En los últimos días, la anunciada definición de María Eugenia Vidal de bajarse de la carrera presidencial causó ruido en el ambiente político. No por tratarse de algo inesperado, pero sí porque se trató de una suerte de sacrificio en pos de lograr una unidad que asoma esquiva en el PRO. Más allá de las encuestas, apoyos y armado político, la diputada nacional conserva una imagen positiva alta en todo el país y eso es un capital en sí mismo. Y lo hará valer.

De allí que algunos en el partido amarillo especulan con una posible candidatura en la Ciudad de Buenos Aires, que además ayudaría a destrabar la guerra sin cuartel que sostienen los dos presidenciables que le quedan al PRO: el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, y la exministra de Seguridad de la Nación, Patricia Bullrich. Ambos no solo compiten a nivel nacional sino que además mantienen una disputa por la sucesión en CABA, donde uno apoya al ministro de Salud Fernán Quirós y la otra al ministro de Gobierno Jorge Macri.

Pero hoy no es una posibilidad real que Vidal juegue en la Ciudad. Tampoco existe un operativo clamor para que eso suceda ni mucho menos. Y por sobre todas las cosas, el foco de la diputada nacional no está ahí, no es su deseo. La exgobernadora busca ser factor de unidad a nivel general en el partido, no en una elección particular. De allí su propuesta de bajar todas las candidaturas, y también su consecuente decisión. 

Sucede que hoy no hay un ordenador en el PRO, como ocurría cuando Mauricio Macri estaba al frente del Gobierno. Tampoco ocupó ese rol desde afuera, incluso al contrario, dejó que los liderazgos incipientes de Bullrich y Larreta crecieran y se disputaran la conducción del partido. Al calor de esa pelea, Vidal hizo su propio camino, en principio presidencial pero que con el correr de los meses fue virando a una postura más de generadora de consensos.

Vidal se mostró con Bullrich y Larreta con pocas horas de diferencia.
Vidal se mostró con Bullrich y Larreta con pocas horas de diferencia.

En efecto, entre viernes y sábado, la exgobernadora bonaerense se reunió -y se mostró- con Bullrich y con Larreta. A ambos les dijo lo mismo: no se va a jugar por ninguno, será imparcial y se puso a disposición de trabajar con ellos en lo que necesiten. En el caso de la exministra de Seguridad, la cumbre sumó un tercer actor: el diputado nacional Cristian Ritondo, quien es también precandidato a gobernador bonaerense. Justamente, era el alfil de Vidal en la provincia y a partir de ahora lo será de la extitular del PRO.

El objetivo de MEV es ser hacedora de la unidad, por eso es que no quiere contribuir al ruido partidario posicionándose de un lado o del otro. A los más íntimos le dijo más de una vez que no está a favor de todo el enfrentamiento interno entre las filas amarillas. Tiempo atrás pidió bajar las candidaturas y discutir estrategias y no tantos nombres. Antes había publicado una carta pidiéndole al partido hablarle a la gente. 

“Su intención es evitar que esto sea un río de sangre donde los dirigentes nos matemos entre nosotros para ver quien llega”, remarcó a Data Clave alguien muy cercano a Vidal. De nuevo, la figura de la pacificadora, que tiene un doble objetivo. Suena bien para afuera, empatiza, pero también responde a una practicidad: el desorden propio lo capitalizan ajenos. La interna a cielo abierto del PRO los privó de beneficiarse del desmadre del peronismo.

De esta manera, la jugada de la exgobernadora bonaerense está lejos de ser una marcha atrás o un paso al costado en la política. En algún punto, se corre del barro público para lavar los trapos sucios puertas adentro. Hacer las veces de mediadora para que la vaticinada vuelta al poder de la coalición opositora no quede trunca en el camino. En ese río revuelto hay más de un pescador y no muchos son propios. Ya sin Mauricio Macri como faro, María Eugenia Vidal busca ser la ordenadora de un PRO sin brújula. Las próximas semanas serán clave para ver si lo logra