Cuando pisó sueño estadounidense Friedrich Drumpf tenía dieciseis años y no hablaba ni una palabra de inglés. Era 1885 y como migrante no tuvo problemas porque gobernaba el demócrata Grover Cleveland, quien unos meses antes había vetado una ley que hasta ese momento restringía la entrada de extranjeros al país.

En su pequeña valija de cartón, atada con una soga, llevaba lo poco que siempre había poseído: algo de ropa rústica, un delantal de peluquero que había tomado del negocio donde había aprendido el oficio, un par de tijeras también robadas a su antiguo empleador y una foto familiar y que le recordaría por años de dónde había partido.

Muchas cosas cambiaron ni bien llegó al puerto el 16 de octubre: las voces, los olores, los edificios eran muy distintos a los de la Alemania granjera que había dejado del otro lado del mar. También cambió su apellido, por esas cosas de que un burócrata no sabe escribir en otros idiomas y un migrante no sabe deletrear en la lengua local: Friedrich pasó a ser Frederick y el Drumpf mutó a Trumpf, para finalmente quedar como Trump.

Frederick Trump
Frederick Trump

El abuelo

Friedrich vivió con sus padres, los trabajadores de las viñas Christian Johannes Drumpf y Katharina Kober, en Kallstadt, un pueblo alemán de la región de colinas vitivinícolas del sudoeste alemán que hoy tiene 1200 habitantes. En 1877, ocho años antes de que llegara a Nueva York, murió su padre. El fallecimiento temprano de Christian llevó a la familia a la ruina: tuvieron que abandonar la granja y los cinco hijos de la joven viuda se emplearon como viñateros en granjas vecinas. Friedrich tenía 14 años y una salud endeble, por lo que se fue a la localidad vecina de Frankenthal para trabajar como aprendiz de peluquero.

De allí salió dos años después con un oficio y unas tijeras y un delantal robados. Volvió a su casa pero pocas cabezas tenía allí para acicalar, y la experiencia de haber vivido en otra parte lo conminó, pocos días después de llegar, a volver a partir. No se despidió de nadie, apenas dejó una nota a su madre, y en Bremen se subió a un barco rumbo a Estados Unidos.

En Nueva York sintió que tenía todo por hacer. Su hermana Katharina, ocho años mayor que él, estaba en la ciudad desde 1882. Había llegado con su marido, Friedrich Schuster, también oriundo de Kallstadt. Cuando Friedrich llegó recién había nacido su primer sobrino, que falleció en 1887 coincidentemente con la partida de su tío de la casa, que pasó a vivir solo en un pequeño cuarto en la trastienda de una barbería de un alemán, donde trabajó por seis años.

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Ahorró lo suficiente y volvió a armar la valija. Hasta el sillón de peluquero, de un tiempo a esa parte, llegaban nuevos ricos que habían hecho pequeñas fortunas con el oro febril del oeste americano. Trump no pensó dedicarse a las minas, sino que consideró dedicarse a un negocio que asistiera a los trabajadores, contrabandistas y mercachifles del metal: un burdel.

En Seattle encontró que había un distrito conocido como Lava Beds, donde se amontonaban los casinos y salones. Compró allí un local al que llamó "Poodle Dog" y que reunía las necesidades básicas masculinas: alcohol, comida y prostitutas que vivían en pequeñas habitaciones al fondo del local y que Trump les rentaba, además de una comisión por parroquiano. Prosperó. Ahorrativo, especulador, en pocos años tuvo lo que hoy llamaríamos una "cadena" de burdeles por toda la región del oro.

En 1892 dejó Seattle y se instaló en Monte Cristo, una comunidad más pequeña pero en el centro del auge minero, y allí levantó el primer hotel Trump. Ese año, además, pasó a ser ciudadano estadounidense y votó por primera vez. Cuatro años después, entusiasmado con eso de ser un miembro activo de la comunidad, ganó las elecciones para juez de paz. Evidentemente era un personaje popular, pues arrasó con 32 votos contra los cinco de su contrincante; por lo que fue Frederick el primer Trump en ganar una elección en Estados Unidos. De todas maneras no permaneció demasiado tiempo en el país: la fiebre del oro empezaba a pasar y antes que el civismo estaban los negocios.

