A lo largo de la historia, la palabra “libertad” estaba relacionada con la lucha de los oprimidos, aquellos que perseguían ampliar el espectro de libertades individuales, los que buscaban liberarse del dominio de algún tercero o quienes buscaban avanzar hacia un mundo más equitativo a través del desarraigue de los que se encontraban sometidos. En el imaginario común, “libertad” era concebida de forma positiva ya que denotaba la necesidad de los individuos de una sociedad de avanzar, de progresar y desarrollar plenamente todas sus capacidades personales. Libertad era sinónimo de rebeldía y se celebraba.

Lamentablemente, el mundo, amnésico de experiencias pasadas, decidió el año pasado coartar libertades individuales en pos de favorecer los intereses y privilegios de los que tenían el monopolio de la violencia. La mayoría de los individuos, ante la incertidumbre que se le presentaba lo desconocido de la pandemia, en ese momento, decidió sacrificar esa libertad ganada por sus ancestros y relegarse a otro grupo de individuos que no poseían ninguna capacidad ni omnipotente ni omnisciente para decidir sobre el futuro de todos. Así, las consecuencias fueron más que catastróficas.

El año pasado los países de la región latinoamericana sufrieron una de sus mayores recesiones históricas a raíz de las restricciones que se llevaron adelante por la pandemia. Según las últimas proyecciones del Fondo Monetario Internacional (FMI), se estima que la economía latinoamericana se contrajo en un 7% en 2020; en tanto, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) estima una caída del 7,7%, mientras que la proyección del Banco Mundial (BM) es de -6,9%.

De ésta forma sería la mayor contracción económica que se observa desde que comenzaron los registros en 1900. Por países, vemos que el panorama tampoco es muy alentador. En 2020, todos los países registraron caídas fuertes contracciones económicas: en Perú la caída fue del 11%, en Colombia del 6,8%, en Bolivia del 6,2%, en Chile del 5,8%, en Uruguay del 5,7%, en Brasil del 4,1% y en Paraguay del 1,0%.

Obviamente, ante ésta realidad, la Argentina no podía quedarse atrás y dentro de los países de la región fue uno de los países que más sufrió la crisis económica del 2020. Principalmente por haber aplicado una de las cuarentenas más restrictivas del mundo que se extendió desde la segunda mitad de marzo hasta el octavo mes del año, cuando comenzaron a flexibilizarse las restricciones sanitarias. El año pasado nuestro país cayó 9,9% y éste año se espera un rebote, fundamentalmente por arrastre estadístico, de entre el 6% y el 8%.

Pero éste rebote no quiere decir que la calidad de los argentinos mejore éste año respecto de 2020. Es más, la tasa de desempleo no va a bajar mucho desde el 14,2% real, manteniendo la Población Económicamente Activa del cuarto trimestre de 2019, del cuarto trimestre de 2020; o que los trabajadores argentinos no sigan empobreciéndose.

Es más, a modo de ejemplo sólo hace falta un botón, la Canasta Básica Total tuvo un alza del 5%, muy por arriba de la inflación de marzo que fue del 4,8%. Es decir, ahora una familia tipo de 4 miembros necesita $60.874 para no ser considerada pobre, cuando la media de ingresos del decil de ingresos más altos de nuestro país -solo unas 2.873.381 personas- se ubica en $61.810; bajo un contexto en el que tanto los ingresos como las horas trabajadas se vieron reducidas fuertemente a raíz de la pandemia.

Si nos centramos en el mercado laboral vemos que la situación no cambia. Según el último informe de la Organización Internacional de Trabajo (OIT), se estima que la pérdida de puestos de trabajo en la región fue de 26 millones, de los cuáles 716.000, según el INDEC, fueron de nuestro país. Lo más alarmante es que a partir del tercer trimestre del año pasado el mercado laboral en la región comienza a recuperarse.

Sin embargo, nuevamente, nuestro país fue el único de la región, según la OIT, en la que el empleo formal en el cuarto trimestre de 2020 fue inferior al valor del segundo trimestre de ese año, contribuyendo negativamente a la generación neta de empleo en ese período. Es decir, la recuperación que tuvo el empleo en el último período del 2020 fue impulsada por el sector informal.

De esta forma, se puede anticipar que hubo un desplazamiento de personas desde el sector formal al informal. Definitivamente, el daño sobre el tejido social de las restricciones impuestas el año pasado a las actividades económicas es muy profundo y dada las rigideces del mercado laboral argentino es muy difícil concebir que las condiciones vuelvan a los niveles pre pandémicos rápidamente.

Evidentemente, no podemos seguir postergando el debate sobre la modernización que está necesitando el mercado laboral en nuestro país. La legislación y la regulación laboral en Argentina condena la inversión y desalienta la competitividad. Es necesario que las regulaciones laborales sean equilibradas para que puedan proteger al trabajador y, al mismo tiempo, no desalienten ni la inversión ni la productividad.

Para ello, es imprescindible que los cambios que se hagan estén orientados a: privilegiar las negociaciones a nivel de empresa; la libertad sindical en todos los planos y lo más transparente posible; desregular y simplificar para bajar el costo empresarial y permitir la apertura de puestos de trabajo productivos; reducir el costo de despido; contratos laborales flexibles; y, jornadas y descansos flexibles. En resumen, lo que necesita nuestro país es más libertad.

Es necesario tener bien presentes que el hombre es sabio en su naturaleza y, no por nada, escogió siempre ganar más libertad. El mismo sabía que la única forma que tenía de progresar era a través de sus fuerzas individuales que empujarían al mismo tiempo el progreso de todos. Desgraciadamente, todavía existen hombres que se rehúsan a obtener su libertad y prefieren relegarse a un tercero. Por ello es que, al igual que nuestros ancestros, los que entendemos el valor de la libertad debemos no sólo luchar por ella sino hacerla un sentido de progreso para todos.