Apenas una semana ha pasado del anuncio de un acuerdo con el FMI y ya existen más desacuerdos que puntos de entendimiento. En primer lugar, el acuerdo no tiene aún números concretos más que una meta de acumulación de reservas, un sendero de déficit fiscal y uno de emisión monetaria. Esos 3 pilares lucen muy débiles como plan, pero más aún cuando se profundiza en cada meta y empiezan a existir diferencias.

Internamente se dijo que no iba a haber un cambio en la política de tarifas, pero al mismo tiempo el FMI se encargó de apurar un tweet de Gita Gopinath comentando que se había acordado reducir gradualmente los subsidios económicos. Sobre la meta de acumulación de U$S 5.000 millones aún no queda claro si el FMI desembolsaría un extra en línea con los pagos que hizo Argentina durante la pandemia que permitiría cumplir parcialmente con esa meta. Tampoco se sabe si ese extra corresponde a la totalidad de los pagos o sólo a la porción de capital que se pagó y no los intereses. A su vez, no hay acuerdo de cuándo serán esos desembolsos. La única meta clara parece la monetaria, y es la que luce más desafiante.

Tweet de Gita Gopinath

Luego están los desacuerdos hacia dentro de la coalición gobernante. La renuncia de Máximo Kirchner como presidente del bloque hace justamente lo contrario a lo que pedía el FMI cuando hizo una crítica al programa anterior. No hace “propio” al programa. Ni el oficialismo en su totalidad lo adopta y eso le quita cualquier cuota de credibilidad a las metas. Bajo ese aspecto es difícil convencer a la oposición de votar un acuerdo que no tiene la convicción de la fuerza que lo envía. Despegarse del acuerdo antes de darlo a conocer al público ya da una muestra de fragilidad política para llevar adelante cualquier programa.

Pero quizás donde más llama la atención es en el grupo de gobierno que llevó adelante la negociación. Ahí parecen buscase problemas donde no los había. Ya habíamos advertido que era inoportuno el viaje a Rusia en medio de la tensión con Estados Unidos por el conflicto en Ucrania. Pero más inoportuno fue pronunciar un discurso anti Washington para contentar a un escueto público ruso o ganarse la simpatía de un Presidente que destinó solo 10 minutos para la reunión a solas entre ambos mandatarios.

Las dificultades del acuerdo entre el equipo negociador y el FMI eran obvias y la solución de apurar un entendimiento en medio de una crisis inminente es entendible. Los desencuentros hacia dentro del oficialismo eran inesperados que salgan a la luz tan rápido y lucen, al menos, inoportunos. Ahora, sumar ruido en el plano de las relaciones internacionales del país era innecesario.

El problema no es sólo la retórica, sino que realmente las declaraciones en Moscú o Beijing pueden cambiar los ánimos del principal accionista del FMI. También la debilidad política del oficialismo puede redundar en una menor confianza de quién concede el crédito. Estas rispideces en unas semanas pueden quedar como una anécdota y atribuirse a ciertos exabruptos, ya sean del Presidente en la gira internacional o del ex Presidente del bloque de diputados oficialistas. Lo que sí se empieza a cristalizar es nuevamente la falta de ideas y de determinación. O se abraza el acuerdo al FMI o se rechaza.

Las medias tintas hacen perder más ilusión en la capacidad y disposición del gobierno para cumplir con el programa con el FMI (que aún no está redactado). Ese gap de credibilidad no se puede importar desde Rusia, China o Estados Unidos. Se construye con disciplina, convicción y persuasión a la sociedad de que es el camino correcto.

Hoy con muchos desacuerdos y apenas un entendimiento con el FMI las únicas dudas que se disipan son que el oficialismo sigue fragmentado por dentro y que la economía tiene una fragilidad importante al borde de tener que anunciar un programa que aún no está consensuado ni a nivel interno ni con el FMI.