El Sodalicio de Vida Cristiana: la secta fascista peruana expulsada de la Iglesia que considera enemigo a León XIV
El Sodalicio de Vida Cristiana, una organización católica ultraconservadora peruana, acumuló conexiones políticas, poder financiero y un seguimiento devoto durante cinco décadas. Luego de decenas de denuncias por abusos sexuales y malversación de fondos, el Papa Francisco inició una investigación que culminó en abril de 2025, cuando los expulsó de la Iglesia. Prevost, que vivió en Perú durante dos décadas y conoció de cerca al Sodalicio, fue fundamental para la decisión de Francisco. La militancia peruana de derecha dentro y fuera de la Iglesia parece no perdonárselo.
Robert Prevost, ya investido como León XVI, salió al balcón y en su discurso iniciático se presentó como un hombre en busca de paz. Habló en italiano -lejos del inglés, su idioma de origen y sin mencionar nunca a su país natal- y eligió el español para saludar y agradecer a su país por adopción. Dijo: "A mi querida diócesis de Chiclayo, en el Perú, un pueblo fiel que ha acompañado a su obispo, ha compartido su fe y ha dado tanto para seguir siendo Iglesia fiel de Jesucristo". Al conocer el revés de algunas tramas, la frase podría tener otro significado y ser un mensaje, también, para sus detractores del país andino.
Hace décadas que América Latina tiene a sus hombres y mujeres de fe violentamente divididos entre los que pretenden un mundo donde quepamos todos donde se labore en pos de la felicidad; y los que consideran que debe ser un lugar de sufrimiento, que el paraíso está en otro lado y que es para unos pocos elegidos. El Concilio Vaticano II, que propuso un profundo cambio de paradigma al propulsar la opción por los pobres y considerar que "El reino de los cielos empieza en la tierra", generó una contrareacción: el florecimiento de los grupos de extrema derecha católica, ortodoxos que en esa igualdad cristiana ven las garras del comunismo, tal igual al demonio.
"Debemos ser una Iglesia misionera, una Iglesia que construye puentes y el diálogo siempre abiertos a recibir a todos, a todos aquellos que necesitan nuestra caridad, nuestra presencia". Lejos de este espíritu fraternal que declamó León XIV en sus primeros minutos como Papa, están los integrantes del Sodalicio de la Vida Cristiana, o "el Sodalicio", quienes desde que fueron excomulgados de la Iglesia juraron venganza contra Prevost, uno de los responsables de la expulsión que firmó Francisco, una de las últimas y más duras decisiones que tomó en vida.
El actual Papa supo de las primeras denuncias contra esta secta ultracatólica alrededor de 2010, cuando como integrante de la Conferencia Episcopal Peruana tuvo contacto con José Enrique Escardó, una de las víctimas de abuso del fundador del Sodalicio. En ese momento Prevost era solo un obispo dentro de un conglomerado y poco pudo hacer en solitud, hasta que llegó a Roma y ya como Director del Dicasterio que regulaba los nombramientos de obispos, dió de baja el permiso de Monseñor José Antonio Eguren, arzobispo de Piura denunciado por abusos.
Es el mismo Escardó quien contó en una entrevista radial que fue Prevost el que llevó las denuncias al Vaticano. Luego, llegó la decisión final de Francisco que no hubiera sido posible sin la intermediación del Papa actual para que eso suceda.
Pedro Salinas, otra víctima de la secta, declaró: "Las denuncias contra Prevost surgieron de las canteras del Sodalicio, con el propósito de desacreditarlo, desprestigiarlo y deslegitimarlo ante la opinión pública como consecuencia de las cosas que ya comenzaban a pasar en el caso Sodalicio. Robert Prevost siempre se compró el pleito y se puso en el zapato de las víctimas. Siempre puso en el centro a las víctimas y fue uno de los que defendió a los sobrevivientes y víctimas frente a los ataques del Sodalicio".
Cuando el nombre de Prevost surgió como papable, la revancha de los excomulgados no se hizo esperar e, invirtiendo la carga de la prueba, hicieron circular el rumor de que León XVI llegaba al trono de Pedro habiendo protegido a abusadores y pedófilos, supuestamente, mientras fue parte de la CEP.
¿Qué es el Sodalicio de Vida Cristiana?
