Hirschman en 1973 desarrolló el conocido ‘efecto túnel’. Resumiendo, si uno está en una avenida con dos carriles atascado en el tránsito y, de repente, parado desde el carril de la izquierda ve cómo avanza el de la derecha (o sea, existe desigualdad), genera en lo inmediato una satisfacción porque quien sigue atascado piensa que el tránsito se descongestionará pronto y le tocará al de la izquierda avanzar también. Si el de la izquierda permanece atascado durante algo más de tiempo y el de la derecha fluye ya no es tan claro y posiblemente intente ‘colarse’ en el otro carril, lo cual es sano debido a que avanzará (progresará socialmente). Esta idea es la de una desigualdad que funciona como motor de crecimiento.

Ahora, ¿qué sucede cuando mucha gente y por mucho tiempo queda en el carril de la izquierda atascada y ve sin posibilidades moverse al carril que avanza? La desigualdad deja de funcionar como motor. La avenida se parte en dos calles separadas donde los que avanzan culpan a los del carril izquierdo de que eligieron mal o simplemente no saben conducir, incluso que ocupan espacio. Los de la izquierda miran con un odio razonable a los del carril de la derecha. Alguien tiene que ordenar esa situación para que el tránsito fluya en ambos carriles, porque el riesgo de que vuelva a atascarse también el carril derecho se vuelve cada vez mayor (en la analogía, se frena el crecimiento).

Siguiendo la misma lógica, el problema de Argentina es grave. Muchos permanecen en el carril izquierdo hace rato y la pandemia congestionó todo el tránsito dando un golpe final a una situación que ya era delicada. De hecho, Argentina tiene un PBI per cápita igual al de hace 50 años, pero mucho peor distribuido y con niveles de pobreza que llegaron al 42%.

Al menos un carril no está avanzando, el coeficiente Gini que da cuenta de la desigualdad aumentó considerablemente en los últimos 50 años. Siendo optimistas podemos esperar que el otro carril empiece a fluir, pero mientras haya uno atascado la desigualdad se perpetúa y los riesgos de dejar de crecer aumentan.

En esa economía donde no hay tránsito fluido por muchos lugares, no hay donde colarse más que en algunos refugios, aparecen comportamientos de rent seeking que fomentan la corrupción, la subdeclaración de ingresos, la evasión fiscal, el aprovechamiento del Estado como herramienta para avanzar económicamente, y básicamente buscar abalanzarse sobre cualquier caja que exista. Esa sociedad funciona con incentivos desalineados, incentivos que atentan contra el crecimiento independientemente de la mirada subjetiva que se tenga de cómo debe distribuirse la riqueza y/o los ingresos. Afecta a cómo se generan los ingresos y al funcionamiento de la macroeconomía.

La conexión entre desigualdad y crecimiento es bidireccional y es un problema objetivo. Ahí salimos del aspecto normativo, es algo que importa en términos de eficiencia. Más allá de slogans acerca de “pobreza cero” basados en modelos de crecimiento mágico que provoque derrame o “crecimiento con inclusión social” donde la inclusión no es efectiva, donde simplemente hay transferencias monetarias y no mayor acceso a la formación de capital humano, y esto se refleja en el estancamiento del crecimiento.  

No habrá quien esté en desacuerdo en decir que de esto se sale con crecimiento, como si este fuera caído del cielo. Pero el problema es la endogeneidad, la relación entre déficit fiscal, actividad e inflación es apenas solo un ejemplo de las interconexiones entre crecimiento, desigualdad y pobreza.

Las conexiones con la macroeconomía son múltiples. La distribución da una pista de cómo rastrear la generación de ingresos, la generación da pistas de la propiedad y productividad de los factores de producción en sentido amplio (capital físico, humano, tierra, etc.) que genera muchos de los debates distributivos. Hay gente que tiene distintas posturas acerca de la desigualdad. Desde que ‘tienen ingresos bajos porque quieren’ hasta ‘todos deberíamos ganar lo mismo’. No vamos a entrar en una cuestión subjetiva, el problema quizás más relevante es que, así como el crecimiento efectivamente disminuye la pobreza, la desigualdad también provoca problemas de crecimiento y perpetúa la pobreza.

Sobre la pobreza no se puede ser impasible, porque con los elevados niveles que existen termina influyendo sobre los ingresos que percibe hasta el más indiferente a través de mecanismos de redistribución. Mecanismos que terminan generando una sociedad de descarte, basada en asistencia que corre por detrás del problema financiada con alta presión tributaria que genera desde polarización hasta crisis macroeconómicas debido a la insostenibilidad de estos esquemas de crecimiento.

Así, quizás profundizando sobre estos temas podamos razonar que la solución no puede ser repartir la renta excedente de un sector exportador, ni tampoco a hacer una sociedad de iguales que detenga el crecimiento distorsionando incentivos. Los problemas macroeconómicos son en parte endógenos a los mismos modelos de desarrollo que se pretenden instalar.

Estos problemas estructurales que acarreamos desde, al menos, la última década y el posterior hundimiento del 2020 nos dejan en un punto de partida cada vez más lejos de un objetivo de crecimiento sostenido. El clima político y la polarización dificultan la cuestión y el nivel del diálogo político actual (si existe) es casi vergonzoso.