La Diplomacia puede definirse como aquel arte que requiere de negociación, compromiso, comunicación, confianza y el logro de consensos para evitar el uso de la fuerza a nivel internacional en el cumplimiento de los propios objetivos nacionales. Eminentemente política y ligada al delicado equilibrio entre la guerra y la paz, ha sido generalmente considerada como un espacio reservado para pocos, reconocidos históricamente como una elite, un club de privilegiados, disciplinados e instruidos al más alto nivel.

Si bien tal imagen se corresponde más bien con algunos pocos casos destacados, siendo la realidad histórica un crisol de matices tanto más complejo, no deja de ser cierto que estas figuras tienen a cargo algunos de los desafíos más relevantes para el presente y futuro de sus países. La Política Exterior de un Estado puede lograr grandes beneficios para su población, pero así también llevarlo a incurrir en enormes riesgos y costos. Frente a esto, la preparación de los encargados de ejecutarla debe resultar una preocupación básica de cualquier gobierno, más aún, en tiempos como los actuales, cuando la Diplomacia se enfrenta a un contexto volátil, complejo, turbulento y lleno de nuevos desafíos.

Por una parte, somos testigos de una retracción de las democracias a nivel internacional. Mientras que algunas democracias endebles han decaído directamente hacia autoritarismos de diverso tipo, también hemos observado el resquebrajamiento de algunos regímenes democráticos que parecían plenamente consolidados, proceso alentado por la polarización, las crisis identitarias y las campañas de desinformación.

En paralelo, incluso antes del estallido de la pandemia, se ha dado una paulatina retracción de la globalización, entendida como aquel fenómeno propiciado por la libre circulación de bienes, servicios, personas e información, que tiende a generar situaciones de interdependencia entre los Estados. Ante los quiebres en las cadenas globales de suministros y los desajustes entre oferta y demanda sufridos durante los últimos meses por industrias de todo tipo, el COVID-19 no hizo sino más que evidenciar las vulnerabilidades de tal proceso que otrora parecía inevitable y sin riesgos. Las consecuencias de esta retracción podrán verse en las crecientes dificultades que enfrentarán los procesos de integración regional y los acuerdos comerciales bilaterales de distinto tipo para consolidarse.

Cabe destacar también el decreciente rol de las organizaciones internacionales formales y multilaterales. Frente a cascarones que parecieran cada vez más vacíos de contenido y relevancia, y ante las posibilidades de comunicación que hoy ofrecen las nuevas tecnologías (canales más directos, aunque también más confusos), los principales líderes del mundo se han inclinado por los contactos bilaterales y las instituciones menos rígidas. Sin embargo, aunque grupos como el G7 se caracterizan por un mayor dinamismo, producto de la ausencia de formalidades en los procesos, también resultan grupos altamente reducidos, con el impacto que esto implica sobre la legitimidad de sus decisiones para el resto del mundo.

Mientras que las principales corrientes del Liberalismo en las Relaciones Internacionales apuntan al aumento de las democracias, la proliferación del comercio y de las instituciones como aquellos mecanismos que tenderán a reducir la violencia armada en los conflictos, el mundo que hoy habitamos dista de tal panacea. En este contexto, la Diplomacia se enfrentará a algunos de sus mayores desafíos, pero será también, tal vez más necesaria que nunca. Resulta menester contar con profesionales preparados para estos tiempos turbulentos a fin de representar de la mejor forma posible los intereses de la Argentina ante el mundo.