Fue fundado el 8 de diciembre de 1971 en Lima, por Luis Fernando Figari, un carismático abogado y teólogo de una familia acomodada. Inspirado por la Falange Española y por figuras católicas como Ignacio de Loyola y Guillermo José Chaminade, Figari concibió una comunidad católica “soldadesca” para contrarrestar el auge de ideologías de izquierda, particularmente la teología de la liberación, que promovía la justicia social y ganaba terreno en América Latina durante la Guerra Fría.
El SCV se estructuró como una Sociedad de Vida Apostólica, aprobada por el Papa Juan Pablo II en 1997, compuesta por laicos consagrados y sacerdotes conocidos como “sodálites”. Los miembros se comprometían al celibato, la obediencia y la vida comunitaria, con el objetivo de evangelizar a jóvenes y élites mediante una espiritualidad rígida y jerárquica. El SCV derivó en la creación de la “Familia Sodálite”, que incluía otras organizaciones satelitales que no dejaban espacio sin cooptar: el Movimiento de Vida Cristiana, la Fraternidad Mariana de la Reconciliación y las Siervas del Plan de Dios. La red llegó a tener más de veinte mil seguidores en veinticinco países, incluyendo Argentina, en su período de apogeo. Su lema, “el que obedece nunca se equivoca”, encapsulaba su ethos autoritario, que críticos luego compararon con el de una secta.
Luis Fernando Figari: un manipulador que acumuló poder y dinero
Nacido en la capital peruana en 1947, fue el arquitecto y alma del SCV. Hijo de una familia de clase alta, estudió derecho en la Pontificia Universidad Católica del Perú, pero su verdadera pasión era la teología y la militancia católica. En su juventud, Figari se vinculó al grupo ultraconservador Tradición, Familia y Propiedad (TFP), fundado en Brasil por Plinio Corrêa de Oliveira, lo que moldeó su rechazo al liberalismo y al comunismo. Su admiración por la Falange Española, con su énfasis en la disciplina y el corporativismo, se reflejó en la estructura militarista del SCV, donde los miembros eran vistos como “soldados de Cristo”.
Figari era descrito por seguidores como carismático, erudito y visionario, capaz de inspirar devoción absoluta. Sin embargo, los testimonios de exmiembros pintan un retrato más sombrío: un líder narcisista, controlador y obsesionado con el poder. Según un informe vaticano de 2017, Figari era “manipulador, paranoico y obsesionado con temas sexuales”, que usó su autoridad para cometer y justificar abusos propios y ajenos. Su estilo de liderazgo fomentaba la sumisión total, con frases como “la obediencia es la vía a la santidad” repetidas en retiros y escritos internos. Figari vivía aislado, rodeado de un círculo íntimo de sodálites, y mantenía un control férreo sobre las decisiones espirituales, financieras y personales de los miembros.
Funcionamiento y casas: Una estructura sectaria
El SCV operaba como una red de comunidades cerradas, conocidas como “casas”, donde los sodálites vivían en un régimen de estricta disciplina. En su apogeo, el SCV tenía 32 casas en Perú, Chile, Brasil, Colombia, Argentina y Estados Unidos, con unas seis comunidades principales en Perú en Lima, Arequipa y Piura. Estas casas eran residencias donde los sodálites, divididos en laicos consagrados y sacerdotes, compartían la vida diaria bajo reglas rigurosas.
Los sodálites seguían un horario monástico que incluía oración matutina, misa, trabajo apostólico (como enseñar en colegios o liderar retiros juveniles), y sesiones de “formación espiritual”. Las actividades estaban diseñadas para reforzar la obediencia y la identidad colectiva, con énfasis en la “reconciliación” como respuesta a la teología de la liberación.
Cada casa estaba dirigida por un superior local, quien reportaba a la cúpula en Lima, encabezada por Figari hasta 2010 y luego por sucesores como José David Correa González. La obediencia era absoluta, y cualquier cuestionamiento se castigaba con humillaciones públicas o aislamiento.
Los miembros eran sometidos a prácticas como la “corrección fraterna”, donde se denunciaban mutuamente por “faltas” espirituales. Según testimonios, Figari y otros líderes usaban confesiones personales para manipular a los sodálites, creando un ambiente de vigilancia constante.