Frederick Trump vendió todo y se fue a Klondike, en el territorio canadiense de Yukon, limítrofe a Alaska. Allí abrió el Hotel y Restaurante Actic y el White Horse Restaurant Inn, sitios en los que repitió la fórmula de comida, apuestas, alcohol y sexo al paso. Un recorte de un periódico local que pudo recuperar el periodista José Gallego Espina, de "El Español", describía las bondades del negocio: "apto para los hombres solteros del Ártico, con excelentes alojamientos, así como el mejor restaurante, pero no aconsejable para mujeres respetables que vayan a dormir, porque son susceptibles de escuchar sonidos depravados que ofendería su sensibilidad”.

La nostalgia estaba haciendo lo suyo en el ánimo de Trump. Habían pasado dieciséis años desde que se había ido de su pueblo alemán precisamente a los 16 y, a pesar de llevar más años de adulto entre los parajes desolados del noroeste yanqui que en Alemania, vendió todo y volvió a Europa justo con el declive del oro y sus negocios adyacentes, en 1901. En Kallstadt se casó con su antigua vecina, Elizabeth Christ, y con ella volvió a cruzar el mar para instalarse, como en el principio, en Nueva York. A diferencia de los Drumpf, los Christ eran dueños de extensos viñedos y la joven estaba acostumbrada a llevar una buena vida, diferente a la de la esposa de un comerciante hotelero en una gran ciudad. Pronto nació la primera hija a la que también llamaron Elizabeth; la joven madre no pudo con la nostalgia -algo que hoy llamaríamos depresión- y en 1904 volvieron a Alemania con el dinero de la venta de los comercios neoyorkinos.

La familia trump
La familia trump

Y entonces apareció el gobierno alemán: Frederick había llegado de regreso a Alemania por segunda vez, ahora con una esposa y una hija, justo cuando tenía 35 años, la edad límite para cumplir con el servicio militar obligatorio del que había escapado la primera vez. Además, traía en su faltriquera unos 80mil marcos de entonces, alrededor de medio millón de dólares de hoy, y la intención de los alemanes era que esa suma se invirtiera en el país. Nada de eso resultó, y mandaron a la familia Trump de nuevo a América, ya sin la ciudadanía alemana, para que nunca más puedan volver, cosa que cumplieron.

En Nueva York nacieron dos hijos más: Frederick y John, que recién conocieron Europa de grandes y por propia iniciativa. Frederick padre, o Friedrich en el original, murió en Queens el 30 de mayo de 1918 como consecuencia de la epidemia de gripe española. Su viuda, entonces, dirigió el negocio familiar que, para entonces, se había extendido de la rama hotelera a la inmobiliaria, con la asistencia de su hijo Fred, o Frederick Junior.

El padre

"Ganar lo es todo, no debe haber límites, no hay límites para ganar" fue la frase que Trump le dejó como herencia, además de los millones, a su hijo Fred. Se le hizo carne, la repetía a quien quisiera escucharlo, y aunque cuando murió su padre en 1918 él tenía apenas 13 años, apoyó a su madre quien terminó fundando la "Trump Organization", un imperio inmobiliario. La Gran Depresión lo hizo tambalear, pero fue el socorro del Estado quien lo salvó de la ruina, gracias a subsidios y programas de ayuda.

El árbol genealógico de la familia Trump
El árbol genealógico de la familia Trump

El 11 de enero de 1936 y cuando ya era considerablemente rico, Fred se casó con Mary Anne MacLeod, quien había nacido el 10 de mayo de 1912 en un pequeño pueblo costero escocés de la Isla de Lewis, dependiente de Stornoway, en la región de Ross Shire. Los padres y abuelos de Mary Anne eran pobres y pescadores que, en una camunidad de por entonces mil habitantes, se habían casado entre sí. Bisnieta y nieta de matrimonios entre primos tanto en la rama paterna como en la materna, posiblemente quiso esquivar al destino de la endogamia y sola se embarcó hacia Estados Unidos de Norteamérica desde el puerto de Gasglow, en el buque Transilvanya. Llegó al puerto de Nueva York el 2 de diciembre de 1929 y el 25 de abril de 1930 logró la residencia y trabajo como empleada doméstica en la casa de Manhattan de Louise Carnegie, la multimillonaria filántropa que donó, entre otras cosas, la Universidad que lleva su nombre, y el famoso Carnegie Hall de Manhattan.

