Decimos que algo está a la deriva cuando su rumbo es determinado por circunstancias externas, que no controla. Si uno mira lo que ha ocurrido en América Latina en las últimas décadas, ésa pareciera ser la descripción: hasta los 80s predominó el populismo inspirado económicamente en la doctrina de la CEPAL, que terminó en varios casos de hiperinflación; en los 90s fue el llamado “Consenso de Washington”; en los 2000 el rumbo fue dividido, con algunos países manteniendo algo de esa dirección y otros abrazando el populismo más extremo del chavismo y sus aliados.

En la última década es difícil decir hacia dónde quieren ir las sociedades latinoamericanas. No están a la deriva porque eso significaría que no controlan su destino, más bien eligen primero uno, y luego el opuesto. El resultado parece ser ir a la deriva, pero es peor, porque es fruto de decisiones que la misma gente toma, y que no parece tener muy en claro.

Hay distintas formas de realizar pronósticos acerca de futuras consultas electorales. Uno de ellos es conocer la opinión de algún experto, luego analizar encuestas. Eso es lo más común, pero hay otros métodos más recientes tales como los mercados predictivos, mercados organizados donde se puede apostar por cierto resultado y esto mide la preferencia agregada de quienes participan porque tal vez piensan que tienen mejor conocimiento. Ahora aparece algo que se llama “super pronósticos”, que funcionaría así: primero un programa de inteligencia artificial analiza todos los pronósticos previos y selecciona a aquellos que más se han acercado al resultado, para luego realizar una consulta solamente entre estas personas. Si bien no se sabe cómo, se asume que tienen algún “don” para predecir mejor.

En fin, el tema es que los “super pronósticos” relacionados con la región muestran ahora que los Republicanos ganarían el control de ambas Cámaras del Congreso en Estados Unidos, que las elecciones de Colombia las ganaría el izquierdista y alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, y las de Brasil, Lula da Silva.

En todos los casos los votantes parecen querer cambiar de rumbo, en varios de ellos eligen volver a lo que ya cambiaran en el pasado. Es un caso similar al de Argentina, donde primero se propuso cambiar al kirchnerismo, para luego volverlo a llamar, aunque de una forma supuestamente más indirecta.

La renovación de mandatos es uno de los elementos claves de la calidad institucional ya que impide el control absoluto del poder, tal como vemos que pasa ahora en Cuba, Venezuela o Nicaragua. Pero la forma en la que esto sucede en América Latina pareciera mostrar que no existe claridad, precisamente, sobre la importancia de las instituciones como límites al poder. Cuando hay instituciones de alta calidad lo cierto es que no importa mucho quien esté en el gobierno. Pensemos en Suiza, por ejemplo, nadie sabe quien es el presidente este año y ni siquiera es importante saberlo para los mismos suizos. Las instituciones, que son límites al poder, funcionan de todas formas, esté Pedro o Juan.

Nuestro caso es diferente, porque vamos rotando presidentes y hasta volvemos a nombrar a los que han fracasado, pero sin instituciones que funcionen más allá de eso. Eso es lo que le da estabilidad a Suiza, o también Dinamarca, Nueva Zelanda o Finlandia. En nuestro caso el resultado es totalmente opuesto, es la incertidumbre, es vivir como si estuviéramos a la deriva y con ciertas posibilidades de embestir, vararnos o naufragar. Es volver a probar lo que ya fracasó porque no se nos ocurre otra cosa o porque pensamos que por alguna razón insondable ahora las cosas serán diferentes.

Tal vez asumimos que a quienes les fue mal habrán aprendido (¿Cómo los talibanes?). Mientras tanto, no prestamos atención a que, más importante que si aprendieron o no es cuánto poder les vamos a estar entregando.