La historia de la agricultura moderna refleja enormes mejoras de bienestar humano y uso eficiente de recursos naturales. Esto contrasta con el “eco-alarmismo” que pone en duda gran parte los avances logrados. Quedan, por supuesto, desafíos en términos de uso de los recursos naturales y el ambiente, tales como conservación de suelos, mantenimiento del hábitat y cambio climático. Sin embargo, los avances tanto en el conocimiento científico, como en la adopción de éste por parte de los productores permiten mirar al futuro con considerable optimismo. Pero para que esto sea posible, se necesitan políticas que privilegien la eficiencia productiva.

El aumento de la productividad permite producir más con los mismos recursos o, alternativamente, producir lo mismo con menos recursos. Así, el crecimiento de la productividad es clave para sostenibilidad económica, social y ambiental. Por el lado económico permite reducir costos. Por el lado social permite ahorrar trabajo y mejorar el bienestar humano. Y también contribuye a la sostenibilidad ambiental reduciendo la presión sobre los recursos naturales. 

La agricultura mundial ha mejorado enormemente su producción y productividad en los últimos 60 años contribuyendo al bienestar de la humanidad. El agro argentino no ha sido la excepción, registrando importantes avances en términos de producción y productividad. Las más de 35 millones de hectáreas sembradas con cultivos de grano en Argentina representan un aumento de casi 100 % con respecto al área cultivada a principios de la década del ’70. Aumento de superficie, sumado a cambios en la genética y manejo de cultivos, de uso de fertilizantes y de otros aspectos resultó en notables incrementos de producción y productividad.

Por ejemplo, los rendimientos promedio del trigo se han duplicado desde principios de los años sesenta y los de maíz se han multiplicado por cuatro. Más importante aún, de acuerdo con estimaciones del Departamento de Agricultura de los EE.UU., la productividad total del agro argentino se ha duplicado en el mismo período. Esto implica que con la misma cantidad de recursos (tierra, trabajo, capital, insumos intermedios) hoy el agro argentino puede producir el doble que en 1960. 

Algunos ambientalistas tal vez preferirían que muchos de estos cambios no hubieran ocurrido. Así, campos naturales, pasturas y en algunos casos bosques tendrían el lugar ocupado hoy con sembradíos. Esta “vuelta a la naturaleza” (de ser posible) implicaría, sin embargo, altos costos en términos de bienestar presente. Para aquellos que están genuinamente interesados por la sostenibilidad de los sistemas agrícolas el desafío es otro: cómo desarrollar tecnologías que aumenten la productividad y modifiquen la ecuación beneficio/costo de forma tal que sea en el interés del propio productor el adoptar sistemas que sean sostenibles en el tiempo. 

Prestar atención a la sostenibilidad de la producción agropecuaria requiere no sólo considerar consecuencias futuras, muchas veces en gran medida intangibles, sino también impactos inmediatos en la ecuación de beneficios y costos empleada por el productor. Por ejemplo, las distorsiones de precios que vía derechos de exportación reducen el precio relativo de los granos en términos de fertilizantes inducen un menor uso de estos y limitan la reposición de nutrientes con potenciales efectos negativos en el largo plazo.

De la misma forma, incertidumbre macroeconómica y un mercado de capitales limitado implican altas tasas de interés reales que reducen el retorno de inversiones para preservar recursos en el futuro. Es decir, los incentivos económicos juegan un papel fundamental tanto para la generación de innovaciones que preserven el medio ambiente y los recursos naturales, así como para su adopción efectiva por parte de los agricultores.

Puede remarcarse el fuerte contraste entre el sector agropecuario y el total de la economía argentina. A diferencia de lo ocurrido en el agro, la productividad total de la economía argentina ha caído sistemáticamente en los últimos años. De acuerdo con estimaciones de Ariel Coremberg para el proyecto AR-KLEMS, entre 1998 y 2015 la productividad total de los factores de la economía argentina disminuyó a una tasa anual acumulativa del 0.4%.

Esto implica que, utilizando los mismos recursos la economía podía producir en el año 2015 un 6% menos que en el año 1998. Esto podría considerarse una verdadera catástrofe en términos de bienestar y debería ser objeto de atención no sólo para revertirlo, sino también para evitar políticas regulatorias y fiscales que afecten la productividad en el sector más competitivo de la Argentina.