El resultado primario del primer semestre de 2020 mostró un franco deterioro, ubicándose en niveles que están en torno a tres puntos del PIB. Ese guarismo es comparable contra el pequeño superávit registrado durante el mismo período de 2020 y un déficit primario de punto y medio del PIB durante la primera mitad de 2015.

Ergo, ya estamos ante un deterioro significativo de la posición fiscal del Sector Público Nacional. Y todavía falta la segunda mitad del año y, en particular, el último trimestre del año, que son los períodos donde se registra el grueso del déficit en un año medianamente normal. Si es que eso existe en Argentina.

Por eso no debería extrañar proyecciones de rojo primario de 6%/7% del PIB para 2020. Un agujero fiscal que no vemos desde la década de los 80’s. Hace más de 30 años.

Más allá de lo avasallante del número, faltaría a la verdad decir que el mismo es inesperado. Al contrario, ya en el arranque del mismo año se esperaba un deterioro, que luego fue significativamente pronunciado por el impacto de la pandemia y las medidas de aislamiento social dictadas para gestionar la crisis sanitaria.

Justamente, cuando uno se pregunta porque creció tanto el déficit primario, la respuesta se cae de maduro: Una combinación de caída de los ingresos derivados de la recaudación tributaria (por fuerte caída del PIB), y fuerte suba del gasto, en parte explicada por las medidas de contención social y productivas implementadas en el marco de crisis sanitaria. En particular, el ratio ingresos vs PIB se redujo en un punto porcentual versus primera mitad de 2019.

En tanto, que el ratio gasto primario vs PIB subió 2 puntos durante el mismo lapso y en los mismos términos de comparación. De la reducción del ratio ingresos versus PIB, poco más de la mitad se explica por la caída de los ingresos tributarios. En tanto, en el caso de la suba del ratio gasto primario versus PIB, se destaca el gasto social (IFE, ATP, etc) que aportó una suba de un punto porcentual y medio, los subsidios económicos (contracara de más de un año de tarifas congeladas en electricidad, gas y transporte público de pasajeros) que aportan un alza de casi medio pp y las transferencias a las provincias con 0,3 pp. El resto de los rubros, incluido gasto de capital, se achican vs PIB y compensan.

Ahora bien, el default secuencial de la deuda pública, primero de la deuda en dólares bajo ley local y luego de la ley extranjera (no así de la deuda en pesos), determinó que el gasto en intereses se reduzca en términos nominales y versus el producto, amortiguando el alza del déficit financiero. Este último se ubicó en torno a 4 puntos del PIB, frente al rojo de 1,32 pp registrado durante igual período de 2019 y el de 2,2 del mismo período de 2015. Ahora bien. Sabemos que el déficit financiero fue financiado con emisión monetaria. En particular, las operaciones del BCRA con el Sector Público Nacional no Financiero aportaron financiamiento neto por $ 1.171 millones de pesos, básicamente vía Adelantos Transitorios ($ 312 millones) y Giros de Utilidades Devengadas ($ 940 millones) Es decir, no sólo emitimos para financiar el exceso de gasto primario sobre ingresos, sino también la mayor parte de los intereses de la deuda que efectivamente se pagaron (también está la porción que no se pagó).

Surge aquí la cuestión, a nuestro saber y entender, más importante o relevante, que tiene que ver con la persistencia del deterioro fiscal. O, dicho de otra manera, cuánto constará volver a una situación de equilibrio o déficit primario pequeño.

Más aún considerando que a la Nación le costará volver a contar con financiamiento externo en condiciones sustentables y que el mercado de deuda en pesos por ahora sólo alcanzó para refinanciar vencimientos de capital. No es poco. Pero eso deja en claro que, en un escenario optimista, el grueso del déficit primario de los próximos años también deberá ser financiado con emisión monetaria. Luego de un 2020, que será todo un hito en ese sentido.

Y que, en consecuencia, las subas de impuestos no se van a hacer esperar demasiado para acotarlo lo más posible, aun cuando la economía real la esta pasando mal y hace tiempo viene dando señales de estar al limite de su capacidad contributiva. Por eso no debe extrañar, que el eje pase de los impuestos a los ingresos y la actividad, a los impuestos sobre los patrimonios. En ese sentido, hay una parte del incremento del gasto social, sobre todo aquel relacionado con el programa de asistencia al trabajo y la producción, que es de esperar que se reduzca perceptiblemente ni bien comience a normalizarse progresivamente el funcionamiento de las distintas actividades. Aunque, habrá que ver cuánto es compensado por exenciones o reducciones impositivas particulares.

En el caso del Ingreso Familiar de Emergencia, es muy probable que cueste bastante más y la reducción (versus PIB), en el mejor de los casos, sea bastante más progresiva. Más aún, si consideramos que el año que viene es electoral.

En el caso de la porción del deterioro fiscal asociada a compensaciones tarifarias por congelamiento de tarifas el panorama tampoco es muy alentador. Lo más probable, es que aún con correcciones puntuales, las tarifas continúen atrasándose. De nuevo, que el año que viene sea electoral, tampoco es alentador. Menos alentador, cuanto más desgastado electoralmente supere el 2020 la actual administración.

Por último, están las transferencias corrientes a las provincias. Este es el renglón donde, aunque resulte anti intuitivo, puede esperarse la reversión más rápida del aumento en relación con el producto. Pues, en la medida que la actividad se recupere, se recuperaran las recaudaciones provinciales y los giros por coparticipación, lo que reducirá los rojos provinciales. Disminuyendo la necesidad de asistencia directa del gobierno nacional.

Cerrando. Buena parte del alza del gasto primario promete una elevada persistencia, con lo cual es de esperar que la emisión monetaria y las subas de impuestos nos acompañen no sólo durante este 2020. Sino durante los próximos años.