¿Qué puede pasar con la economía en 2022 o con el dólar en diciembre? Son preguntas habituales. La respuesta por lo general se reduce a un “depende qué suceda el 14 de noviembre”. No obstante, se va más allá y se pregunta qué panorama dispara cada escenario que se pueda presentar en noviembre tampoco se disipan mucho las dudas. 

La economía está trabajando en la completa incertidumbre, no bajo un riesgo medible de que el resultado de noviembre sea uno determinado y que lleve a una situación esperada, sino bajo algo incierto. Como decía Keynes: “en un escenario de incertidumbre, simplemente no sabemos”. No sabemos porque la respuesta política es un evento único, no podemos basarnos en experiencias pasadas ni en algún cálculo para ver cómo reaccionarán oficialismo y oposición ante el resultado electoral. 

El problema es que, en la práctica, aún bajo este manto de incógnitas, uno tiene que seguir tomando decisiones. La respuesta habitualmente se traduce en un comportamiento muy racional, que excede lo cultural o idiosincrático, y que deriva de la aversión a la ambigüedad: posponer decisiones de consumo e inversión y atesorar riqueza en forma de divisas. 

Es lógico entonces que veamos más y más presión sobre el tipo de cambio mientras no existan señales claras. El problema es en mayor medida político. Haber puesto la elección como el único horizonte relevante lleva a incrementar esa desconfianza que se traduce en ignorancia: no sabemos. 

Solo un mes para noviembre, pero más de 700 días para que culmine esta gestión, ¿no vale la pena ir señalando un camino para los próximos años? El Presidente comentó que la pandemia ya terminó, pero sigue sin aparecer un sendero concreto de cómo será la economía a partir de 2022. ¿Será la del déficit alto financiado con emisión o la de la prudencia fiscal? ¿Podría ser sin acuerdo con el FMI? ¿Con un tipo de cambio real alto o con más apreciación? ¿Con un gobierno unido o fragmentado? Y así un largo etcétera de preguntas con la misma respuesta: simplemente no sabemos.

Reducir todo a la mera incertidumbre lleva a la parálisis total. Pero, por suerte, hay cosas que sí sabemos:  1) El stock de pasivos remunerados del BCRA es insostenible y su licuación requiere más inflación futura a medida que no se soluciona el problema; 2) La pobreza está en niveles altos y difícilmente baje en el corto plazo; 3) La insolvencia del Tesoro se hace cada vez más evidente; y 4) El ‘crecimiento’ de este año no tiene bases para sostenerse en el futuro.

Esto nos permite tener una mirada al futuro, más allá de noviembre. Difícilmente la inflación ceda en forma consistente, hay riesgos concretos de inestabilidad financiera y el nivel de actividad crecerá a un ritmo muy bajo en el mejor escenario. 

No es el mejor panorama, pero el punto aquí es que, ante esas expectativas, el oficialismo está haciendo todos los esfuerzos para empeorarlo. No es trivial cómo se transitarán estos dos años porque dejará las condiciones iniciales para el próximo gobierno (sea este mismo u otro). La procrastinación o posposición permanente puede hacer cada vez más dura la corrección. La política del snooze parece ser una alternativa viable. Pero sólo una, por lo pronto simplemente no sabemos.