Mucho se ha escrito sobre la condición de “cerrada” de la economía argentina. Según el Banco Mundial, con los datos del año pasado confirmando una tendencia de mucho tiempo, nuestro país es uno de los diez que menor relación entre el comercio internacional total y su producto bruto exhibe entre casi 200 países del mundo. La reciente discusión dentro del Mercosur en la cumbre de presidentes del bloque se refirió a esto: Brasil y Uruguay pugnan por un Mercosur mejor vinculado con el planeta y Argentina desconfía del interrelacionamiento socioeconómico internacional. 

En la última edición del índice de barreras al comercio internacional (en el que los países con mejor calificación, que son los que menos barreras aplican, son Singapur, Hong Kong, Nueva Zelanda, Paìses Bajos y Suecia), Argentina se ubica en el lugar 71 entre 86 medidos (hay 14 países de la región que son evaluados como menos restrictivos que Argentina). 

Ahora bien; las relaciones económicas internacionales ya no son un vehículo de intercambio transfronterizo de mercancías solamente. La economía internacional está cambiando sustancialmente y un fenómeno de la época -que tiende a superar la relevancia aislada de los meros flujos de comercio internacional, de inversiones de origen extranjero o de financiamiento multinacional- es la creación de alianzas entre empresas en diferentes lugares del mundo que generan un extraordinario valor económico gracias a los “ecosistemas” vinculares (eco, por económico). Lo más relevante de la internacionalidad no es ya la venta de ciertos productos o el ingreso comercial de algunos dólares o la definiciòn sobre la inversión externa sino la actuación regular de empresas en el marco de alianzas internacionales. Están teniendo creciente éxito en el mundo los ecosistemas internacionales que se conforman entre actores que aportan conjuntamente estrategias, inversión, conocimiento, gestión, operaciones, desarrollo comercial e intangibles que califican. 

Esto lleva a preguntarse cuál es la utilidad de la política económica internacional de un país como Argentina. Y puede responderse a ello que una de las utilidades es alentar la participación de personas, organizaciones y empresas en los llamados “ecosistemas de innovación internacionales” (“eco”, por económico). 

La Argentina mantiene obstáculos varios para los movimientos comerciales, financieros, inversores y contractuales entre empresas a través de las fronteras y ello, además de la afección inmediata en esos flujos, genera un daño mayor: la mediata al restringir la participación en esas alianzas que crean la nueva economía. Cepo, licencias para importaciones, altos aranceles, restricción al acceso de divisas para cumplimiento de obligaciones, escasez de acuerdos comerciales externos, sobre regulación, impuestos a pagos en divisa extranjera, tributos no arancelarios en frontera, burocracia en gestión de tramites internacionales, es mucho lo que obstaculiza.

Ello, mas que afectar operaciones puntuales, desalienta la creación de relaciones regulares (hace unos años John Kay reclamaba como un atributo de empresas exitosas la gestación de arquitecturas vinculares sistémicas, que precisamente son contratos relacionales iterativos, mas que contratos legales puntuales ocasionales). En la nueva globalización lo que genera éxito es la creación de espacios (muchas veces digitales, no físicos) entre empresas que interactúan como aliadas permanentes.

Por caso, dice Jessica Edgson en Capital Counselor que el mercado global de subcontratación valía 92.500 millones de dólares en la última medición anual y que específicamente para 2025 el mercado global de subcontratación de TI tendrá un valor de 397.600 millones de dólares (13. $ 66.5 mil millones fueron los ingresos globales de la subcontratación de TI en 2019). Pero la subcontratación avanza en diversas disciplinas como lo muestra que los BPO (subcontratación de procesos comerciales) generaron otros $ 26 mil millones en ingresos globales el mismo año, según las estadísticas de subcontratación de 2019.

La nueva globalidad muestra cinco cualidades: revolución tecnológica, influencia de la geopolítica, nuevas regulaciones internacionales que exigen cumplimiento de estándares cualitativos, integración multidisciplinaria de actores de diversos sectores productivos antes distanciados pero ahora complementarios y la acción de actores económicos diversos en “ecosistemas” internacionales de creación de valor por alianzas cogno-productivas. Ello requiere fluidez en los vínculos externos, y no obstáculos. 

Expresa Ron Adner (en “Ecosystem as a Structure”) que esas redes sistémicas entre empresas en diversos lugares del mundo (ecosistemas como estrategia) se definen como un interalineamiento de un conjunto de socios diferentes que necesitan interactuar en orden a obtener una proposición focalizada de valor a ser materializada. 

La política debe crear condiciones para ello. Mucho se habla de la “comoditizaciòn” de las exportaciones, pero la manera de integrarse mejor en las redes de generación de valor internacionales es actuar fluidamente en mecanismos vinculativos entre empresas. 

El Deloitte University press describe estos ecosistemas como mecanismos internacionales de relación entre empresas que requieren tres elementos: diversidad (lo que exige que diversos actores económicos se auto armonicen a través de un proceso de co-creaciòn); bordes y límites políticos poco estrictos (para que la producción se base en aprendizajes de nuevos modelos innovativos); y velocidad (que requiere ser ágil y ser abierto).

Una nueva concepción de las relaciones económicas internacionales está en espera.