La abuela materna de Donald Trump
La abuela materna de Donald Trump

Dejaría para siempre el puesto de empleada doméstica cuando formó una familia con Fred Trump y tuvo cuatro hijos en seguidilla: Mary Anne, Frederick, Elizabeth, Robert y Donald. Si los primeros llevaron el nombre de sus padres, los otros portaron el de tíos y abuelos, Donald era el tío materno de Mary Anne y también su abuelo por parte de madre. No fue fácil la convivencia entre el alemán y la escocesa, no solo entre ellos sino puertas afuera de su casa.

La madre de Fred, o sea, la suegra de Mary Anne, era quien llevaba las riendas del negocio inmobiliario con su hijo, y esa suma de poder se escabullía en la vida doméstica. Para colmo, la anciana estaba muy orgullosa de su origen germano en los tiempos previos a la II Guerra, cuando muchos de sus clientes eran judíos. Por lo que, cuando ya entrada la guerra el sentimiento antialemán era intenso, Fred Trump empezó a decir que era sueco, algo que logró instalar de tal manera que sus propios hijos sostenían que sus ancestros eran de Suecia.

De todos modos, hubo un secreto mucho mayor que durante décadas permaneció oculto fuera de la familia. En 1927, cuando Fred aún era soltero, hubo una pelea en el barrio de Queens, donde según el censo de 1925 residía Trump, entre un millar de miembros del Ku Klux Klan y una centena de policías. De esta reyerta brutal dio cuenta el "New York Times" en su edición del 1 de junio de 1927, el cronista contó que hubo solo siete detenidos de los miembros del grupo fascista y criminal más aterrador de la historia estadounidense. ¿Quién era uno de esos siete? Frederick Trump, el padre de Donald.

La actitud racista, si bien oculta, se mantuvo vigente a lo largo de la vida de Frederick Trump y si en la década del 20 perseguía a los miembros de la comunidad afroamericana con los métodos del Klan, encapuchado y con cadenas para golpear (en el mejor de los casos) en los setenta refinó el método discriminatorio: en 1971 y cuando Donald ya era parte de la empresa familiar, padre e hijo tuvieron una demanda de derechos civiles por negarse a alquilar departamentos a ciudadanos negros.

Donald Trump y su padre
Donald Trump y su padre

La Urban League envió examinadores de diferente coloratura a solicitar departamentos para arrendar en los complejos de Trump: los blancos no tenían ningún obstáculo, todos los demás no eran aceptados.

Mientras tanto, la madre de Fred, la abuela de Donald, Elizabeth Christ, la dama de hierro de la familia, organizó un viaje a su país natal, posiblemente como una forma de retornar a sus orígenes cuando ya le quedaba poco tiempo de vida. Donald no fue, él seguía creyendo que era de origen sueco y tan es así que lo incluyó en su biografía "El Arte del Trato". En una entrevista que concedió a "Vanity Fair" le preguntaron acerca de su origen alemán, y dijo: “Mi padre no era alemán; los padres de mi padre eran alemanes... suecos, y realmente de toda Europa...".

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El viaje de la matriarca con sus nietos fue un fracaso: cuando llegaron al pueblo de 1.200 habitantes, los pocos que recordaban a Trump no tenían mayor registro de él, a pesar de que prácticamente todos tenían una línea de parentesco. Muchos años después, cuando Donald Trump se hizo famoso y llegó a la presidencia, no quedó nadie que quisiera que lo vinculen con el magnate. Es que no solo quisieron evitar alguna avalancha de turistas, sino que la industria de la que viven todos, la vitivinícola, podría verse comprometida si los asociaban con un hombre que dijo, por ejemplo, que “Los alemanes son malos, muy malos”, como expresó durante una reunión con negociadores comerciales de la Unión Europea, en la que se quejó por el superávit comercial crónico de Alemania con Estados Unidos.

Una curiosidad se suma, y de la que seguramente Trump reniegue: a los habitantes de Kallstadt se los conoce como "brulljesmacher", una palabra que en el dialecto regional significa "fanfarrón". El hombre del pelo amarillo no hubiera llegado a presidente, ni a nada en Estados Unidos, si cuando llegaron sus ancestros se hubieran aplicado las políticas migratorias que él ahora quiere implementar: ni su abuelo alemán, ni su madre de Escocia. Es más, él ni siquiera existiría. Pero la familia que tuvo esos derechos, creyó que eran privilegios que solo le correspondían a ellos, y obraron en consecuencia durante un siglo, hasta que el hijo dilecto llegó a presidente.