Ponerse a razonar mientras algunos fabrican altares y otros encienden piras puede resultar peligroso. Poco margen queda para el pensamiento cuando el escenario público se intoxica con teatralizaciones mal ejecutadas y forzados gestos de apoyo y repudio. La argentina del presente es una tragedia escrita por un dramaturgo de poca monta que pretende lograr fama refritando obras pasadas de algún otro.

No, no habrá 17 de octubre para Cristina. No porque no pueda llenarse una plaza a través de la movilización de todo el aparato dependiente de su beneplácito sino porque irremediablemente, de sucederse, se cumplirá tan solo aquél adagio que señala que todo ocurre dos veces, primero como tragedia y luego como farsa. Y cuando las tragedias se tiñen de lo cómico, se sabe perfectamente que se está cerca del final.

Sin embargo, tampoco se sucederá aquello que otros ansían. La justicia y la política son tableros diferentes en el ajedrez del mundo. Claro que se hablan; claro que se condicionan. Pero por más que los profanos no lo comprendan, se afectan de forma lateral y nunca de frente.

Si alguien me preguntase cuál es el concepto político más importante diría sin dudarlo que es el de “legitimidad”. Esa palabra sinuosa que se escapa de los análisis y de las teorías, al punto que incluso los politólogos tratan de evitarla para no quedar girando por un golpe de realidad. En lo concreto, la justicia puede condenar a Cristina e inhabilitarla, pero no con eso podrá afectar enteramente su legitimidad, pues esta deviene, ni más ni menos, de la voluntad de sus propios votantes. Y la voluntad, a su vez, y en desmedro de muchas expectativas, poco tiene de racional y sí mucho de psicológico, emotivo e identitario.

Es en atención de esto último que la historia enseña que la proscripción nunca es buena consejera. Y quién esto lea, si su razón se encuentra contaminada por el fanatismo que señalo desde un comienzo, creerá que pretendo defender a la señora de Uruguay y Juncal. Por el contrario, bastará rastrear mi nombre en redes para descubrir que combato al kirchnerismo desde su mismísimo comienzo y que, lejos de lo que mis colegas y otros analistas han sugerido por casi dos décadas, los he considerado siempre como una fuerza antisistema que solo se ha orientado a destruir el país.

Sin embargo, lo que la política erige solo la política puede desmontar. Y convencerse que la aplicación de una condena judicial que impida la presentación de Fernández de Kirchner a un nuevo cargo público es la solución a 20 años de barbarie, es meramente una quimera que trasluce el hecho de que la ciudadanía espera más de los jueces que de una oposición que cada día se ve menos como tal. Porque de fondo ahí se encuentra el punto ciego que algunos se niegan considerar: la política no ha podido picarle boleto al kirchnerismo porque aun quienes dicen pararse del otro lado de la famosa grieta, solo han malgastado 20 años de nuestras vidas aceptándolo, legitimándolo y beneficiándose con él.

La tentación de explicar argentina desde una falsa dicotomía la han disfrutado todos. Periodismo, intelectuales, artistas, pseudo industriales, analistas de cafetín y, por supuesto, casta política. Porque detrás de la falsa grieta pueden disfrazarse todas las carencias, miserias y faltas de ideas que rigen las riendas de nuestra patria, más allá del humo de las teatralizaciones exageradas que señalé anteriormente.

En tal sentido, la respuesta es un rotundo “no” a los que creen de buena fe que un potencial retiro de Cristina Kirchner de la centralidad política garantiza un cambio de rumbo. Y esto, porque la descripción del fenómeno kirchnerista siempre estuvo sesgado por aquella famosa y falsa contraparte que es su supuesta oposición. Y digo supuesta, porque nada garantiza en los discursos y experiencia pasada, que quienes hoy más chances tienen en lo inmediato de suceder al kirchnerato van a terminar con la corrupción en la obra pública, el endeudamiento, el latrocinio financiero, los planes sociales, el sostenimiento de esa fuerza antisistema que son los piqueteros, los aprietes sindicales, la inseguridad, el narcotráfico y la amenaza de los seudo mapuches. Por el contrario: pueden encontrarse para cada uno de estos temas más evidencias de continuidad que de disrupción.

Como dije anteriormente, lo que la política erige solo la política puede desmontar: y el fin del ciclo kirchnerista no podrá venir jamás del fuero judicial, sino de la construcción y posterior legitimación ciudadana, de una fuerza política de la que hoy solo existen meros atisbos, que ofrezca a los argentinos un rotundo cambio de rumbo y una nueva visión de país.

Mientras tanto, habrá que ponerse los pantalones largos, dejar de legitimar quimeras y no esperar de Salamanca lo que natura non presta.