Péguenle al monstruo y rueguen que se rinda
Medio Oriente tiene una reciente relación funcional y cotidiana con el conflicto, con la violencia y con las expectativas sobre la calidad de vida.
Hace exactamente una semana, en un artículo titulado “Israel, Estados Unidos e Irán: el despertar de un monstruo”, publicamos un análisis donde anticipamos 3 ejes sobre los cuales se podría llegar a desarrollar el conflicto en Medio Oriente.
1. El ataque directo a Irán podría hacer escalar el conflicto no solo en t��rminos armamentísticos (escala nuclear), sino más seguramente lo extendería mucho más allá de las fronteras geográficas de la antigua Persia.
2. Los Estados Unidos podrían llegar a intervenir de manera directa a través de sus bombarderos B2. Si lo hacían, el dominio aéreo de Israel y Estados Unidos combinados sería abrumador, la guerra convencionalmente entendida la ganaría occidente, pero ese dominio no significaría la posibilidad concreta de una invasión convencional, ni la anulación de la capacidad de respuesta iraní.
3. El régimen de los ayatolas seguramente responderá utilizando los canales históricos, a través de sus ramificaciones y organizaciones armadas transnacionales y células terroristas dormidas.
Lamentablemente para la paz mundial, los tres ejes del análisis se transformaron en acciones concretas por parte de sus protagonistas.
En la noche del sábado Estados Unidos bombardeó las tres instalaciones nucleares más relevantes de Irán con sus B2 y sus bombas de la familia GBU, proyectiles que transportan más de 2 toneladas de explosivos convencionales con capacidad para penetrar el hormigón armado y más de 60 metros de profundidad las montañas persas. Inmediatamente después anunció que la capacidad iraní de enriquecer uranio estaba terminada y que ahora era momento de la paz o de lo contrario Irán sufriría consecuencias aún más letales.
En las últimas horas el régimen de los Ayatolas anunció que su programa nuclear continuaba activo, que consideraban la acción como una declaración de guerra de los Estados Unidos, que pretendían cerrar el estrecho de Ormuz, atacar objetivos civiles y militares estadounidenses y que iban a responder con todo el poder posible.
En pocas horas el canciller ruso Lavrov agregó a la escalada que la Tercera Guerra Mundial podría estar más cerca, la cancillería China criticó el ataque, y el Daesh cometió un ataque terrorista suicida contra una iglesia católica en Damasco. El conflicto se ha cobrado más vidas humanas, y nada en las últimas horas hace suponer que deba desescalar.
Recuerdo en 2016 el diario brasilero O Globo publico una reveladora y estremecedora entrevista al capo narco Marcos Camacho, líder del PCC. Allí, para sorpresa del periodista, cuando se le preguntó cómo se podría resolver la escalada de violencia que asolaba Brasil por el accionar de organizaciones criminales como PCC o Comando Vermelho, la respuesta fue tan brutal como contundente: “No pueden, pierdan todas las esperanzas, estamos todos en el infierno”.
Marcola (apodo criminal de Camacho) estaba diciendo que la percepción de seguridad de las clases altas brasileras era un tema relevante para los marginales que integraban su organización criminal. Ellos nacían pobres, su esperanza de vida era de 25 años y por lo tanto no tenían necesidad de cuidar algo de lo que carecían por destino manifiesto. Ellas ya estaban jugados, eran una organización mucho más eficiente y veloz que el Estado, que se había convertido en una expresión lenta, corrupta e ineficiente de la voluntad de las mayorías.
Medio Oriente tiene una reciente relación funcional y cotidiana con el conflicto, con la violencia y con las expectativas sobre la calidad de vida. No por motivos religiosos, más bien por sus últimas 6 o 7 décadas de historia. Al igual que para Marcola, la paz para Irán tiene mucho menos valor que para Israel.
Irán es uno de los países más ricos de la región, una de las 20 naciones más grandes del mundo, 100 millones de habitantes y fuerzas armadas con armamento algo vetusto, pero numerosas y organizadas con el objetivo de defender el territorio ante la amenaza permanente de su principal rival en la región, Arabia Saudita. No es razonable pensar que pueda ser ni invadido ni vencido en un período breve de tiempo en un conflicto convencional.
De suceder cualquier intento de ocupación, seguramente dispare la intervención de aliados regionales y globales, así como generaría una cohesión interna no solo dentro del país, sino fundamentalmente dentro de la comunidad islámica internacional. Los ayatolas lo saben y es razonable pensar que intenten negociar su continuidad como régimen en base al sostenimiento del conflicto por vías no tradicionales.
En las últimas horas los niveles de alerta se han disparado en casi todas las estructuras de seguridad occidentales por temor a posibles atentados. El departamento de Estado he decidido evacuar dependencias administrativas en el área de influencia del conflicto, y se ha aumentado la presencia militar en el golfo y el mar arábigo. Finalmente, distintas organizaciones internacionales como OIEA y UN están clamando por la finalización del conflicto y la apertura de negociaciones diplomáticas.