El SCV se enfocaba en reclutar a hombres jóvenes, a menudo de familias acomodadas, a través de retiros, grupos juveniles y colegios. Los candidatos pasaban por un proceso de “discernimiento” que podía durar años, durante los cuales se les aislaba de sus familias y amigos externos.
Las casas del SCV eran espacios de adoctrinamiento, donde la vida personal quedaba subordinada a la misión colectiva. Exmiembros como Pedro Salinas describen un entorno “claustrofóbico”, donde la presión psicológica y la falta de autonomía generaban traumas duraderos.
El testimonio de Pedro Salinas : https://www.youtube.com/watch?v=WKKCPgO67hs
El método es idéntico al de otras sectas de tipo pentecostal u orientalistas, como "Los Niños de Dios" o "la secta Moon", en las que el fin último es tener un ejército esclavo proveedor de mano de obra, vínculos sociales y económicos y transferencias de bienes.
Vínculos religiosos: Favor papal y tensiones internas
El SCV floreció bajo el pontificado de Juan Pablo II (1978-2005), quien favoreció a los movimientos católicos conservadores como contrapeso al progresismo post-Concilio Vaticano II. En Perú, el SCV cultivó relaciones con prelados conservadores como el cardenal Juan Luis Cipriani, exarzobispo de Lima (1999-2019) y miembro del Opus Dei, quien compartía su oposición a la teología de la liberación. Sin embargo, figuras progresistas como el cardenal Pedro Barreto y el arzobispo Carlos Castillo criticaron las prácticas sectarias del SCV, generando tensiones dentro de la Iglesia peruana.
A nivel internacional, el SCV se inspiró en movimientos ultracatólicos como el Opus Dei, los Legionarios de Cristo y Tradición, Familia y Propiedad (TFP). En España, mantuvo vínculos ideológicos con Hazte Oír, una organización ultracatólica opuesta al aborto y al matrimonio igualitario. Sin embargo, el SCV nunca logró la influencia global del Opus Dei o los Legionarios, y eso limitó su alcance a círculos conservadores específicos. Fue, en todo caso, como una de las tantas subsidiarias de agrupaciones mayores, como la mexicana "El Yunque", organizaciones que suelen operar en las sombras y tienen como pantalla grupos locales como SCV.
Vínculos políticos: Poder en la élite peruana
El SCV se integró profundamente en la élite política y económica de Perú y atrajo a familias acomodadas y empresarios influyentes que les facilitaron holgura económica que derivó en una red de empresas y fortuna consecuente. Su postura antiizquierdista lo alineó con sectores conservadores durante los turbulentos años de la insurgencia de Sendero Luminoso y algunas fuentes aseguran que algunos de sus miembros fungieron también como "espías" de los Estados Unidos en medio del caos político y social. El poder de la secta no perdió poder ni siquiera cuando las denuncias estaban en marcha: entre sus conexiones políticas destaca Rafael López Aliaga, líder del partido ultraconservador Renovación Popular y candidato presidencial en 2021, cuya empresa, Acres Investment, gestionó un fideicomiso con activos del SCV, como los cementerios Parque del Recuerdo, propiedad del grupo religioso.
En el sur de Perú, obispos sodálites lideraron campañas contra gobiernos regionales de izquierda, como el de Hernán Fuentes en Puno, y atacaron a la pastoral indígena y organizaciones de derechos humanos, vinculadas con la línea misionera del entonces obispo Prevost, hoy León XVI. Estas acciones reflejan la agenda política del SCV, que buscaba entonces, como ahora, contrarrestar cualquier influencia progresista, de ahí su odio, entre otras cuestiones, contra el nuevo Papa. A nivel internacional, el SCV intentó acercarse a la derecha estadounidense a través del periodista sodálite Alejandro Bermúdez quien, aunque desde Casa Blanca pretendieron desmentirlo, aseguró tener excelentes relaciones y trato constante con Donald Trump.
Un oscuro imperio financiero
El SCV construyó un imperio financiero estimado en hasta 1,000 millones de dólares, según investigaciones periodísticas. Sus fuentes de ingresos incluían las donaciones de familias peruanas acomodadas atraídas por su discurso conservador, o bien, por la incorporación de miembros de ese sector que, para pertenecer a la secta, debían donarle al grupo todo su patrimonio.
