Es propio del cruento mundo bélico la expresión que manda a contar los muertos recién cuando se encuentran realmente fríos. Como la política no deja de ser un tipo de guerra por otros medios, tal como supo afirmar el genio militar Carl von Clausewitz, quizá la frase cobró especial sentido para Horacio Rodríguez Larreta y otros aspirantes al sillón de Rivadavia del espacio cambiemita, cuando se hizo conocido el sugestivo título del libro del expresidente Mauricio Macri.

No hay que ser un lúcido hermeneuta para deducir que, si alguien publica sus memorias de gobierno desde un supuesto retiro con el título de “Primer Tiempo”, es porque en la punta de la lengua y en la cúspide de su propia ambición hay por delante un posible “segundo”. La política suele tener esa ambivalencia tan esquizoide, compatibilizando episodios de enorme complejidad analítica con burdos trucos de magia a la plena vista del espectador. Por tanto, los que suponen que este relanzamiento de Mauricio Macri que se sucedió días atrás con la excusa de su nuevo libro, oculta la intención verdadera de convertir al ex presidente meramente en el mascarón que capte la munición gruesa del kirchnerismo para facilitarle el paso luego a un delfín propio, desconocen que si la política tuviese esa gestualidad generosa no sería política sino tal vez filosofía o religión.

En la práctica, Macri se subió al escenario a demostrar que aún es el portavoz de ese 41% de los votos que supo conquistar tras el estrepitoso golpe de realidad de las PASO de 2019. Y también para dejar en claro que, si bien ese porcentaje no fue suficiente para retener por entonces la presidencia, sí lo es para ser hoy un referente con suficiente capacidad de veto dentro de su espacio como para condicionar en breve las listas de legisladores que estarán en juego y para disputar, si así lo quisiese luego, nuevamente el mando nacional. Este posible giro del destino tiene un parangón bastante similar del otro lado de la cordillera en donde gobierna hoy Sebastián Piñera, político con infinidad de similitudes con Macri, que supo perder su reelección frente a Michelle Bachelet en 2014 para regresar al sillón de mando, cuatro años después.

Sin embargo, lo que llamó la atención de ese final de tarde del último jueves es que Macri pareció encarnar en sí mismo el latiguillo que suele utilizar para criticar el regreso del kirchnerismo al poder.

En tal sentido, el “volvieron iguales” que suelen espetar tanto él como los seguidores de su espacio, cobró especial dimensión cuando comenzaron a llegar al encuentro no solo varios de los rostros que resultaron para propios y ajenos los principales responsables de aquella oportunidad perdida de 2019, con el ex Jefe de Gabinete Marcos Peña a la cabeza, sino por la estética predominante, llena de los mismos lugares comunes que el macrismo arrastra desde su primera elección en la ciudad de Buenos Aires en 2007. No faltaron los livings de entrevista mano a mano, los globos, los colores, las mismas camisas azules con pantalones pinzados y hasta la típica canción de la fallecida Gilda de fondo.

Paradójicamente, Macri siempre supo referenciarse a sí mismo como un hombre lejano a la política y cercano al mundo de los negocios. Extraño sería poder encontrar el caso de alguna multinacional que, tras un fracaso como el que él mismo reconoce en su libro, relance su marca con el mismo CEO en primera fila y los mismos logos impresos en sus banners de promoción.

“No entendieron nada”, decía en este sentido hace unas horas un viejo armador bonaerense que no fue parte del encuentro, a su troupe de seguidores, mientras anunciaba que iría a una interna dentro de este espacio. El análisis simbólico de este primer paso hacia un potencial regreso, parece darle la razón.

Macri y su entorno inmediato, parecen seguir sin ser capaces de dimensionar el enorme impacto centrípeto que tiene una estética simbólica y discursiva propia de un sector absolutamente minoritario del país, concentrado en la urbe porteña. Justamente uno de los puntos que tal vez más han impedido con el paso del tiempo que Juntos por el Cambio se transforme en algo más que “el menos malo” en su inteligente juego polarizador con el kirchnerismo. Juego que a la postre puede permitir (quizá nuevamente) ganar una elección pero que estará siempre lejos de posibilitar el nivel de acuerdo necesario para cambiar el derrotero de la que quizá sea, con datos concretos, la nación más fracasada del globo durante el Siglo XX y lo que va del XXI.

Así mismo, de la mano de esta ética proyectada en símbolos e imágenes, se volvió a percibir ese ethos endogámico tan propio del macrismo, con cientos de jóvenes desesperados por congraciarse con sus referentes personales y por cumplimentar los diferentes roles tribales que este espacio les exige desde hace años para pertenecer. Quizá la decepción más grande devenga entonces de los miles que en los últimos meses comenzaron a pensar en la posibilidad de que el macrismo vuelva a la senda con la que supo conquistar legitimidad en sus comienzos. Un camino que se referenciaba sin culpas con la contundencia ideológica de referentes internacionales como el español José María Aznar, quien solía incluso enviar a miembros de la poderosa Fundación FAES a capacitar a los jóvenes macristas en una clara sintonía de éstos para con ideas propias del espectro de derechas; situación que conforme fueron ganando gravitación dentro del espacio referentes como el mencionado Peña y algunos otros, fue ocultada con una vergüenza que muchos al día de hoy no logran comprender.

Desde entonces, el macrismo se convenció a sí mismo de desdeñar la ideología, recortar los discursos, esconder o “tercerizar” la política tradicional, al mismo tiempo que se llenaba de eslóganes lavados y de esa estética cumpleañera que volvió a ser protagonista en las últimas horas. Paradójicamente, fue en gran medida esta “lógica stevia”, como supieron bautizarla sus principales detractores, la que Macri abandonó tras el fracaso de las PASO, cambiándola por los actos masivos, la presencia adusta, beligerante e ideológica de su candidato a vicepresidente, Miguel Ángel Pichetto y por la confrontación directa y sin miramientos con el kirchnerismo, lo que generó, sorpresivamente para el peñismo y no para los que pedían hacía años ese tipo de salto al ring, que Macri recuperase ese 41% de votos que le permiten este regreso incipiente.

Aún falta mucho. Incluso para el determinante octubre próximo. Sobre todo, en un país acostumbrado a vivir sentado sobre una montaña rusa de imprevistos y malas noticias. Sin embargo, quizá Macri debiera hoy mismo replantearse mucho de lo que hizo en este regreso, seguir escuchando a otras voces disonantes, como viene haciendo desde hace algunos meses, y permitir que esas otras expresiones más consistentes que existen dentro de su espacio terminen por tallar la impronta determinante que, en este momento con sabor a final de época, el país parece necesitar.

Algunos se precipitan a decir, en este sentido, que la fórmula Macri-Bullrich es un “improbable con alta posibilidad de ocurrencia”. Habrá que ver qué tienen para decir entonces un Horacio Rodríguez Larreta que resiste calzarse el traje de Jefe de Gabinete, aunque le quepa tan a medida y un Martín Lousteau, quizá decidido a quitar la mira de la Ciudad e ir por la presidencia, lo que podría generar que la pata radical del armado concretase los amagues de ruptura con los que apalanca su interna hoy.