El mes de noviembre está registrando una inflación más baja de la esperada, aún en niveles altos, pero sin reflejar los efectos que se esperaban de las nuevas negociaciones paritarias. El gabinete económico seguramente esté entusiasmado con esto. No obstante, preocupa que en realidad lo que se vio en las semanas anteriores haya sido el pasaje a precios del dólar soja y la economía ya esté funcionando a un dólar más alto para la fijación de precios.

La falta de coordinación en la cuestión cambiaria lleva a un desorden en la fijación de precios, básicamente, en los que no se pueden regular. Cada oferente que tiene insumos importados (o consume bienes importados) fija precios al dólar de reposición que le parece.

La multiplicidad de tipos de cambio contribuye al desorden, lejos de tener un rol de coordinador, el propio ejecutivo amplifica la incertidumbre y genera dispersión de precios. Bajo estas premisas, no parece tener mucho sentido el camino que transita el ministro de Economía.

Básicamente, Massa parece entusiasmado con la idea del dólar soja: esto profundizará el esquema de tipos de cambio alternativos. De hecho, esta semana se sumó el anuncio de la posibilidad de un dólar para economías regionales. No obstante, el tipo de cambio es una variable endógena y no puede desalinearse de su valor fundamental sin tener consecuencias sobre el esquema de incentivos hacia los agentes.

El diagnóstico de la cuestión inflacionaria encima lleva a más confusión. Al no vincular que el esquema de múltiples tipos de cambio conlleva más inflación, el problema se ataca por una cuestión de puja distributiva. Es por ello que hay que controlar los márgenes de ganancia.

Los márgenes son elevados porque esperan señales cambiarias claras. El gobierno piensa que es a la inversa, los precios altos lo obligan a devaluar. Por ello se recurren a nuevos controles de precios. Son herramientas que pueden incluso funcionar durante un escasísimo período de tiempo, pero no tienen efectos significativos sobre el fenómeno inflacionario, menos aún como una medida aislada.

En suma, lo que se está engendrando para 2023 es una acumulación de más y más distorsiones en lugar de ir desanudando lo hecho durante los últimos 3 años de gestión. De esta forma, el 2023 se presentará como un año débil en materia de actividad y frágil en materia financiera ante la falta de disposición de prestarle a un gobierno para que devuelva otro que tiene que corregir parte de esas distorsiones que se acumularon. Esto se traduce en la imposibilidad de trasladar vencimientos de deuda del Tesoro más allá de mediados de 2023.