El dólar parece ser nuevamente la principal preocupación del gobierno. La brecha cambiaria por encima del 100% hizo acelerar la pérdida de reservas y la pérdida de reservas podría impulsar a un nuevo aumento de la brecha al marcar la insostenibilidad del nivel actual. Este espiral entre brecha y reservas podría ser el comienzo de una escalada de precios que sería difícil de cortar.

En lugar de atenderse como un síntoma de otros problemas el oficialismo ve a la cotización de la divisa como un problema en sí mismo. La propia existencia de la brecha genera distorsiones que hacen muy visible que algo no está funcionando bien. No obstante, hay riesgos de intentar resolver la cuestión cambiaria como algo aislado.

Si el gobierno se empecina en querer achicar la brecha y para ello está dispuesto a convalidar un aumento del tipo de cambio oficial lo único que logrará será impulsar toda la nominalidad al alza. El punto radica en que el tipo de cambio paralelo refleja el desbalance entre pesos y dólares de la economía, lo cual es subsidiario de la política monetaria. Política monetaria que no es más que el resultado de la dominancia fiscal pasada expresada en la acumulación de pasivos no monetarios y el déficit fiscal esperado.

Desde luego que hay un problema monetario y cambiario que hay que resolver pero si no tiene anclaje en el lado real no tendrá efecto. No se trata de tener una mirada fiscalista del problema, sino de entender que la secuencia y la velocidad en la que deben abordarse los problemas de la macroeconomía son la clave para tener éxito.

Independientemente del resultado del domingo Argentina irá al FMI, pero la cuestión técnica está lejos de resolverse, así que previo a marzo difícilmente el país esté funcionando sobre un nuevo acuerdo. Se abre así una expectativa acerca de la necesidad de un ‘plan’ de algunos meses que tienda el puente hasta encontrar puntos en común en el diseño con el programa del FMI. Sucede que ‘algunos meses’ podrían ser suficientes para un deterioro aún mayor de la economía que en el lado real apenas empieza a hociquear los niveles de actividad que supo conseguir y que ahora le cuesta alcanzar con firmeza.

El resultado del domingo traerá inestabilidad política, la reacción de las PASO apenas fue una muestra gratis de la tensión que puede aparecer en caso de que Cristina Kirchner pierda no sólo las elecciones en términos simbólicos, sino principalmente el control del Senado. Habiendo apostado su capital político a la suerte de Alberto Fernández habrá que preguntarse si la opción más plausible no es que querrá retirar esa apuesta más temprano que tarde.

Si ese es el caso, a esa inestabilidad política que pueda surgir luego del domingo, si se le suma improvisación económica se puede pensar que se está coqueteando con una crisis innecesariamente. El corto plazo para Argentina empieza a mostrarse complejo y da la sensación que en estos dos años hemos vivido los mejores años del actual gobierno.

Así como Cristina estará pensando que tiene ‘intrusos’ dentro de su gobierno, el Presidente sabe que gestiona con un enemigo. El dispositivo electoral que funcionó en 2019 para que el kirchnerismo retome el poder está encontrando límites en el mercado, en el propio peronismo y en la sociedad civil. Quizás haya sido la extraña casualidad de haber empezado el gobierno en simultáneo con la pandemia, pero el mandato del oficialismo actual luce eterno frente al cansancio de una sociedad que estuvo tramitando bronca en forma solitaria durante el confinamiento pero que el domingo expresará nuevamente el descontento de manera colectiva y habrá que monitorear si el resultado deja satisfecho al electorado, caso contrario se sumaría a la inestabilidad política y económica el hartazgo social, un trípode con el que ningún gobierno quiere soñar pero que aparece como una pesadilla recurrente frente a los próximos dos años de gestión.