El “éxito” del dólar soja para recomponer reservas seguramente habrá ayudado a mostrar, en medio de la revisión del FMI, que el país está en la senda de acumulación de divisas. A pesar de esto, parece injustificable el atraso cambiario sufrido en 2022. Incluso la extensión del régimen de tipo de cambio diferencial para soja y derivados no garantiza que esta tendencia se pueda extender debido a que asistimos a una liquidación de stocks retenidos, es decir, una cantidad finita.

El costo del dólar soja fue abrir una ventana de posibilidad de tener un dólar diferencial para el comercio. Esta cuestión podrá ser resuelta por alguna de las siguientes dos vías. La primera es extender el régimen de múltiples tipos de cambio para distintos productos exportables y sumar restricciones al pago de importaciones, ahí el principal apuntado es el turismo. La segunda es directamente hacer una devaluación del peso tradicional con un salto discreto a $200.

La alternativa más sana para la economía sería la segunda. Sin embargo, el ciclo político impide en parte asumir los costos de esa devaluación. Adicionalmente, y a causa de haber demorado la corrección fiscal, posiblemente esa devaluación implique empeorar las cuentas públicas de cara al 2023 de la mano del gasto en subsidios energéticos.

Por ende, es esperable que el régimen cambiario derive en un esquema de múltiples tipos de cambio para los próximos meses. Sin embargo, la brecha en niveles aún elevados parece ir en contra de los resultados esperados por el FMI. Posiblemente el BCRA en coordinación con economía intenten deslizar el tipo de cambio acelerando la tasa de devaluación y controlando la estabilidad del paralelo.

Aquí el timing es clave, dado que los próximos meses no lucen holgados como para demorar esa corrección. La suba de tasas ayuda a controlar el techo del tipo de cambio libre, pero si vuelve la percepción de escasez límite de reservas internacionales, no habrá tasa que compense la depreciación esperada de la moneda doméstica. Ese es el desafío que enfrentarán el ministro de economía y el presidente del BCRA en los próximos 3 meses.

El problema inflacionario aparece como una limitante adicional. No creemos que las devaluaciones se trasladen completamente a precios, pero sin dudas acelerarán una tasa de inflación que provoca problemas distributivos pero que también empieza a afectar la eficiencia del sistema. Es decir, los niveles actuales de inflación ya no funcionan como una relación inversa entre desempleo e inflación, como es habitual, sino más bien como niveles de inflación que repercuten negativamente en la actividad. En ese contexto se presenta el Proyecto de Ley de Presupuesto Nacional 2023. Con proyecciones macroeconómicas ridículas pero entendibles, el gabinete económico no sabe si llegará a 2023 sin devaluar, tampoco sabe cómo enfrentará el siguiente año electoral sin reservas y con ajuste fiscal.

Por lo pronto, la pax cambiaria en el dólar libre da un respiro transitorio para tener un marco de relativa estabilidad. El dólar soja permitió revertir también transitoriamente la sangría de divisas. Sin soluciones de fondo, las tensiones volverán en octubre donde además la inflación, posiblemente en niveles más altos, incomodará aún más hacer una transición lógica a un tipo de cambio más adecuado a la frágil situación externa.