De esa manera lograron construír un alambique empresariarl que aún opera en sectores como el inmobiliario, la minería y la educación (en Chile manejan la Universidad Gabriela Mistral y varios colegios en Perú) y cementerios como "Parque del Recuerdo" en Lima. La trama incluye empresas offshore registradas en paraísos fiscales como Islas Vírgenes, Panamá y Estados Unidos destinadas a ocultar ingresos. Como si fuera poco, la organización aprovechó el Concordato Perú-Vaticano para evitar impuestos, según exmiembros.
La Asociación Civil San Juan Bautista (ACSJB), una entidad jurídica vinculada al SCV, gestionaba activos como los cementerios, y en 2020 -cuando las denuncias arreciaban y no solo tenían sobre si los ojos del Vaticano sino de la Justicia peruana- los transfirió a un fideicomiso administrado por Acres Sociedad Titulizadora, la empresa del antes mencionado candidato a presidente en 2021, lo que generó sospechas de un intento de proteger bienes ante demandas de víctimas. En Piura, agricultores acusaron al SCV de despojarles de 10,000 hectáreas de tierras comunales mediante documentos falsificados y matones contratados, un caso que permanece bajo investigación.
Quién o quienes manejan ahora esa fortuna, es un enigma. Dónde está el dinero, es previsible, en paraísos fiscales. Cual es la finalidad además del enriquecimiento personal, es bastante evidente: financiar otros movimientos de extrema derecha católica y política.
La casta peruana
El SCV estaba compuesto por unos 238 sodálites en 32 casas, además de miles de simpatizantes laicos. A la cabeza estaba Luis Fernando Figari, el fundador, expulsado en agosto de 2024 por abusos sexuales, psicológicos y de poder contra al menos 36 personas (de los cuales 19 eran menores) entre 1975 y 2002. Su paradero actual es desconocido.
Lo segu��a en poder jerárquico José Antonio Eguren, el Arzobispo de Piura, expulsado en 2024 por encubrimiento y abuso de autoridad. Demandó a periodistas que denunciaron desalojos forzosos ligados a un desarrollador inmobiliario sodálite.
En la escala también estaban José Andrés Ambrozic, Ricardo Trenemann, Luis Ferroggiaro, Jaime Baertl y Juan Len: Expulsados en 2024 por abusos sexuales, de autoridad y financieros.
El periodista ultraconservador Alejandro Bermúdez fue expulsado por abuso en el apostolado del periodismo. El último superior general, que fungió hasta abril de 2025 fue José David Correa González que firmó el decreto de disolución cuando Francisco los hechó de la Iglesia Católica.
Denuncias y delitos: Un legado de abuso sistemático
Las denuncias contra el SCV comenzaron en 2000, cuando el exmiembro José Enrique Escardó publicó en la revista Gente relatos de violencia física y psicológica, incluyendo castigos como permanecer de rodillas durante horas o soportar insultos públicos. Su aparición en el programa Entre Líneas en 2001 amplificó las acusaciones, pero el tema se desvaneció hasta 2007, cuando el sodálite Daniel Murguía Ward fue arrestado en un hotel de Lima con un menor, en posesión de pornografía infantil, un caso que expuso las fisuras del SCV.
El punto de inflexión llegó en 2015 con la publicación de "Mitad monjes, mitad soldados" de Pedro Salinas y Paola Ugaz, un libro que recopiló testimonios de más de treinta víctimas. Los relatos detallaban un sistema de abuso sistemático que se mantuvo a lo largo de tres décadas. Además de los abusos sexuales y violaciones, se consideraron abusos sicológicos las humillaciones constantes a las que eran sometidos los sodálites, como ser llamados “inútiles” o “pecadores", las prácticas de flagelación autoimpuesta o el aislamiento en “retiros de reflexión”. Exmiembros describen un ambiente de miedo, donde las confesiones eran usadas para chantajear. Tanto en los medios como en la justicia se reportaron castigos como golpes, privación de sueño y dietas restrictivas, diseñados para “fortalecer la voluntad”.
Como contrapartida, líderes como José Antonio Eguren demandaron a periodistas y silenciaron a víctimas, mientras el SCV ofrecía acuerdos de confidencialidad a cambio de pagos mínimos. Del mismo modo, acusaron a sus acusadores de los mismos delitos que cometieron ellos, tal como están haciendo ahora con el novel Papa.
