Tras la descomunal crisis financiera global de 2008 muchos comenzaron a preguntarse cómo se había llegado a una situación de ese tenor y qué podía hacerse para evitarlo a futuro. La gran mayoría de los analistas concentraron su atención, como es lógico, en el sistema bancario y financiero, mientras que otro tanto sucedió con las instituciones internacionales y las regulaciones que de ellas podrían emanar para impedir que algo así volviese a ocurrir. Sin embargo, un conjunto menor de profesionales, provenientes de diferentes disciplinas, se plantearon una pregunta diferente: ¿Qué sucedía al interior de estas instituciones de tanto prestigio para que nadie hubiese accionado a tiempo? Y concomitante con ello, ¿Cuál era el perfil predominante de aquellos con capacidad de decisión para haber llegado a una situación tan crítica a pesar de las múltiples alertas que auditorías posteriores supieron mostrar?

La conclusión no tardó en llegar. Ciertos sesgos al momento de elegir y ascender a los principales decisores favorecían conductas poco proclives al disenso y al enfrentamiento con el statu quo de estos organismos, lo cual en un contexto crítico terminó siendo fatal. La gran mayoría de los mandos altos y medios respondían al patrón de jóvenes (y no tan jóvenes) con carreras meteóricas dentro del sistema educativo formal, con excelentes contactos dentro de la sociedad norteamericana, buena presencia y un impecable historial en todos aquellos indicadores que los especialistas de recursos humanos de estas empresas se empeñaban en garantizar. En resumen, personas de molde que habían conquistado a temprana edad un éxito inusitado, con salarios y bonificaciones medidas en millones de dólares, básicamente debido a haber cumplido con los estándares de adecuación al medio que cada institución por la que habían pasado les había exigido una y otra vez. Sujetos simpáticos y sumisos, que lograban a base de contactos y obediencia, cumplir el famoso american dream décadas antes de lo que habían podido hacerlo cualquiera de sus predecesores.

Todo lo anterior, sumado a una matriz de incentivos que favorecía conductas permisivas para lo que venía ocurriendo (recuérdese el escándalo de las hipotecas subprime), derivó inevitablemente en un estallido colosal que, una vez ocurrido, arrastró no solo al mercado inmobiliario estadounidense, sino también a su sistema financiero local, luego al internacional e incluso tuvo un impacto considerable en el mercado global de alimentos generando una crisis catastrófica.

Lejos de lo que pudiese pensar el lector, todo lo anterior no es privativo ni del pasado ni de la nación estadounidense. Argentina hoy día enfrenta una de sus crisis más profundas, no porque las anteriores hayan sido menos graves, sino porque todo indica que el capital de recursos (humanos, sociales, políticos, financieros, etc.) que permitió en algunas otras ocasiones un rápido repunte, parece haberse agotado como nunca. Y el sentido de esta nota es advertir que, en gran medida, esto también se debe a un factor poco analizado en el abanico de explicaciones que nos damos a nosotros mismos cuando nos preguntamos el por qué llegamos dónde estamos hoy.

La hipótesis principal de esta nota es que también en nuestro país el establishment (en sus diferentes versiones) ha favorecido la permanencia y el ascenso de sujetos que han dedicado más tiempo a adaptarse y asentir que a instruirse verdaderamente para transformar el entorno en el que deciden progresar. De hecho, muchos son conscientes que en la política local el ascenso se ha vuelto mucho más probable cuando los sujetos aprenden a aplaudir que a disputar poder como supo ocurrir antaño. Lejos estamos hoy de encontrarnos frente a líderes políticos con personalidad, carácter e ideas propias, habiendo sido estos reemplazados meramente por portadores de apellidos u obedientes empleados de instituciones siempre dispuestos a agradar.

Sin embargo, lo que no siempre es tan conocido, es que esta misma situación puede evidenciarse en empresas, medios de comunicación, universidades y organizaciones del tercer sector, que luego son también las que nutren a la política con cuadros técnicos, candidatos o discurso. De este modo, se produce un círculo vicioso en el cual aquellos que no incomodan, que cumplen acríticamente, que no desafían, ni dicen lo que verdaderamente piensan (si es que a esa altura tienen algún incentivo para hacer algo así), ocupan los principales puestos de decisión, del mismo modo que supo ocurrir en las organizaciones que mencionaba al comienzo de esta nota.

De forma errónea también mucha gente cree que este tipo de conducta es propia únicamente de cierto sector de la política. “Los que aplauden como focas”, suelen decir algunos, sindicando a una única parte del espectro político, sin saber que también del otro lado de la grieta e incluso en este sector novedoso de outsiders de la política que emergió hace menos de dos años en nuestro país, ocurre exactamente lo mismo. Lo que en un lugar puede implicar tener que levantar continuamente los dedos formando una V, en otro implica uniformarse de pantalón pinzado y camisa y/o repetir acríticamente otros tantos leitmotivs si se quiere pertenecer.

La cuestión de fondo es que esto podría no ser tan grave si la situación y el contexto fuesen otros. Como me gusta advertir cada vez que me es posible, las conductas de adaptación y conservación del statu quo son deseables en tanto y en cuanto este último provea los estándares de bienestar social deseado. Sin embargo, en un país en el cual más de la mitad de la población es pobre y el 72% de los niños de su provincia más poblada comparten ese mismo destino; en una nación que sufre de forma creciente la delincuencia organizada, la pérdida de soberanía en manos de grupos armados de todo tipo, que no genera empleo genuino hace más de una década, que sostiene el récord de inflación en el tiempo a nivel mundial, que pierde día tras día población en un éxodo propio de país en guerra, entre otros múltiples flagelos que sufrimos, la pregunta es: ¿realmente estamos eligiendo bien a nuestros líderes?

Permítame el lector insistir en un punto: lo que aquí se describe no ocurre únicamente en el mundo político. También los demás componentes del sistema social argentino suelen ser proclives a priorizar relaciones, adaptación y conformidad al medio en detrimento de instrucción, talento y transformación. Al igual que en tantas otras cosas, nos damos lujos de país escandinavo en un país a dos compases de hundirse para siempre.

Sé de antemano que esta nota generará distintas reacciones. Algunos creerán que son los demás quienes incurren en estas prácticas y no ellos mismos y otros tantos se indignarán porque alguien ponga en tela de juicio que una buena agenda de contactos y una buena conducta social no son suficientes para avanzar en una carrera profesional. Lo importante, querido lector, es como se ha sentido usted mismo. Si al término de estas palabras recorre por su emocionalidad una perceptible incomodidad quizá, entonces, sea usted también parte del problema, lo cual, paradójicamente, lo sitúa frente a una enorme oportunidad: ¿podrá también usted evaluar si no hay mucho a su alcance para cambiar la realidad que vivimos? ¿Podrá Ud. también, entonces, ayudarme a incomodar en su entorno a quienes haga falta para que las cosas cambien finalmente para mejor?

Por el bien de nuestro querido país, espero que así sea.