La expansión monetaria histórica de la Reserva Federal de los Estados Unidos (FED) indujo a un ciclo de valorización de activos financieros y commodities como contrapartida de la desvalorización del dólar.  El impacto directo de esas políticas sobre nuestras cuentas externas es el elevado precio de nuestras materias primas de exportación, fuente principal y casi exclusiva de divisas para nuestra economía.

Por otro lado, las tasas de inflación en el resto del mundo también tienden a acelerarse por lo que el Tipo de Cambio Real nuestro se vuelve más competitivo (al encarecerse en términos reales las otras economías, la nuestra se vuelve más competitiva). Un alivio muy importante para la competitividad del peso lo aporta Brasil, ya que en los últimos 12 meses acumula en simultáneo una inflación del 8% con una apreciación del tipo de cambio nominal del 7,5%.

Es decir, nuestro principal socio comercial viene llevando una apreciación en términos reales de casi el 15% el último año. Hacia adelante, esto puede verse todavía reforzado por los aumentos de la tasa de interés que ya implicó una suba de 3,5% a 4,25% durante el mes de junio y, dado su sesgo ortodoxo, probablemente continúe. 

El riesgo de reversión de este ciclo está en manos de la moneda que ocupa la posición hegemónica en el sistema financiero global. El 16 de junio, la atención estuvo concentrada en la conferencia de prensa del presidente de la FED que, sin sorpresas, mantuvo la tasa de referencia sin cambios. Pero los mercados financieros - que buscan en estos comunicados cualquier señal, por intrincada que suene, para apostar en un sentido o en otro - estuvieron más pendientes de lo que planteó para fines de 2022: recién en ese momento se sentarían a evaluar una posible suba de tasas. Por curioso que parezca, lo relevante no fue un anuncio en sí mismo ya que se “anunció” que en un año se empezaría a pensar en la posibilidad de hacer un anuncio. 

Tal es la fragilidad del sistema financiero global y de las economías hiperapalancadas en el endeudamiento actualmente. Una suba de las tasas de 0,25 de acá a dos años puede torcer el rumbo del ciclo financiero. Dado el corto horizonte en el que se puede pensar la política cambiaria argentina, hay cuerda para rato en la tasa de interés internacional en la medida que, como sostiene la propia FED, la inflación récord del 5% en los Estados Unidos se perciba como un efecto transitorio por la salida de la pandemia. Si, por el contrario, las tasas de inflación tardan en descender y se gira hacia una política de subas de tasas, nuestras condiciones externas pueden deteriorarse rápidamente.

Para todas las economías periféricas, que incrementaron notablemente sus niveles de deuda, el cambio en las condiciones financieras globales es un riesgo para el que no cuentan con una vacuna a la vista luego de décadas de desregulación financiera. En marzo del año pasado afrontaron una salida brusca de capitales pero luego fueron incrementando su nivel de vulnerabilidad gradualmente. Argentina se encuentra bastante disociada de esta correa de transmisión dado que actualmente no tiene una dependencia del ingreso de capitales financieros. Heterodoxos de distintas vertientes se lamentan de esto y reclaman un pronto desarme de los controles de capitales. El propio Alberto Fernández señaló que el cepo era un problema porque impedía tanto la salida como la entrada de capitales. 

Sea bueno o sea malo, el “aislamiento” financiero de nuestra economía producto de la crisis de deuda provocada por la gestión Macri genera que nuestra conexión con el ciclo global sea principalmente a través de los precios de las materias primas antes que por los flujos de capital. Dentro de los determinantes de los precios de las materias primas, las condiciones financieras son un factor que amplifica los movimientos a la suba y a la baja y también puede revertir la tendencia.

El precio seguirá estando asociado en parte a las condiciones reales: la demanda china y a los problemas que tenga para abastecerse internamente como ocurre con los brotes de  gripe africana en los cerdos desde fines de 2019. Pero el componente financiero se torna cada vez más relevante a futuro. Si las materias primas impactan de forma persistente en la inflación de Estados Unidos, una suba de tasas que lleve a un fortalecimiento del dólar y caída en los precios de materias primas tiene más posibilidades de concretarse.

En 2022 será barajar y dar de nuevo. Las presiones internas sobre el dólar irán increscendo a la par de los estímulos económicos a los segmentos de altos ingresos vía devolución de ganancias y los propios excedentes de la actividad económica que se va recuperando. Por parte del gobierno, lo más probable es que se retome una intervención cambiaria similar a la de 2020 en la cual el tipo de cambio iba levemente por arriba del índice de precios.

Los precios de commodities pueden dar algo de aire aunque esperar los récords de este año nuevamente es demasiado optimista. La clave está en administrar dos frentes: la salida de divisas por la tradicional dolarización electoral y turismo que, gracias a la pandemia, todavía no incidió pero puede ser más relevante a medida que avanza la vacunación en Argentina y en el mundo, y la estructural dependencia de las importaciones para mantener los niveles de crecimiento.