativa del porvenir.

Desde esta perspectiva, tan interesante como trágico resulta también el análisis de un estatus quo en el cual algunos desde su posición de privilegio, como decíamos en un comienzo, maximizan su libertad personal con el solo fin de evitar que existan transformaciones de fondo; manteniendo una estructura en la cual su creciente poder y riqueza, contrasta de manera humillante con un país que se desintegra.

Todos en algún momento de nuestras vidas enfrentamos algún tipo de prisión mental, entendida esta como el conjunto de creencias y valores que, cristalizados en nuestra conciencia, limitan tanto nuestro progreso psicológico como emocional, y/o profesional. En el mismo sentido, podríamos decir que, a nivel de proyecto social, hoy los argentinos nos hallamos bajo el yugo de otras dos prisiones: la política y la económica.

En el campo político, esto queda de manifiesto en la poca capacidad de alternancia real de nuestra dirigencia; carencia que se vuelve hipérbole al considerar algunas gobernaciones del interior de nuestro país. En tal sentido, no casualmente fue en éstas en donde mayores excesos y recortes de libertades se cometieron en el manejo de la crisis provocada por el Covid-19. Múltiples acciones contrarias al orden constitucional se sucedieron impávidamente; desde vergonzosos centros de aislamiento a violentas restricciones a la movilidad que implicaron incluso una ruptura de facto de la unión nacional, al impedir a coterráneos trasladarse libremente entre una provincia y otra, incapacitándolos de tal forma de ejercer derechos humanos mínimos, como el ejercicio libre de sus profesiones o el cuidado de sus propias familias.

El ejemplo de Formosa, tal vez el más difundido por los medios, no hace más que coronar los atropellos masivos cometidos en tantas otras jurisdicciones e iluminar la gran premisa de fondo: existe en Argentina demasiado poder en manos de unos pocos y ejercido de tal forma que éstos hacen mucho para que otros muchos no puedan hacer casi nada.

La segunda prisión es la económica. Lejos de todo dogmatismo ideológico, los impuestos tienen la posibilidad tanto de restringir la libertad como de promoverla, dependiendo de cómo éstos se implementan. Bien utilizados y en su justa medida pueden garantizar bienes públicos esenciales para el desarrollo económico, como seguridad y salud. Mal aplicados y en exceso, pueden por el contrario no solo impedir sino hasta destruir la economía. Algo similar sucede con las regulaciones.

Sin ningún tipo de duda, en nuestro país existen cargas impositivas excesivas y regulaciones que atentan contra el desarrollo económico y las evidentes consecuencias están al alcance de cualquiera. Esto retroalimenta el éxodo de población económicamente activa que parte en búsqueda de países con instituciones mucho menos hostiles para el progreso.

Aristóteles insistió en la necesidad de explicar los fenómenos a partir de sus causas primeras. Tal vez en nuestra tragedia nacional, ésta sea una creencia encubierta, de parte del establishment dirigencial, de que nosotros, el pueblo argentino, más allá de la formalidad constitucional, no somos realmente soberanos, siquiera para gobernar nuestra vida y buscar libremente nuestra felicidad. Por tanto, cualquier intento de dar vuelta la página de esta realidad exánime que nos apresa, debe comenzar con un rotundo “dejar hacer”, lo cual no implicará otra cosa que liberar la potencialidad existente en los individuos que habitamos este país, permitiendo así generar las transformaciones que permitirán consolidar finalmente, un sendero de paz y prosperidad.

De tal manera, si la frase “la patria es el otro” tiene algún sentido real para quienes la espetan continuamente, también deberán estos comenzar a reclamar con la misma fuerza ese dejar hacer, puesto que al fin y al cabo seremos verdaderamente “patria” en tanto nos realicemos individual y colectivamente; y para ello ya no cabe ninguna duda que debemos abandonar para siempre el camino de la arbitrariedad y el tutelaje tan cínico como paternalista que nos trajo por el triste derrotero en el que perduramos hoy.