La inflación en 3% no entusiasma, en la narrativa hay un mantra que suena algo así como “la inflación está desacelerándose”. Un 3% es un dato superior al promedio de inflación mensual desde que se volvió a medir por el INDEC en la gestión anterior. Son niveles altísimos, 43% anualizado. Si el proceso de desinflación se pudiera mantener quizás sirva ver esa tendencia, pero lo que sucede es que gracias al (fuerte) desalineamiento de precios relativos es que se logra este piso de 3%. Sobre esto habrá que montar ajustes y ahí el relato se cae, un discurso con patas cortas.

De no terminar con la dominancia fiscal posiblemente no haya espacio para pensar en una verdadera desinflación, independientemente del tipo de régimen monetario que se quiera adoptar. Por eso en ese plano aparece la cuestión del déficit nuevamente en el centro de la escena. El acuerdo que tiene que firmar el gobierno y refrendar el congreso con el FMI implicará una convergencia más acelerada del déficit. Empieza entonces a sonar cada vez más fuerte la idea de aumentar impuestos, un nuevo aporte solidario y quizás más retenciones.

En esa dificultad de la política por bajar el gasto público no productivo (el cual casi se duplicó en términos de PBI durante la gestión CFK) es que empiezan a surgir tensiones políticas como la posibilidad de avanzar con ese aporte solidario y la necesidad de ‘blanquear’ en forma obligada la tenencia de divisas. Todo esto entorpeciendo el normal funcionamiento del mercado de capitales y distorsiona los incentivos en el sector privado. Solo maquilla a corto plazo el valor en pantalla del CCL. Pan para hoy…

El otro punto sobre el que se puede abrir un conflicto es sobre las retenciones. El FMI avala la utilización de derechos de exportación para cerrar la brecha fiscal y quizás los términos de intercambio sean una excusa para plantear este tema. Más carga tributaria hoy en Argentina es más conflicto político.

Las tensiones políticas y sociales empezarán luego de las elecciones. En el momento en el cual haya que tocar privilegios o decir que no a determinadas demandas sociales. La mayor conflictividad de estos días en relación a los movimientos sociales solo puede ser la antesala de años donde si no se impone disciplina fiscal puede llevar a una inestabilidad mayor.

En el medio de este panorama complejo, el oficialismo está concentrado en dos problemas: el primero es por qué pierde en el voto joven. Redirecciona sus mensajes y canales para atraer a ese sector. El diagnóstico es errado, la pobreza y la cada vez más escuálida clase media hace pensar que muchos jóvenes de la sociedad están atascados, nuevamente aparece una cuestión de incentivos. No es un enojo por el encierro del 2020 y 2021, es un fenómeno más complejo. La imposibilidad de tener movilidad social es lo que quita esos incentivos, el encierro como mucho lo exacerba. El cocktail de conflictividad social y juventud enojada puede ser peligroso.

La otra gran preocupación es una foto, el jefe de Gabinete salió a aclarar que eso no es lo que realmente le importa a la gente. A nuestro juicio sí le importa, gasto político alto se soporta, un grado de corrupción hasta es tolerable, pero la inmoralidad y el doble estándar en un contexto donde la sociedad está cansada sí importa. Afecta a la reputación, al menos. Por más que se intente minimizar el problema, era preferible una disculpa sincera. Nuevamente, haber negado que había reuniones sociales tenía patas cortas.

La oposición no puede basar su campaña en la moralidad, quizás un sector del amplio frente de Juntos puede levantar esa bandera, pero lo que se debe mirar con más preocupación es cómo ganan terreno los votos de los extremos, es una primera medida del grado de hartazgo.