Las víctimas, muchas de las cuales eran menores al momento de los abusos, enfrentaron traumas duraderos que incluyeron depresión y trastornos de estrés postraumático. La falta de acción inicial por parte de la Iglesia peruana y la prescripción de delitos en el sistema judicial frustraron los esfuerzos por lograr justicia penal.
Influencia en América Latina y España
El SCV extendió su alcance a Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Costa Rica, Estados Unidos e Italia, pero su influencia fue más limitada fuera de Perú. En Chile, controló la Universidad Gabriela Mistral y se infiltró en élites de Ñuñoa y Lo Barnechea. En Argentina, operó comunidades pequeñas sin instituciones propias, compitiendo con movimientos como el Opus Dei. En Brasil y Colombia, se enfocó en la evangelización juvenil, pero careció del impacto político de Perú.
En España, el SCV mantuvo vínculos ideológicos con Hazte Oír, con quienes comparte su oposición al aborto y al matrimonio igualitario. Sin embargo, su presencia fue marginal comparada con el Opus Dei, que domina los círculos católicos conservadores españoles.
También comparte afinidades ideológicas con movimientos ultracatólicos como El Yunque de Mexico y los Legionarios de Cristo. Con El Yunque, los paralelismos incluyen su estructura sectaria y su anticomunismo, y aunque el SCV no tuvo nunca presencia fuerte en México, fungió siempre como una subsidiaria de la mexicana en el resto de Latinoamérica. Los Legionarios de Cristo, también envueltos en escándalos de abuso, compartían el modelo de captación de élites. El Opus Dei, aunque ideológicamente afín, mantuvo distancia debido a su mayor legitimidad eclesial. Hazte Oír fue el vínculo más claro, limitado a una agenda conservadora compartida.
Investigación y disolución por el Papa Francisco
El Vaticano comenzó a investigar al SCV en 2016 tras las denuncias públicas. En 2023, el Papa Francisco envió a los investigadores Charles Scicluna y Jordi Bertomeu a Perú para examinar el caso, lo que resultó en un informe devastador.
El 14 de enero de 2025, Francisco ordenó la disolución del SCV, para ello citó y demostró abusos, comportamientos sectarios y manejos financieros irregulares. El decreto, implementado en abril de 2025, suprimió al SCV y sus ramas, con Bertomeu nombrado Comisario Apostólico para gestionar el cierre. La decisión fue un hito, ya que el Vaticano rara vez disuelve una sociedad de vida apostólica.
Tras la muerte de Francisco en abril de 2025, el cardenal Robert Prevost, un estadounidense con nacionalidad peruana, fue elegido Papa León XIV. Prevost, quien sirvió como obispo de Chiclayo entre 2014 y 2023 y como cardenal desde 2023, tiene una conexión profunda con Perú, donde el SCV fue un actor eclesial prominente. Como obispo, Prevost estuvo al tanto de las controversias del SCV, y como dijimos, como integrante de la Comisión Episcopal tuvo testimonios y documentos de primera mano, que luego llevó al Vaticano y derivaron en la decisión de Francisco.
León XIV parece mantener la línea de “tolerancia cero” de Francisco contra los abusos. La reacción de los exmiembros del SCV a su nombramiento fue mixta: sectores ultraconservadores ligados al SCV, descritos como “fascistas” en X, intentaron desacreditarlo durante el cónclave, posiblemente por su alineación con las reformas de Francisco. Una vez nombrado, algunos sacerdotes que formaron parte de la secta -circulan los videos por las redes sociales- no ahorraron críticas y asociaciones con "el demonio" al nuevo Papa.
La disolución del Sodalicio de Vida Cristiana marca el fin de una organización que combinó fervor religioso con abuso de poder y ambición financiera. Su legado —abusos, despojos y sectarismo— ha dejado cicatrices en miles de víctimas y en la Iglesia peruana. Aunque el Papa León XIV parece comprometido con la rendición de cuentas, la falta de condenas penales y la opacidad de los bienes del SCV frustran a quienes buscan justicia. Mientras América Latina enfrenta el declive del catolicismo tradicional, el caso del Sodalicio sirve como advertencia sobre los peligros de los movimientos religiosos autoritarios. El rol de León XIV será clave para ponerles un freno, o dejarlos actuar. La pelota está en el aire.